Fascinante Croacia: Split (I)

El Jardín de los Monos

Nada más acercarse a la entrada de la ciudad se respira el ambiente embriagador de su fascinante historia

Diocleciano murió en el año 312 y, aunque se da por hecho que fue muerte natural, siempre rondará la incógnita de su posible suicidio

Fascinante Croacia: En un principio fue Salona

Estatua del obispo Gregorio de Nin.
Estatua del obispo Gregorio de Nin. / M. H.

EL centro histórico de la ciudad de Split está delimitado por las murallas del palacio del que, según Indro Montanelli, fue el último verdadero emperador romano. Nada más acercarse a la entrada de la ciudad se respira el ambiente embriagador de su fascinante historia. Al cruzar sus muros y entrar en el recinto, Diocleciano parece estar presente cultivando coles en su huerto. En los últimos años de su vida, abatido por la enfermedad y la depresión sobrevenida al ver fracasada la tetrarquía, tuvo tiempo de vivir como su gran amigo Maximiano, tras un tercer intento de recuperar el trono de Occidente, fue obligado a suicidarse y condenado a la damnatio memoriae (destrucción de toda memoria), todas sus imágenes y estatuas fueron destruidas incluidas las del palacio. Diocleciano murió el 3 de diciembre del año 312 y, aunque se da por hecho que murió de muerte natural, siempre rondará por la consciencia de Split la incógnita de su posible suicidio. Lo que no pudo ver, y le hubiese dado una gran alegría, fue que en 1979, la UNESCO declaró su palacio Patrimonio cultural de la Humanidad y que, además en 2013, iba a ser elegido como escenario de la cuarta temporada de la famosa serie televisiva Juego de Tronos.

El palacio es de planta rectangular (180 x 215 metros) y es denominado así más por su destino residencial que por su construcción fortificada, con muros de 28 m de altura por 2 m de grosor. Aproximadamente, el 50% del espacio estaba dedicado a residencia imperial y la otra mitad a guarnición militar. El lado sur, que da a una bahía de la pequeña península en la que se asienta, es el único que no está fortificado y presenta, en su planta superior, una galería con arcos de una excelente factura constructiva que lo diferencia del adusto muro defensivo de los otras tres fachadas. A este frente marítimo se asomaban los apartamentos de Diocleciano. Imagino al viejo y abatido emperador, mirando fascinado su zafiro adriático, mientras acuden a mi mente los versos de Cernuda: “Como una vela sobre el mar / resume ese azulado afán que se levanta / hasta las estrellas futuras, /hecho escala de olas / por donde pies divinos descienden al abismo,…”. En este lado sur que da al mar está la Puerta Aenea o Puerta de Bronce. Más pequeña que las otras tres, es la puerta de servicio destinada a la salida del emperador hacia los botes o a la entrada de mercancías procedentes del mar.

Las puertas se abren en el centro de cada fachada y se comunican mediante las dos vías principales típicas del urbanismo romano: el decumanus maximus (de norte a sur) y el cardo maximus (de este a oeste). Si en el lado sur, como ya hemos dicho, se abre la Puerta Aenea, el decumanus (Dioklecijanova ulica o calle Diocleciano) la enlaza con la puerta principal del palacio que es la Puerta Áurea. En tanto que el cardo maximus (Kresimirova ulica y Poljana Kraljice Jelene) enlaza la Puerta Ferrea con la Puerta Argentea. El diseño acoge en perfecta armonía las características de la villa romana y del castrum militar.

Entramos al palacio, centro histórico de la ciudad, por la Puerta Aenea. A Split, o mejor dicho, al palacio imperial construido por Diocleciano para pasar las vacaciones veraniegas pero con la vista puesta en residir en él una vez alcanzado el estatus de emérito, lo mejor que le pudo pasar fue que, unos cuantos siglos después, con la destrucción de Salona, se convirtiese en la ciudad de la población salonita huida de los guerreros eslavos y avaros. Gracias a ellos podemos disfrutar del palacio lleno de vida y alegría. Un palacio que ha ido transformándose y creciendo continua y armónicamente, como una sinfonía aún inacabada. En él nos vemos inmerso en una arquitectura romana que baila estrechamente abrazada y en consonancia con otros estilos arquitectónicos que van desde el medieval románico y posterior gótico, al renacimiento, el barroco, el modernismo y hasta la actualidad sin perder el paso ni un solo momento. Dentro de las murallas del palacio fortificado y fuera de él, porque Split se ha ido metamorfoseando con las diversas ciudades que están contenidas y se contienen en ella misma.

