FASCINANTE CROACIA: Dubrovnik (III)

Me es difícil describir Dubrovnik, me faltan palabras, calificativos con los que expresar la fascinación que me produce esta ciudad de ensueño

Fascinante Croacia: Dubrovnik (I)

Fascinante Croacia: Dubrovnik (II)

Convento de San Francisco de Dubrovnik.
Convento de San Francisco de Dubrovnik. / Gerardo Mora

Málaga/Aquella noche fue de ensueño. Dubrovnik por la noche alcanza todo su esplendor. La cálida luz que ilumina calles y edificios resalta su linaje medieval y la belleza, mesurada y armónica, de una ciudad que, construida sobre su pasado, es la ciudad de todos los tiempos. La ciudad soñada.

Cenamos en uno de esos restaurantes que abren sus terrazas a la gran avenida Placa o, también llamada, Stradun. Bajo un brillante cielo opalino, con una copa de rozulin en la mano, sonaron, procedentes del piano que acompañaba la velada nocturna, las notas de la Barcarola de Los cuentos de Hoffman. “¡Bella noche, oh, noche de amor! / Sonríe a nuestra embriaguez, / noche más dulce que el día. ¡Oh, bella noche de amor!” –sonó en mi alma el estribillo–. En la ópera de Offenbach –recordé– Hoffman se enamora de Olimpia, Stella y Antonia. Yo –sentí– que me había enamorado de la trinidad ragusea: su onírica belleza, su majestuosa monumentalidad y su dulce apacibilidad. Y comprendí, entre los vapores de pétalos de rosa de mi copa, por qué el gran poeta y dramaturgo Ivo Vojnović, nacido en Dubrovnik en el siglo XIX, se preguntaba: “¿Será el paraíso del cielo más bello que este mi paraíso?

Pasado el inicio de la avenida de Placa, la plaza de Poljana Paska Milicevica se cierra, junto a la muralla, con el Convento de Santa Clara. Famoso en Dubrovnik, este monasterio tuvo una convulsa existencia. Construido entre los siglos XIII y XIV, desde 1290 destinó una parte de sus dependencias a orfanato. Fue una de las primeras instituciones del mundo destinadas al cuidado de los niños abandonados. Filippo Diversi, que fue un erudito y escritor italiano del siglo XV, en su obra Descriptio de Ragusa habla de la humanidad habida en esta iniciativa de Dubrovnik que contrastaba con el resto de Europa, donde los niños nacidos de relaciones extramatrimoniales eran ahogados por sus propias madres impulsadas por la vergüenza. Las autoridades de la República asignaban un tutor a cada niño abandonado. Tutoría de obligada aceptación bajo pena de multa.

Convento de San Francisco, Dubrovnik.
Convento de San Francisco, Dubrovnik. / Gerardo Mora

En el siglo XV, por motivos de capacidad, dado que la cantidad de niños extramatrimoniales era cada vez mayor, el Concejo decidió establecer un orfanato estatal. Así que se trasladó frente al monasterio Franciscano y se le bautizó como Ospitale della Miserikordia. Allí se recibían a los niños a través de un torno que preservaba la identidad del abandonante y del abandonado.

Por otra parte, el monasterio se convirtió en una especie de prisión para las hijas no primogénitas de la nobleza que, al no recibir dote para casarse eran obligadas a profesar de monja. Como la profesión religiosa no era siempre aceptada de buen gusto, para evitar que escaparan, tuvieron que reforzar con rejas y muros, puertas y ventanas de todo el convento. Tal era la vida para estas mujeres que una de ellas, Agneza Benesa, provocó un incendio en 1620. Fue condenada a cadena perpetua pero consiguió escapar de la prisión del Palacio Rector. El Convento, que sufrió graves daños en el terremoto de 1667, también fue, por designio de Napoleón, establo y depósito de municiones. En la actualidad tiene usos culturales.

