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Málaga/Las empresas de la Málaga tecnológica no dan un respiro en su afán expansionista. Una dinámica sólida de crecimiento que la fintech Ebury, con presencia en la ciudad desde 2009, conoce más que de sobra y que aplica con frecuencia. La compañía, de origen inglés pero inspiración española, tiene oficina en 33 países, acostumbra a doblar su tamaño cada trienio y factura unos 400 millones de dólares. También planea salir a bolsa "próximamente". Su último movimiento: la apertura de un nuevo centro de formación (el más grande de la firma y en el que planea instruir a 500 empleados en 2024) en el edificio Indocar, en la plaza de la Solidaridad. Un emplazamiento que en la actualidad ya era el principal hub de operaciones de la compañía, que cuenta con 1.600 trabajadores repartidos por el globo, Y lo hace, además, con cierto aire contestatario: priorizando la presencialidad en pleno auge del teletrabajo.
La directora financiera de Ebury, Ana Muñoz, tiene claro cuáles han sido las causas de la apuesta, que enumera con rapidez: "Las buenas conexiones son un aspecto fundamental para nosotros". Aspecto en que se incluye la conexión directa por vía aérea con Nueva York, recién renovada; o la cercanía, a apenas un centenar de metros, de la estación María Zambrano. A la que suma la buena localización espacial. "Queremos estar cerca del Centro, no en el PTA". Tampoco se queda fuera de la exposición de motivos, como es natural, el buen hacer del clima malagueño.
Le toma el testigo en la explicación Fabian Sanchis, responsable de desarrollo y retención del talento de Ebury Málaga, quien añade que la decisión llegó tras dos hechos tangenciales: la necesidad de pasar página al aislamiento de la pandemia y porque con el tiempo todas las infraestructuras fueron quedándoseles pequeñas. Vistos los acontecimientos éste resultaba el momento propicio para reunir a la plantilla. En cualquier caso, detalla, la política de la compañía siempre ha tratado de seguir esa línea: "Preferimos la conexión de los equipos en un mismo espacio porque así es mucho más sencillo crear sinergias".
Algo que salta a la vista nada más ver la oficina, que está distribuida al más puro estilo de los coworkings actuales, a través de la delimitación de distintos espacios acorde a las funciones de los trabajadores. Aunque a ojo del visitante no resulten más que un inmenso mar de ordenadores dispuestos en un entorno de carácter industrial (por la decoración) acompañados de unos cuantos guiños corporativos.
En otro orden de cosas, cabe destacar la interculturalidad de los empleados de la sede, matiz que tanto Sebastián Marees como Marta Perez, que hacen lo propio aquí, valoran positivamente; junto a otros añadidos igualmente buenos para ellos. "Pertenecer a una plantilla formada por tantas nacionalidades es un valor: se puede hacer dinámica de equipo y cuando se acaba la jornada se puede ir a muchos sitios. Incluso es posible darse un chapuzón de media hora en la playa en un descanso", destaca Marees, holandés afincado en Málaga desde su infancia. Perez, por su parte, hace hincapié en "la posibilidad de ir andando a casi todos los sitios", además de en el clima que, como es parecido al de su Italia natal, prefiere antes que el de otras ciudades más frías. "Tenemos compañeros que se han mudado desde Alemania aquí solo por eso", remacha.
Así las cosas, la planta baja actúa como sala de máquinas de la compañía, con 260 empleados repartidos por funciones de compleja traducción al castellano (pero posible en la mayoría de los casos). Conviven, pues, en este espacio los encargados de verificar las transacciones de los clientes, que prestan especial atención a localizaciones que pudieran tener restricciones a la hora de realizar operaciones financieras como Rusia; el equipo de ejecución de pagos, pendientes a la buena marcha de los mismos en las más de 130 divisas que manejan; el servicio de atención al cliente, que da soporte al consumidor final mediante el manejo de 20 idiomas distintos; los trabajadores de producto, encargados de la confección de los mismos; los que estudian las directrices de los reguladores; así como otros perfiles más técnicos que se afanan en la seguridad de los servicios en la nube y de la propia empresa.
A nivel formativo, explica Sanchis, principal responsable de este cometido, se ha realizado un refuerzo total mediante novedades como la construcción de un auditorio, en la segunda planta, que acoge en su seno jornadas de formación para seguir desarrollando productos o capacidades de venta, entre otras habilidades; aunque también se aprovecha el espacio para realizar dinámicas de grupo y conferencias de temas sociales; la última en este sentido, una charla sobre el cáncer de mama a la que asisten trabajadores de la oficina de Málaga, Madrid y Barcelona (estos últimos en remoto). El resto de planta, cabe añadir, se configura como un espacioso comedor. Asimismo, la compañía ha querido seguir la línea continuista de su anterior espacio, habilitando 250 metros cuadrados de la azotea para realizar eventos internos, con vistas a la ciudad.
Toda una serie de novedades que, a tenor de la política de expansión de Ebury y la Málaga tecnológica, no vendrán solas.
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