Cuentos de la Gran Bretaña Canterbury (I): El demonio escaldado
El Jardín de los Monos
Escrita a finales del s. XIV por Geoffrey Chaucer, es una obra trascendental de la Edad Media inglesa ya que contribuyó a difundir el idioma inglés vernáculo
Cuentos de la Gran Bretaña: En busca del cuento perdido
¡Apaga y vámonos!
Al hablar de esta maravillosa ciudad necesariamente hay que hablar de una de las obras más importantes de la literatura universal: Los cuentos de Canterbury. Escrita a finales del s. XIV por Geoffrey Chaucer, es una obra trascendental de la Edad Media inglesa ya que contribuyó a difundir, más que ningún otro libro, el idioma inglés vernáculo. Está inspirada en el Decamerón de Boccaccio. Consta de 24 cuentos además de los debates que los personajes tienen a cuenta de los temas tratados en ellos. A diferencia del Decamerón, en el que los personajes son diez jóvenes de la alta sociedad florentina que huyen de la peste que azota Florencia, siete muchachas que alegóricamente representan las siete Virtudes (cuatro cardinales: Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza; y tres teológicas: Fe, Esperanza y Caridad) y tres muchachos que representan las tres partes en que se divide el alma según los griegos (la Razón, el Apetito Irascible y el Apetito Concupiscible), en Los cuentos de Canterbury los personajes representan prácticamente a todas las clases sociales de la Edad Media. Los cuentos narran historias sobre el amor, el sexo, la nobleza, la religión, la ciencia, el matrimonio, el humor y muchas otras que los personajes van contando durante la peregrinación que hacen a Canterbury para visitar la tumba de santo Tomás Beckett. En realidad la peregrinación no es más que la excusa para reunir a tan diverso grupo. Las narraciones, cargadas de ironía y humor, tratan temas serios y de bastante interés que reflejan a su vez unos momentos muy relevantes para la historia de Inglaterra y Gran Bretaña.
Antes de entrar en Canterbury, en la carretera que conduce a Londres, cuyo nombre es St. Dunstan Street, nos encontramos con una iglesia que llamó nuestra atención. Era la iglesia dedicada al santo que le da nombre a la calle. Los ingleses no siempre son serios y circunspectos como pueden parecernos. Ni todos sus cuentos y leyendas son oscuros y tenebrosos. Sin duda los ingleses gozan de un fino humor cargado de sutilezas e inteligencia. Muestra de ello son personajes tan perspicaces y divertidos como la abuelita de la película El quinteto de la muerte de Alexander Mackendrick o el Brian (La vida de Brian) de los Monty Pithon, que parodiando a La Codorniz, ha sido “la película más audaz para el espectador más inteligente”. Los ingleses tienen también leyendas jocosas, como la que, basada en el convencimiento de que al Demonio le encanta incordiar a curas, obispos y santos, cuentan de San Dunstan que vivió en el s. X. Este santo fue arzobispo de Canterbury (según parece dicho cargo incluye el ingreso en la nómina del santoral), además de ser herrero, profesión que habitualmente ejercía. En una ocasión, estando en la herrería fabricando objetos de orfebrería –por esa dedicación se le considera el patrón de los orfebres– se le presentó el Demonio con forma de hermosa mujer para tentarlo. Como el arzobispo no le hizo ni puñetero caso, recuperó su imagen habitual. Al verlo, San Dunstan cogió una tenaza incandescente que tenía en la fragua y le agarró con ella la nariz. Los gritos de dolor del Demonio, según cuentan, se escucharon hasta en Londres. Cuando pudo zafarse salió huyendo con el rabo entre las piernas. A pesar de ello no cejó en sus intentos de incordiar al arzobispo y en otra ocasión se le presentó vestido con atuendos de viajero y con un caballo al que le faltaba una herradura. Le pidió amablemente que se lo herrara. Accedió el santo y cogió para ello una herradura, unos clavos y un martillo pero, al agacharse para cogerle la pata que había de herrar al caballo, vio que el viajero en lugar de pies tenía pezuñas. Se percató rápidamente de quién era y cogiéndole una pierna le clavó la herradura en la pezuña. Lo hizo con tan mala saña que el Demonio, desesperado de dolor, comenzó a llorar y a suplicarle que se la quitase. El arzobispo se la quitó pero le hizo prometer que jamás entraría en lugar alguno en el que hubiese una herradura. Dicen que el Demonio, escaldado, hasta la fecha ha cumplido la promesa.
