Salvador Gil, el cura que reparte esperanza y consuelo a los enfermos de coronavirus en el Hospital Clínico de Málaga

El sacerdote de la parroquia Santa María de la Amargura visitó durante los meses de confinamiento a los ingresados por Covid-19

El párroco Salvador Gil. / Marilú Báez
José Miguel Ramírez

14 de noviembre 2020 - 07:33

Málaga/“El silencio que había en el hospital rozaba la muerte”, esto fue, sin duda, lo que más sorprendió a Salvador Gil. El cura de la parroquia Santa María de la Amargura se ofreció como voluntario para visitar a los enfermos por coronavirus en el Hospital Clínico apenas una semana después del comienzo del confinamiento domiciliario.

Este sacerdote, de 45 años, aceptó un encargo que le llegó por sorpresa a través de una llamada telefónica. “El lunes 16 de marzo, uno de los primeros días que estábamos confinados, contacta conmigo un compañero y me propuso ir de voluntario porque el capellán oficial no podía hacerse cargo. Acepté participar en lo que por entonces parecía una guerra, y yo fui en la mañana del martes”, relata Gil.

Gracias a la autorización del obispado de Málaga pudo acudir y salir junto a cuatro compañeros al Hospital Clínico. Todos se organizaron en tres turnos durante el día. “Yo asistía de 9:00 a 14:00 y de 17:00 a 21:00, no pasaba las noches en el hospital”, explica el sacerdote. Lo que no sabía Salvador es que a partir de ese momento sentiría de primera mano la satisfacción por reconfortar a los más afectados por la enfermedad, el frenético ritmo del personal sanitario, y hasta la propia muerte.

Historias sobrecogedoras

Salvador Gil no lo niega, estaba desconcertado y con mucha inquietud, pero con muchas ganas de repartir ilusión y esperanza a los que estaban aislados y a los que trabajaban sin descanso en una situación de emergencia sanitaria histórica. “Nos ayudó mucho el personal sanitario a saber cómo hacer las cosas y cumplir con los protocolos. Nos ofrecieron el EPI, mascarillas y guantes. Sentíamos que la iglesia debía estar, por aquel entonces y ahora, donde está el mayor dolor y sufrimiento, en esta pandemia, con estos enfermos, y siendo luz y esperanza para la gente", cuenta emocionado el sacerdote

El capellán voluntario vivió algunas experiencias que le marcarán para siempre. “Recuerdo con cariño a Óscar Barranco. Él era un empleado del obispado que estaba muy malito y fue la primera unción y comunión que yo di en el Clínico”, rememora Gil, que tampoco dudaba en acercarse al personal de enfermería y rezar cuando más lo necesitaban para parar ante la vorágine del día a día.

“Nuestra labor era acompañar humanamente y espiritualmente al personal sanitario también, estaban muy expectantes con todo esto. Los hospitales se reestructuraron por completo, tuvieron que hacer plantas COVID. De hecho en el Clínico se quedó solamente una planta y media limpia de la enfermedad y los paritorios eran UCIs”, detalla Salvador Gil.

En algunas ocasiones, el cura vivió situaciones extremas. “Recuerdo el día que murió Antonio, su hija estaba conmigo al teléfono, ella vive en Granada. Cuando Antonio se fue yo le cogía la mano y con la otra estaba al teléfono rezando con su hija, ese momento fue muy duro. Como el que presencié en el tanatorio, un chico joven y deportista muere, y me tocó asistir a una familia derrotada. No tenía palabras en aquel momento, fue devastador. Muchas veces no hacía falta decir nada, solo estar”, dice Gil mientras mira al cielo intentando recordar sus caras.

Pero en toda esa desazón, tuvo momentos que le llenaron el alma. “A una señora le llevo la comunión y la enfermera Sara, que entra conmigo, me pide que si me podía grabar. Su hija iba a hacer la primera comunión en mayo, y quería enseñarle que el Jesús que iba a recibir la pequeña no solo está en la iglesia, sino con los enfermos, con su dolor, y en el hospital. El Señor llega allí también”, narra Gil con una gran sonrisa.

Labor asistencial en la parroquia

A todo esto, se le unía el trabajo diario en la parroquia de Santa María de la Amargura. Ya a mitad de junio, con la incorporación durante la desescalada del nuevo personal y la llegada de Jesús Cautivo y la Virgen de la Trinidad a su templo, durante las obras en la iglesia de San Pablo, dejó de asistir al Hospital Clínico y se centró en la parroquia. “La llegada de las imágenes de la cofradía del Cautivo fue un regalo, una bendición. Venían personas de toda España a verlos, y estaban muy cercanos a los devotos”, comenta Salvador Gil.

“Yo llevo 20 años de cura y es una de las experiencias más gratificantes que he realizado, porque implica servir a la gente en un contexto tremendo, yo no veía a nadie en la calle por el camino”, expresa el cura. Aunque agotado físicamente, el cura finalizó aquella experiencia con una gran fuerza interior.

Pero ahora su labor continúa en la parroquia de Santa María de la Amargura con muchos proyectos asistenciales cuidando a los enfermos. “También desde Cáritas atendemos a las nuevas situaciones que se han dado. Y es que las personas que vivían al día con un nivel medio, esta situación les ha desequilibrado. Los nuevos usuarios de Cáritas son personas que hasta febrero vivían bien, pagaban su alquiler, su comida y su material escolar. Ahora necesitan ayuda”, explica el sacerdote. También ofrecen las instalaciones de la parroquia a Málaga Acoge para que puedan continuar con las clases de español para extranjeros.

Salvador Gil jamás olvidará este año y asegura que marcará a una generación de por vida. Para la próxima y cercana Navidad desea que esta situación remita lo antes posible, y que se restablezca la ansiada normalidad conocida hasta el pasado febrero. Aprovecha para reivindicar el verdadero sentido de estas fiestas y para mantener la esperanza en un nuevo año que comienza. “Recordemos que la familia es un elemento importante para los cristianos y debemos depurarnos de tanto despilfarro. Hay que activar la solidaridad, el compromiso y la fe”, sentencia el valiente y ejemplar sacerdote.

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