Cualquier ciudad posible
Entre Huelin y El Bulto, entre la Estación María Zambrano y Héroe Sostoa, este barrio poblado y autóctono conserva la memoria de sus orígenes en no pocos signos mientras en sus límites todo parece renovarse
Hace un calor de mil demonios para el mes en que estamos. El hombre que no para de quejarse se pasa un pañuelo por la frente. Es un señor mayor que emplea un bastón para aliviar sus paseos y que ya ha empapado su camisa azul. "En mis tiempos había una fuente en cada esquina. Ahora, si tienes sed, te tienes que aguantar". De inmediato se cruzan tres jovencitas que visten faldas y vestidos cortísimos, chanclas de playa y enormes gafas de sol y que avanzan como dando zancadas mientras arrastran sus pesadas maletas. El ruido de las ruedas de las Samsonite es infernal en la acera. Hablan entre ellas con desparpajo en un inglés algo basto, probablemente de Newcastle. "Pero éstas van a coger el autobús, seguro", dice el hombre de antes mientras sonríe. Es sábado por la mañana y hay niños correteando, pero deben hacerlo entre automóviles mal aparcados y con cuidado de no llevarse una desagradable sorpresa. Lo lógico sería ir a jugar un rato al Parque de Huelin, pero los niños tienen razones a las que a veces los adultos no alcanzan. En la calle Genil, una madre recrimina a su hija, que no debe tener más de diez años y que anda ensimismada con un libro (semejante milagro a veces ocurre), que no le ayude lo suficiente con las bolsas de la compra, así que toca aprender que cada ocupación tiene su debido tiempo, de modo que la niña, sabiamente, se guarda el pequeño volumen ilustrado y toma un par de las bolsas que su madre, acalorada y agitada por el berrinche, tal vez demasiado mayor para ser su madre o demasiado joven para ser su abuela, le presenta como parte de su corresponsabilidad. En un bar cercano, dos hombres discuten de política mientras toman unos vinos, que si el alcalde sí, que si el alcalde no. La altura del edificio les concede la sombra suficiente, pero a uno de ellos su gorra le sienta de maravilla. Es una estampa deliciosamente habanera: falta que se sume un tercero con un tres y juntos se arranquen por Guantanamera o Chan Chan para continuar el debate con mejor son, aunque uno sospecha que en algún lado debe haber un cartel que rece Prohibido el cante. Esto es La Princesa (no confundir con la calle del mismo nombre), un barrio a menudo invisible, enclavado como lugar de paso entre Huelin y El Bulto, entre la Estación María Zambrano y la calle de Héroe Sostoa (cambien este título por Héroe de Sostoa o Héroes de Sostoa, como prefieran), esquina primeriza del distrito de Carretera de Cádiz. Ciertamente, el tráfico es diariamente multitudinario en sus contornos, mientras su estampa queda soslayada casi siempre salvo por sus vecinos. Históricamente, La Princesa, al igual que otros barrios cercanos como la Explanada de la Estación, ha estado ligado vital, económica y emocionalmente a la estación de Renfe. Quienes han habitado sus casas han sido en gran parte ferroviarios, en activo o jubilados, muchos de los que cada Semana Santa sacaban en procesión a la Sagrada Cena cuando tan monumental conjunto salía del corazón del Perchel. Poco queda ya de la ruidosa estación antigua, la que marcaba el compás del barrio con sus horarios y su rutina hecha de romanticismo e insomnio. En La Princesa, sin embargo, se pueden contar aún restos de antiguas industrias que por mera cercanía mantuvieron una estrecha relación con aquella estación (y en cuyas ruinas late aún, como un recuerdo impreso en los muros, el impulso decimonónico finalmente truncado en el siglo XX). Hoy, la Estación María Zambrano es un enorme cosmos acrisolado que parece hervir a kilómetros de distancia de Héroe Sostoa. Es sólo un ejemplo del modo en que el entorno de este vértice se ha transformado (a menudo radicalmente) en los últimos años mientras el barrio, en esencia, se mantiene igual. Las obras del metro, con todas las molestias que han mantenido aquí durante largos meses, ya terminaron, y muy cerca, apenas más allá de la Avenida Juan XXIII, los terrenos de Repsol se preparan para acoger la gran Málaga cuyo contenido la mayoría aún desconoce. Las reivindicaciones de los vecinos, por más que alrededor todo parece haberse convertido en otra ciudad, son las mismas: más zonas verdes, más lugares de esparcimiento, más plazas de aparcamiento (el parking habilitado resulta insuficiente día tras día) y más servicios. La calle de Héroe Sostoa, con sus supermercados y tiendas de todo tipo, funciona como principal suministradora del barrio, aunque en sus recodos pueden encontrarse algunos comercios de alimentación, bazares, peluquerías y papelerías. La arquitectura sobresaliente, la que mejor emparienta La Princesa con otros barrios de la Carretera de Cádiz (en su modalidad de siete plantas y enormes bajos comerciales, vacíos en gran parte), comparte el suelo con pequeñas casas inesperadas, viviendas unifamiliares encaladas o, de nuevo, estructuras resistentes y abandonadas de las antiguas factorías. La Princesa asiste así al crecimiento de una Málaga prometida que parece rodearla por todas partes pero que se resiste a incluirla. "Por las noches hay mucho ruido y poca seguridad", se queja una señora recién salida de una peluquería, con su melena cardada y reluciente.
Más allá de la semilla industrial y ferroviaria, La Princesa es un barrio de fuerte cariz obrero, donde la crisis económica se ha traducido en un implacable aumento del paro. Como en otros enclaves de la misma naturaleza, la economía sumergida es moneda habitual y la chapuza doméstica la única opción que les queda a muchas familias para salir adelante. La media de edad ha aumentado notablemente, una tendencia sólo paliada por un paulatino incremento de la inmigración, especialmente latinoamericana, aunque también norteafricana. Así, La Princesa es un experimento urbano donde la población ha tomado la delantera a la ordenación urbanística en lo que a contemporaneidad se refiere. Muchos vecinos agradecen que las obras del metro ya no estén, pero algunos se lamentan de que algunas calles siguen estando igual de sucias, "como si las máquinas continuaran metidas en las zanjas". Hace calor. Y algo debe cambiar en cualquier ciudad posible. Pongamos, La Princesa.
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