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Carmen Pérez
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Noche cerrada. Duerme la inmensa mayoría de la población de la provincia. Para entonces, en una de las joyas de la naturaleza, en pleno corazón del Parque de los Alcornocales, a caballo entre las provincias de Málaga y Cádiz, pequeños grupos de corcheros se disponen a iniciar la jornada de trabajo nada más lleguen las primeras luces del día.
La saca de las corchas, como se le conoce en la zona al descorche de los alcornoques, sigue teniendo cada verano una cita ineludible con estas cuadrillas que mantienen vivo uno de los trabajos más antiguos que siguen existiendo. El ritual casi no ha cambiado desde tiempos ancestrales. La mecanización se introduce a cuenta gotas, aunque con los recelos de los propios corcheros, que piensan que puede ser la muerte de su profesión. No obstante, en algunas parcelas se trabaja con nueva maquinaria de forma experimental para comprobar la precisión milimétrica en el corte. Es el caso del Ayuntamiento de Ronda, que este año anunció que volvería a probar este tipo de equipos en sus parcelas de la finca Diego Duro, en la que se está realizando el trabajo de saca.
Pero la mecanización es mínima y la pericia de los hombres de la cuadrilla de Jimera de Líbar que trabaja en los alcornocales sigue siendo la principal fuerza de trabajo.
En pleno bosque, sin cobertura telefónica y con el único ruido de los animales que allí habitan, los hacheros hacen gala de una precisión que muchos dudan que ni las avanzadas máquinas dotadas de sensores pueden tener. En pocos minutos, con la pericia y agilidad que confiere la sola utilización de un hacha como herramienta de trabajo, son capaces de retirar la preciada capa de corcho que cubre a estos árboles, que tarda entre nueve y diez años en producirse, aunque cada vez se impone un mayor espacio de tiempo para mejorar las condiciones de vida del bosque.
Una vez extraídas las corchas, con un tamaño muy parecido, entran en juego los recogedores y los arrieros, auténticos maestros del equilibrio, capaces de cargar unos 200 kilos de corcho en sus mulos en un mecano perfecto, que impide que el animal tenga problemas de equilibrio en su caminar por el bosque hasta llegar al punto más cercano al que tienen acceso los camiones de transporte. Es otro de los pocos elementos de mecanización que se pueden encontrar, aunque su utilización está muy limitada a la presencia de caminos adecuados para su paso.
Son los camiones de transporte los encargados de llevar la preciada mercancía a los patios, como se llama en el sector a las zonas habilitadas para el almacenaje y pesado. Allí, los fieles pesadores (se paga por kilos extraídos), uno de la cuadrilla de corcheros y otro del productor, se encargan de ir pensando el corcho que llega del bosque y colocarlo en perfectos montones que deberán aguantar en pie hasta que el corcho sea vendido.
En este apartado también comienza a llegar una cierta modernización, con la utilización de pesos electrónicos, aunque todavía sigue teniendo presencia la antigua romana, un sistema de peso tradicional que busca el peso exacto utilizando contrapesos para lograr un equilibrio y fijar así la cantidad pesada.
Aunque pesar pueda parecer un trabajo menos duro que la saca, el calor suele hacer mella al estar obligados a pasar tantas horas a pleno sol, realizando también un considerable esfuerzo físico para colocar adecuadamente las corchas en pilas.
A pesar de la dureza del trabajo y las pocas cuadrillas de corcheros que todavía existen en la zona, las corchas siguen siendo un trabajo de temporada que reporta importantes ingresos a los municipios de zona y a los trabajadores.
De hecho, para ayuntamientos de la comarca de la Serranía, como Ronda o Cortes de la Frontera, es uno de sus principales ingresos anuales, aunque la competencia de los tapones de silicona hace que los precios bajen y sea complicado algunos años el llegar a vender toda la producción.
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