Hablar bajito en 'Malaka'
Televisión
Criticar por criticar está feo
Guantazos de madre
En el año 1957, John Edward Poynder Grigg, lord Altrincham para los amigos, desató una verdadera tormenta sobre el palacio de Buckingham -y, consecuentemente, lo que hoy sería una shitstorm sobre su propia cabeza- al publicar una serie de artículos donde criticaba la actitud de una por entonces joven reina Isabel y, en general, de la monarquía británica.
En resumen lord Altrincham venía a decir que la institución no avanzaba con los tiempos y se quedaba atrincherada detrás de los muros de la tradición y el inmovilismo, demasiado alejada del ciudadanos inglés común (vayamos a saber qué es esto).
Ante ello, el noble fue vilipendiado, tachado de traidor e, incluso, se llevó un tortazo con la mano abierta por parte de un miembro de la Liga de Leales del Imperio, los cuales votarían sí y mil veces sí al Brexit y cuantas veces hicieran falta.
Pero la intención de este noble inglés no era, como canta Fangoria, criticar por criticar, sino que buscaba señalar los errores que precisamente creía que arrastrarían a la monarquía británica a su desaparición. Vamos, que lord Altrincham no estaba cometiendo traición, sino todo lo contrario: buscaba acabar con los tropiezos de una institución que para él, en ese momento, debía sobrevivir y representar un papel cada vez mayor en los asuntos de la Commonwealth y el mundo. Lord Altrincham quería poner su grano de arena para que se rectificara una interminable sucesión de despropósitos.
Este episodio histórico queda reflejado en uno de los capítulos de The Crown, la serie sobre la corona británica producida por Netflix y de la que precisamente en estos días se están rodando en Málaga escenas para su nueva temporada.
Pero ¿a qué viene todo esto? Pues todo esto nos sirve para ilustrar una máxima que se aprende con la edad: la que nos dice que hay numerosas ocasiones en las que cuando alguien nos está señalando un defecto, un error o criticando un aspecto de nosotros mismos, lo hace porque nos aprecia.
Esta es una lección que en menor o mayor medida todos conocemos, aunque hay otras veces en las que el orgullo, el ego o lo que sea, nos impide recordarla y entonces es cuando cogemos esas críticas y las transformamos de manera automática en una afrenta personal.
Y eso pasa mucho en Málaga. A un sector de la población le gusta señalar a aquellas personas que, a su vez, señalan los que creen que son los mayores problemas de la ciudad. Muchos vecinos de la capital no dudan en entregar el carnet de malos malagueños a esos traidores a la patria chica, esos singracias que sólo ven lo malo de Málaga, esos malapipas listillos a los que les encanta tirar la ciudad y su imagen por los suelos... Los señalan y los meten en el saco de los majarones que nunca están contentos con nada. Saco en el que también han metido sin dudarlo a la serie Malaka, como si no fuera otra cosa que una simple y mera obra de ficción.
Hay muchos malagueños que creen que el que alguien señale los problemas de la ciudad es un insulto directo que ellos reciben. Cuestionar a la ciudad es no sólo traicionarla, sino que es cuestionar a todo hombre, mujer y niño malagueño. Aunque en realidad, como ocurre con Malaka, no se esté haciendo nada de esto.
Al parecer el amor se demuestra incondicionalmente, sin fisuras, amando lo que hay sin cuestionarnos nada y contraatacando sin dudar, de manera tajante, lo que se interpreta como un ataque. Por lo visto tenemos que afrontar la ciudad como esos padres que no ven absolutamente nada malo en sus hijos, que les dan siempre la razón, que defienden a ultranza que sus errores no son suyos, sino de los demás.
Sin embargo, el amor más profundo y más real es aquel que se basa en la sinceridad, aquel que mira por el futuro y que nos hace decir la verdad cuando es necesario y por mucho que duela, por muchas piedras que nos vayan a caer.
Cada escena de Malaka demuestra este aprecio sincero: detrás de su ficción, detrás de todo lo que no es real, detrás de lo inventado, está la ciudad, una urbe tratada con cariño y hasta con devoción.
El que se da golpes en el pecho de indignación ante cualquier agravio a su ciudad no es aquel que más la ama. El que más la ama es aquel que conoce los defectos de su ciudad, y siente el deseo de corregirlos para que sea aun más grande.
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