Confieso que me es difícil describir Dubrovnik, me faltan palabras, calificativos con los que expresar la fascinación que me produce esta ciudad de ensueño. Y creo que eso le ha pasado a todo el que ha intentado describirla. Unos con mejor fortuna que otros, pero todos hemos coincidido en que “Esta cuidad se describe a sí misma con su existencia. Sobre Dubrovnik es imposible hacer relatos, a Dubrovnik hay que verlo y vivirlo, sentirlo y escuchar su propia historia relatada por sus calles y plazas, sus museos, casas y palacios; sus iglesias y monasterios, sus palomas y golondrinas, sus cipreses, murallas, mar y alta mar”, como escribió el poeta y escritor chileno de ascendencia dálmata, Andrés Morales Milohnic.

Placa, nombre de origen griego, quiere decir en latín platea y calle o avenida en español. Stradun tiene su origen en los venecianos y quiere decir callejón. En cualquier caso, usemos uno u otro nombre, estaremos refiriéndonos al lugar de encuentro de raguseos y visitantes, al eminente paseo, al principal centro comercial y de ocio, al espacio donde “ocurre todo”, en definitiva, el centro de gravitación existencial de Dubrovnik. Esta gran avenida que divide en dos a la ciudad amurallada, fue en sus orígenes el nexo de unión de dos asentamientos. Nació de la colmatación de un istmo marino poco profundo que separaba la población insular donde se asentaron los habitantes huidos de la antigua Cavtat por la invasión de los ávaros y otra, continental, al pie de las colinas, donde se asentaron los otros pueblos eslavos. Su nacimiento fue en el siglo XI, cuando las dos poblaciones fueron abrazadas por un mismo muro.

Ya hemos mencionado en diversas ocasiones el gran terremoto que en 1667 causó estragos en Dubrovnik. Fue a partir de esa fecha que Placa se reconstruyó con una fila, a cada orilla de la calle, de palacetes de piedra perfectamente uniformados de barroco. Todos iguales, en altura, plantas y diseño de fachadas, con tiendas a nivel de calle, reflejo de la preocupación de los rectores municipales por el comercio. La avenida de Placa, arteria principal de la ciudad, que enlaza las tres puertas del centro histórico amurallado, quedó así escoltada por los austeros, pero armónicos y cadenciosos, edificios barrocos. Placa se convirtió en uno de los símbolos de la, entonces, República de Ragusa. Así la seguimos disfrutando en la actualidad.

A la izquierda, conforme entramos en Placa, tras dejar atrás la Puerta de Pile, corre, paralela a ella, la avenida Prijeko y, perpendiculares a ambas, nos encontramos con una serie de calles que bajan paralelas desde las murallas que dan a las colinas. Son calles hermosamente atractivas con empinadas y estrechas escalinatas. Entre ellas nos asombraremos con edificios tan singulares como la iglesia Sigurata o iglesia de la Transfiguratio Domine Jesu Christi, de los siglos X-XI, prerrománica con fachada gótica, de una sola nave. Fue reformada en el siglo XVII añadiéndosele las naves laterales y la fachada barroca actual. Se construyó sobre un templo del siglo VI del que se conservan algunos restos. También nos deleitará, pegada a la muralla, medio oculta, la iglesia de San Jakov, íntegramente reconstruida después de 1667 en estilo barroco, y más adelante, San Nikola, originalmente prerrománica pero reformada, naves y fachada, en el siglo XVII. La espadaña data de 1607. Y, dentro de la misma zona en la que nos encontramos, a la izquierda de la avenida Placa o Stradun, podremos pasear y contemplar, con interés y cierto sentimiento de aflicción, el barrio judío (Zudioska), que nació allá por el año 1546 cuando allí se establecieron los españoles sefarditas expulsados de España. En este barrio todas las casas están comunicadas entre sí y, a su vez, con la Sinagoga (siglo XVI) que es una de las más antiguas de Europa.

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