Desescalada Málaga: Los malagueños se reencuentran tímidamente con sus bares
La Fase 1 se inicia con una mayoría de negocios que opta por aplazar su reapertura
"La gente estaba encantada de volver a sentarse en una terraza", comenta un empresario hostelero
Málaga/A Paco la cerveza le sabe diferente. O eso dice. "Dos meses encerrado hacen que sea un momento especial", confiesa mientras degusta la bebida. El testimonio de este malagueño, asiduo a la tradición del terraceo, se repite a modo de mensaje calcado de cliente en cliente. Todos o casi todos los que se han reencontrado este lunes con los bares, en su mayoría los que eran habituales antes de la llegada del coronavirus, admiten lo especial del momento.
"Como somos los andaluces y lo que nos gusta estar en la calle, quién nos iba a decir que íbamos a estar todo este tiempo encerrados", explica Antonio mientras toma un refresco en la terraza del bar Lima, en la zona de Las Chapas. Cerca de las 13:00 quedan pocos clientes, pero apenas unas horas antes las catorce mesas instaladas en el exterior del establecimiento presentaban un lleno casi completo.
"Uf, la gente estaba encantada, la mayoría tenía muchas ganas", exclaman Manuela y Carlos, propietarios del bar. Asegura ella que el temor que tenían era que la gente no se comportara de manera adecuada y no respetase las distancias. Pero para su sorpresa todo ha ido rodado. "Antes de sentarse preguntaban si podían o no", comenta.
En un extremo de la barra lucen varios recipientes de geles que pueden usar los clientes. Y a Mario, uno de los dos empleados que trabajan este lunes, se le ve presto en la tarea de limpieza de las mesas una vez son desocupadas. Superado el efecto casi romántico del reencuentro con quienes son clientes de toda la vida, ambos confirman que con estos grados de ocupación no es sostenible el negocio. "Podemos haber tenido un 40% de lo que se hacía antes", precisa Carlos. "Pero esperaba menos; el ambiente que ves en la calle es la de gente que se retira al paso; hay mucho miedo", insiste Manuela.
Alejandro Jiménez es el propietario de Los Barrigones, un bar situado en la calle Martínez Maldonado, que apenas luce tres de las diez mesas que llegó a tener tiempo atrás. "Hay ganas", dice al explicar el modo en que la gente ha recibido su reapertura parcial. Hoy sólo está trabajando él, porque es el único modo de avanzar en el negocio. "He intentado sacar a alguien para ayudarme pero es que me cobran por media jornada 700 euros, la parte proporcional de todo el Erte en el que tengo a cuatro personas", relata. Su intención, asegura, es la de "sacar a alguien si sigue habiendo movimiento".
Alejandro Jiménez, propietario de un bar
"He intentado sacar a alguien para ayudarme pero es que me cobran por media jornada 700 euros, la parte proporcional de todo el Erte en el que tengo a cuatro personas"
En su caso, parte del establecimiento es suyo en propiedad, mientras una sala aneja es alquilada, por la que sigue pagando su renta mensual. Pero tiene clara la idea. "Para estar en la casa estoy aquí, poco a poco, hay que tirar para adelante, con las medidas de seguridad; la gente tiene confianza", añade.
Poco más abajo hay un restaurante de pescado y carne que luce también algunas mesas. Alrededor de las 14:00 están llenas. Marga prueba ensaladilla rusa y su compañera de tapeo, Irene, opta por unos boquerones fritos. Las dos admiten que estaban deseando que llegase el momento. Lo hacen casi como si fuese una especie de terapia de choque ante tanto confinamiento.
La llegada al Centro confirma lo que ya venían advirtiendo los empresarios del sector: la mayor parte de los negocios están cerrados. Algunos dormitan durante algunas horas tras el tirón del desayuno. En otros se ve a sus empleados afanados en tareas de limpieza del mobiliario. Es el caso de Gorki, localizado en la calle Strachan. “Estamos limpiando y adecuando todo; la previsión es abrir el miércoles”, explica uno de los operarios.
La estampa de esta calle peatonal del casco antiguo es la misma que viene presentando desde que se decretó el estado de alarma y se forzó el cierre de los establecimientos de hostelería. La imagen es parecida en La Bolsa, aunque en este punto hay dos negocios que sí han optado por dar el paso en la desescalada. A un empresario se le escucha: 2Hay mucho cancaneo…" O lo que es lo mismo, poco cliente en las terrazas.
Hay que adentrarse algo más en el almendra para encontrar puntos con un movimiento si no habitual sí cercano a ello. En la Plaza Uncibay las mesas vuelven a ocupar la mayor parte de su superficie. Y a diferencia de lo que sucede con otros puntos, aquí sí hay comensales dispuestos a disfrutar de la terraza y el buen tiempo que ha acompañado. Algo parecido, aunque con menor intensidad, ocurre en la Plaza de la Merced.
Un cliente
"Es como si el médico me hubiese recetado tomarme una cerveza y una ensaladilla"
"Es como si el médico me hubiese recetado tomarme una cerveza y una ensaladilla", cuenta con evidente ironía Manuel, uno de los clientes habituales de Café Central. El negocio de la Plaza de la Constitución luce buena presencia con la mayor parte de sus mesas ocupadas. "Estamos ilusionados; yo tenía muchas dudas, esta noche no he pegado ojo, pero la gente ha respondido bien", comenta Rafael Prado, propietario de este tradicional negocio de la Plaza de la Constitución. Sus números son concluyentes y resumen el efecto del coronavirus. De los 30 empleados que tenía antes de la pandemia, a los cuatro que actualmente desempeñan su labor.
Después de un recorrido parcial por los barrios, se percibe un reencuentro aún tímido de los malagueños con sus bares. Quizá una mesura provocada por ser el primer día y por ignorar el modo en que se tiene que afrontar esta especie de redescubrimiento después de dos meses. Allende las fronteras del Centro, las imágenes confirman un mayor dinamismo. En barrios como Teatinos y el paseo de Pedregalejo es un hecho.
Queda la duda de saber quién necesitaba más la reapertura de los bares. Si los empresarios sufridores, afectados por el paro obligado, o los clientes, que por lo que parece, se han sentido huérfanos sin el pitufo y el café mañaneros y la tapa del mediodía. Sea como fuere, esta particular relación del malagueño con la hostelería vuelve a latir, aunque con menos revoluciones.
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