La iglesia de San Dunstan es una iglesia gótica del siglo XII aunque su construcción se alargó durante los siglos XIII y XIV. Fue fundada por el arzobispo San Lanfranco. En ella fuimos testigos de lo controvertido, y a la vez tan propio, del carácter inglés: junto a la divertida leyenda de St. Dunstan, nos encontramos en su iglesia con la prueba palpable de una de las truculentas historias de Inglaterra: Bajo una lápida en el lado derecho del altar se encuentra la cabeza, perfectamente conservada, del que fue teólogo, político, escritor y Lord Canciller, Tomás Moro, mártir también de la Iglesia Católica, mandado decapitar por Enrique VIII. Moro se convirtió en el azote intelectual de la Reforma y fue condenado por oponerse al matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena. Otra que, sin ser arzobispa ni canciller, también perdió la cabeza, como Tomás Moro o Catalina Howard, quinta esposa del VIII Enrique y prima suya. Como vemos, lo de matar al arzobispo de Canterbury, al Lord Canciller o a sus esposas era un deporte habitual entre los reyes de Inglaterra.
Nada más entrar en la ciudad nos encontramos en la St. Peter’s Street. Calle principal de la ciudad, peatonal y orillada por magníficos edificios y casas de muro de vigas entramadas de madera del siglo XVI. Entre ellos el conjunto Old Weavers Houses, donde se refugiaron los hugonotes, aquellos protestantes calvinistas franceses que fueron ferozmente perseguidos. Recorrimos la calle buscando la catedral. En nuestro caminar vimos la ruinas del castillo que, en sus jardines, conserva parte de las murallas y se levanta el monumento al dramaturgo local Christopher Marlowe considerado como predecesor de Shakespeare. Creo que merece la pena detenerse unos renglones en este personaje un tanto misterioso y de corta pero ajetreada vida. El canturiense, que así es el gentilicio en castellano de los nacidos en Canterbury, vino al mundo en 1564, el mismo año que William Shakespeare, y murió en extrañas circunstancias a los 29 años de edad. Corta fue su vida y larga la lista de epítetos que le adjudicaron. A este genial dramaturgo que brilló entre las estrellas del teatro isabelino le atribuyeron ser “espía doble, ateo hereje, conspirador católico, homosexual promiscuo o pederasta incorregible, entre otros”. Como escritor ha pasado por ser, en opinión de algunos, la misma persona que Shakespeare, o sea, el verdadero autor de la obra del bardo de Avon o, cuando menos, ser precursor e incluso colaborador en algunas de sus obras. Lo cierto es que cuando Marlowe ya era un consagrado dramaturgo, Shakespeare era un total desconocido. A él se le debe la introducción en los dramas del verso libre o verso blanco (un verso que sigue la regla métrica pero usa una rima libre). Este verso se popularizó en la época y muchos se referían a él como los “poderosos renglones de Marlowe”. Sus obras más famosas fueron Tamerlán el Grande, El judío de Malta y el Doctor Fausto cuya influencia llegó a Goethe en la literatura y a Gounod o Liszt en la música (ópera y sinfonía). También hizo incursiones polémicas para la época, como la historia del rey Eduardo II donde trata la abierta homosexualidad del monarca. En fin, cerraremos el capítulo de Christopher Marlowe diciendo que su extraña y azarosa vida junto a su misteriosa muerte tan joven, continúan intrigando a los académicos y dando pie a las más extravagantes y fantasiosas teorías sobre el personaje.
Caminando por St. George’s Street, en un edificio de traza moderna, nos llamó la atención ver un mosaico romano del siglo II, tras lo cual, llegados al final de la calle nos encontramos con la impresionante puerta gótica Christ Church Gate, superviviente de la abadía de la Iglesia de Cristo que fundara San Agustín de Canterbury y que contenía a la catedral. Fue construida en 1520, apenas 20 años antes de que Enrique VIII disolviera la abadía. La puerta, con dos torres, tiene tres plantas divididas por dos cinturones de metopas de piedra. En el cinturón inferior las metopas representan los escudos nobiliarios ingleses policromados y, el superior, tiene labrados angelotes con escudos sujetos entre sus manos. Muy decorada y con un Cristo de bronce en el centro, rompe la fachada de casas para dar paso al espacio donde se encuentra la catedral. Las puertas que son de época están ricamente decoradas.
He de decir que nuestro encuentro con la catedral comenzó siendo poco pío. Atravesada la Christchurch Gate, la catedral muestra su rica fachada y el lateral derecho. Quiso la casualidad que en su puerta nos cruzáramos con unas jóvenes y guapas damas, sacerdotes anglicanas, vestidas con sotanas. No acostumbrados a ver hermosas señoritas con el citado atuendo, Víctor me comentó: –Juan, están como para desotanizarlas. A lo que yo le respondí: -¡Fuera Sotanás!
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