Crónica de un amor imposible
Ya llega el día de los enamorados, que no perdona un solo año, incluso con la que está cayendo l No sea usted menos y, si tiene que decir algo, dígalo con flores l Claro que entre los catarros, el paro y las calles levantadas, Málaga no resulta muy propicia al cariño l San Valentín es aquí un superviviente
MIENTRAS escribo estas líneas sufro un catarro que arrastro desde hace ya demasiados días. Mi doctor cree que con un mucolítico voy que chuto, pero me temo que voy a necesitar algo más fuerte. Lo cierto es que esta posición, sonándome las narices a cada minuto, con arrebatos de tos que llegan a asustar a mis prójimos y una congestión que me ha dejado más sordo que Beethoven, no es precisamente la más idónea para abordar el tema al que pensaba dedicar el Calle Larios: el amor, ya saben, por la próxima celebración de San Valentín. Aunque, quién sabe, quizá la melopea que llevo encima me permita aproximarme al fenómeno con una mayor calidad contemporánea, una mayor veracidad en época de crisis. De entrada, mi compañera Victoria Bayona me habla de la Ruta Tapera del Amor que se va a celebrar en Ojén este fin de semana, pero no, lo siento, no me apetece ir a probar un marinero cachondo ni un huevo sorpresa. El ambiente para el amor es fatal: quien no tiene un catarro como el mío anda deprimido por culpa del Gobierno o, lo que es peor, en paro y con familia a su cargo. Así no hay manera de estimular las pasiones, hombre. De hecho, seguramente ustedes también han percibido que la mayor parte de las demostraciones de cariño en pareja que pueden verse en la vía pública malagueña estos días (un paseo de la mano, un reposo de la cabeza en el hombro del otro, un beso fugaz y prometedor) pertenecen en gran parte a turistas. Como en otros tiempos, los indígenas vamos haciéndonos los puritanos, pero no por una férrea enseñanza católica (quizá también) sino porque, oiga, no hay ganas ni cuerpo para otra cosa. Mientras, en las páginas de sociedad se repiten los informes sobre el modo en que la crisis económica repercute en la salud sexual de los españoles. Con tanta preocupación en la cabeza, claro, no hay manera de estar en lo que hay que estar. Y al final uno no tiene más opción que echar la culpa al contubernio: los mismos que el año pasado gastaron millones de dólares en vacunas contra una gripe que resultó ser tan inofensiva y tan letal como la gripe común, los mismos que consagraron el ladrillo como motor decisivo del crecimiento económico y se quitaron de en medio a toda velocidad cuando iba a estallar la evidencia de que debajo de toda aquella tarta no había nada, los mismos que han estado rascándose las meninges e imaginando nuevos sistemas de producción mientras el paro ascendía a niveles insoportables, los mismos, digo, son los responsables de que la gente se quiera cada vez menos. Es cierto que a querer también se aprende. Pero un corazón estará sin duda más dispuesto a amar cuando no sienta el agua al cuello.
Toda causa tiene su heroína: en Bélgica, la senadora socialista flamenca Marleen Temmerman ha propuesto que los políticos negociadores responsables de la formación del nuevo Gobierno del país, del que no se sabe nada desde hace ya unos 250 días, se abstengan de mantener relaciones sexuales hasta la definitiva constitución del mismo. Y tomando ejemplo de la Lisístrata de Aristófanes, se ha dirigido a las parejas de esos mismos políticos, en su mayoría parejas, para que garanticen la abstinencia. Eso se llama agarrarlos por donde más les duele. ¿Y si planteáramos por aquí algo parecido con vistas al escándalo de los ERE de la Junta de Andalucía? ¿Y si las personas competentes negaran el consuelo carnal a los promotores de la construcción del Auditorio hasta la inauguración del mismo? Entonces, sí que valdría la pena poner fuegos artificiales. De cualquier forma, si ha de sufrir alguien, que sean ellos. Por una vez, que el amor sea un signo de resistencia: si la revolución de Egipto cabe en una plaza, meta la suya en el corazón. Y si tiene que decir algo, dígalo con flores. Es mejor que los de siempre no dispongan de muchas coartadas. Un arrumaco también es política.
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