Una vez dentro del palacio, antes de comenzar a recorrer la Dioklecijanova ulica, nos vamos a encontrar con todos los elementos arquitectónicos propios de una villa romana. El tablinium o despacho de trabajo y recepción de clientes para los negocios del pater familias, el vestíbulo o antecámara de planta circular con una cúpula, el pórtico que da paso a los aposentos imperiales y el peristilo o patio central del palacio que, como un claustro, nos ofrece una deliciosa columnata cubierta con arcos, entre la que se han colado dos palacios, uno gótico y otro barroco, perfectamente armónicos desde su origen. Es curioso ver cómo en Croacia, donde quiera que vayamos, impera una armonía exultantemente bella. Split nunca fue planeada. Nació como nace una rosa y, conforme fue creciendo, como la rosa, fue mostrando su belleza y aumentando su fascinación.

Conforme vamos acercándonos a la Puerta Áurea, en los alrededores del decamanus maximus, nos encontraremos con el Muzej grada Splita (Museo cívico de Split). Una casa del siglo XV construida por el célebre arquitecto croata Jorge el Dálmata. Destacan elementos como la puerta, la logia, la gran sala de la primera planta y el techo de madera. La colección permanente muestra documentada la interesante historia de la ciudad desde el siglo XII al XVIII. En la misma calle de Diocleciano está el palacio Agubio, del arquitecto veneciano (naturalizado croata) del siglo XV, Andrea Alessi, en el que hace un alarde de maridaje arquitectónico con los elementos góticos de la portada y los renacentistas del patio. Llegados a los jardines adyacentes a la Puerta Áurea, podemos ver los restos de Santa Eufemia, iglesia destruida por un incendio, junto al anejo convento benedictino, en 1877. No obstante se conserva el campanario y la capilla de San Arnir, aquél renacentista y ésta, obra del arquitecto dálmata Giorgio Orsini, gótico-flamígera. Es preciosa la capilla de San Martín del siglo XI, situada en el corredor del muro, encima de la puerta. Y, frente a ella podremos admirar la icónica estatua del obispo Gregorio de Nin, obra del escultor croata Ivan Mestrovic. Gregorio, obispo de la ciudad de Nin (condado de Zadar), del siglo X, a la vista de que el pueblo no se enteraba de nada en las celebraciones de los servicios religiosos, porque se hacían en latín, introdujo en ellos el idioma croata y, además, impulsó la escritura glagolítica. Según dicen los splitenses, frotar el dedo del pie de la estatua del obispo trae buena suerte, con lo que han conseguido que todos los visitantes de Split contribuyan al brillo y esplendor del dedo gordo del pie izquierdo episcopal.

El gran escritor bosnio-croata Predrag Matvejevic, tristemente fallecido en 2017, asiduo colaborador en las páginas de la prensa española, en su libro Breviario mediterráneo, decía que: “El Atlántico y el Pacífico son mares de distancia, el Mediterráneo un mar de proximidad, el Adriático un mar de intimidad”. Nada mejor para disfrutar del íntimo Adriático que pasear por el amplio bulevar que transcurre entre el lado sur del palacio y su orilla. Bulevar que, aunque bautizado tras la independencia de Croacia como la obala Hrvatskog Narodnog Preporoda (la costa del Renacimiento de la Nación Croata), se le conoce más como La Riva. La animación en este maravilloso y atractivo bulevar es constante y en él se comparte un benéfico sentimiento: las ganas de vivir. A orillas del etrusco Adriático, allí convertido en el croata Jadransko more, también conocido como el mar de Cronos (en las Argonáuticas de Apolonio de Rodas) o el golfo de Rea (Equa Cronium, ′yegua de Cronos′ por Rea, su hermana y esposa), sentado en uno de los tantos bares que allí disfrutan de los ardientes atardeceres, es fascinante el placer de sentir la brisa marina como un susurro del dios o un beso de la diosa. Y sublime si, a la vez que se percibe esa acariciante brisa, se degusta una copa de mrtina, el licor típico de la isla de Hvar. Una especie de grappa oscura con un delicioso retrogusto amargo que le da la mirra. Esto es Split, la capital del Olimpo dálmata, donde uno se embriaga con el hedonismo croata disfrutando de atardeceres únicos en los que el mar y el cielo se visten de púrpura.

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