Desescalada en Málaga: pies mojados para inaugurar la Fase 2
Desescalada en Málaga
En líneas generales, Málaga recibió con considerable prudencia las novedades del recién estrenado escalón de camino a la normalidad, sin muchas diferencias respecto a los últimos días
Málaga/Sí, claro, a eso de las nueve de la mañana había gente dándose un chapuzón en La Malagueta, y en La Misericordia. Pero tampoco hay que entusiasmarse: eran apenas unos cuantos intrépidos, diseminados y de clara vocación quijotesca, los que decían aquí estoy yo para sumergirse como Dios manda en una playa limpia y serena, aunque el frío, a esa hora, invitara poco a meterse más allá de los tobillos. Fueron muchos más, conforme avanzó la jornada, los que se conformaron con mojarse los pies y, bueno, por ahora está bien, ya si eso otro día, habrá verano por delante. Lo cierto es que esta prudencia fue un signo bien representativo de la intención con la que Málaga recibió este lunes la Fase 2 de la desescalada hacia la Nueva Normalidad, con todas las novedades puestas, con perdón, en cuarentena, y por si acaso. Si había ya luz verde para imitar a las sirenas, Málaga prefirió limitarse, recatada, a no ir más allá de las rodillas. Poco asomo de consolación vikinga hubo así en un día que, estrictamente, se pareció mucho, muchísimo, a cualquier jornada de la semana pasada: los barrios mantuvieron su trajín en torno a los supermercados, principalmente (eso sí, la mayoría de los establecimientos del sector recuperaban sus horarios habituales este mismo lunes), así como a los comercios, de los que algunos abrieron sus puertas aunque otros, de momento, prefirieron no hacerlo. Si los bares, cafeterías y restaurantes debían constituir la gran novedad, con más espacio a disposición de los clientes, lo cierto es que novedades hubo, en este sentido, pocas. Lo mismo puede decirse del centro, donde la afluencia de personal siguió siendo escasa y el paisaje continuó siendo frío, muy a pesar de la apertura de los centros comerciales.
"Yo la verdad es que prefiero seguir desayunando en casa", confesaba una señora ante el ofrecimiento de una amiga para acomodarse en una terraza y dar con unos churros cerca del Mercado de Atarazanas, donde la clientela, como corresponde a cualquier lunes que se precie, era reducida y discreta. La ciudad entera parecía contagiada por la misma cautela. Si los bares y cafeterías podían ya acoger comensales en su interior, fueron muy pocos los establecimientos que dieron este lunes la oportunidad, con la atención concentrada en las terrazas, como hasta ahora, mientras los responsables y encargados se empleaban a fondo en tareas de limpieza y acondicionamiento. "Tampoco podemos atender dentro a todas las personas que quisiéramos, así que no trae cuenta. Preferimos dejarlo por ahora igual y esperar", apuntaba un camarero en plena refriega. Cundía así cierta impresión de zafarrancho, de manos a la obra, con estropajos y bayetas empleados a destajo, mesas arrinconadas para el fregado del suelo mientras los usuarios tomaban el café en la calle. En los pocos bares donde era posible refrescarse un poco en el interior, la clientela era ciertamente mínima, bien por imposición legal, bien porque la prudencia es aún mayoritaria: "En las terrazas, bueno, pero todavía hay mucha gente con reparos a la hora de meterse en un sitio cerrado", valoraba un vecino del centro sentado en una mesa en la Alameda antes de darle el primer sorbo a la caña. Las barras, por cierto, continuaban fuera del alcance de los parroquianos mientras en no pocos sitios continuaba la instalación de mamparas. En buena parte del centro reina aún cierta desolación: por más que en la única terraza abierta en la Plaza de Uncibay cueste dar con un sitio libre, apenas hay rastro de las que tradicionalmente dificultan el paso en la Plaza del Carbón y Sánchez Pastor, donde late aún la misma tristeza protagonista del estado de alarma. En El Pimpi se podía uno sentar este lunes en la terraza, como en los últimos días, pero tampoco había servicio en el interior. La calle Alcazabilla mostraba así su ya acostumbrada melancolía, con el Teatro Romano a merced de los pájaros y el Cine Albéniz privado de sus carteleras, sin que nada, o muy poco, diera a entender que Málaga celebraba un avance en su desescalada.
A eso de las 12:00 tres personas salían de sus mascarillas de la iglesia de Los Mártires, pero para entonces había quedado claro que para ver algo distinto había que ir a El Corte Inglés, verdadero templo de la postmodernidad capitalista que reabría sus puertas después de dos meses y medio de clausura (con la excepción del supermercado y del área de electrónica). De entrada, resultaba llamativo todo el dispositivo dirigido a convencer a los clientes de la seguridad el centro, con dispensadores de gel, información puntual sobre el aforo máximo permitido en cada planta, la obligación de usar mascarillas e indicaciones bien claras por doquier para que cada cual se atuviera a las distancias correctas de seguridad a cada paso. Compradores, eso sí, había pocos, igualmente dispersos y sin excesivo ánimo de gasto, seguramente por el mismo sosiego con el que Málaga ha decidido abrazar la Fase 2 (y, al cabo, hablamos de un lunes, que tampoco es el mejor día de la semana para fundir la tarjeta de crédito). Lo mismo cabía decir del centro comercial Málaga Plaza, con escasa afluencia lo mismo en Primor que en Fnac. Fuera, todavía algunos parques infantiles se mostraban cerrados y sin opción a su uso y disfrute. Y son todavía muchos los comercios, franquiciados o no, que continúan cerrados a la espera de una cierta garantía que dé por buena la inversión de la apertura. Lo mismo sucedía en el Muelle Uno, donde son relativamente pocos los establecimientos que cabe encontrar abiertos. En cualquier caso, ya se sabe que en Málaga no sólo la actividad hostelera depende del turismo: también la comercial precisa de unos visitantes que, por lo que parece, tardarán aún bastante en llegar. Resulta significativa así la cantidad de propietarios de bares y tiendas a los que no les cuadran los números si deciden abrir ni siquiera en la Fase 2. La desescalada parecía pan comido, pero constituye ya una agonía tanto o más dramática que el confinamiento.
Y mientras tanto, adivinen: parques, jardineras, medianas, macetones y cualquier rincón susceptible de servir de cuna a la flora comparecen rebosantes, exultantes en color y forma, como si una primavera extraña estuviese comenzando ahora con el mes de junio. Pocas veces ha lucido tan bonito el entorno del Teatro Romano, pero tampoco hace falta encontrar nuevos brotes allí donde previsiblemente puede uno encontrarlos: basta una baldosa, un intersticio, una esquina cualquiera, una losa, el borde de la acera, el fin de un pasamanos y hasta la base de un semáforo para que las semillas invisibles que en su día germinaron luzcan ahora en sus tonos verdes, con pequeñas flores amarillas e incluso arbustos a destiempo. Málaga presenta ahora, también, un orden nuevo para la biología, con su polinización gloriosa para desazón de los alérgicos. Queda claro que un paso atrás por nuestra parte dará vía libre a otras especies. También en este sentido convendrá ser prudentes.
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