Hermosa Sicilia (XVII): El sur de Trinacria (I)
EL JARDÍN DE LOS MONOS
Los griegos potenciaron la industria del barro con la introducción del torno y consiguieron convertir a Caltagirone en el centro comercial de la cerámica
Hermosa Sicilia XV: La Sicilia profunda I
Hermosa Sicilia XVI: la Sicilia profunda II
La costa mediterránea de Sicilia, en dirección este, acaba en Capo Passero. En este cabo está la ciudad más austral de la isla: Portopalo di Capo Passero. Enfrente está la Isla Capo Passero, coronada por un fuerte de 1607 mandado construir por el rey Felipe III de España. La isla está bañada al suroeste por el Mediterráneo y al noreste por el mar Jónico. O sea, que está justo en el vértice sureste de Trinacria. Hemos llamado sur de Trinacria a la provincia de Ragusa, además de una parte suroeste de la provincia de Catania, otra parte del sureste de la provincia de Siracusa y la provincia de Caltaniseta que dejó de existir como tal provincia en 2015.
La carga histórica de griegos, cartagineses y romanos en Sicilia es tan grande que uno lleva siempre la impresión de que recorrer la isla es como vivir una función de teatro clásico. Pero Sicilia es una caja de sorpresas. Si los clásicos dejaron una impronta indeleble, normandos, árabes y españoles, especialmente éstos con su reconstrucción barroca, tras el terremoto de 1693, configuraron todas las ciudades como escenarios de un gran teatro donde se ofrece el mejor espectáculo del mundo. Si en Taormina, Siracusa, Selinunte o Agrigento asistimos a un festival greco-romano en el que forman parte del elenco los Homero, Tucídides, Aristófanes, Diodoro Sículo, Virgilio, Cicerón, etc., en toda Sicilia, y junto a ellos, asistimos al gran teatro barroco en el que se representan las más excelsas comedias tanto divinas como humanas. Decía el gran escritor Gesualdo Bufalino que su pueblo, Comiso, enclavado en el corazón del sur de Sicilia: “era una especie de Ciudad Teatro, pues desde cualquiera de sus ángulos podía asistir al espectáculo humano: el mercado, la asamblea, la iglesia, el teatro o el cementerio eran los principales escenarios donde se representaba la intimidad colectiva”.
No sé si los españoles fueron conscientes de la teatralización del urbanismo con sus construcciones barrocas, pero lo cierto es que así lo hicieron. El profesor, traductor y editor, Ernesto Baltar, lo describe así: “El estilo barroco siciliano, caracterizado por sus fachadas cóncavas, sus máscaras grotescas, sus escalinatas infinitas, su piedra volcánica y sus balcones de hierro, surgió durante la reconstrucción de la región que siguió al terrible terremoto de 1693. El rey Carlos II, al contemplar la devastación de la zona, impulsó un plan urbanístico de gran complejidad y ambición que rediseñó la vida de las gentes y convirtió su hábitat en una especie de escenario o decorado teatral. Dicho con la rotundidad del aforismo: el Gran Teatro del Mundo, tópico barroco decisivo, se hizo materia en Sicilia”.
Caltagirone es una ciudad que pertenece a la provincia de Catania y que cuenta con cerca de 40.000 habitantes. Fue la primera ciudad que dispuso de un plan urbanístico, de lo que da fe su armonioso casco antiguo, cuyos principales monumentos pertenecen a la reconstrucción barroca hecha por los españoles. Curiosamente la ciudad, desde su más remota antigüedad, hablamos de la prehistoria, estuvo dedicada a la industria cerámica. Por ella es conocida. Los griegos potenciaron la industria del barro con la introducción del torno, traído por los cretenses allá por el siglo X a.C., y consiguieron convertir a Caltagirone en el centro comercial de la cerámica de todo el Mediterráneo. Con los árabes comenzó su máximo esplendor. Perfeccionaron la técnica e introdujeron el vidriado y la decoración con motivos orientales, consiguiendo los colores verdes, amarillos y azules que han llegado hasta nuestros días. Con los españoles llegó a la cerámica caltagironesi la decoración barroca con motivos florales y escudos nobiliarios. De los talleres cerámicos de Castalgirone han salido y siguen saliendo los pavimentos y tejados que adornan iglesias, palacios y edificios de toda Sicilia y otros lugares de Italia y Europa.
Los jardines que enmarcan el Museo de la Céramica ya son en sí un muestrario de formas y colores cerámicos plasmados en el Pabellón de la Música, de estilo morisco, o en la larga balaustrada que bordea el paseo denominado Vía Roma, o en el llamado Teatrino, un mirador del siglo XVIII, sobre la ciudad que tiene forma de pórtico y está precedido de terrazas y escaleras que nos llevan hasta la entrada del Museo de la Cerámica. Aunque de indudable interés, no es necesario entrar al museo para disfrutar de extraordinarias piezas cerámicas, ya que la ciudad nos las ofrece por doquier, como en la casa de Benedetto Ventimiglia, un maestro ceramista del s. XVII, con su exquisita terraza y balcón. Frente a la barroca iglesia de S. Francesco d’Assisi, que sustituyó a un templo gótico del s. XIII, se encuentra el puente de San Francisco, desde el que pueden contemplarse tanto el mar Tirreno al norte, como el mar Mediterráneo al sur. La catedral de San Giulano, construida sobre la precedente normanda y reconstruida en el s. XX, nos sirve de referencia para contemplar notables edificios a su alrededor, como el Monte delle Prestanze, la Corte Capitaniale o el Palacio Senatorio.
Pero lo que más llama la atención de toda la ciudad es sin duda la Escala de Santa María del Monte. Con sus 142 escalones, une la ciudad antigua, situada sobre una colina, con el ensanche renacentista realizado en 1608. Hoy día, la escalera, remozada a mediados del s. XX en piedra de lava, está decorada, cada escalón con motivos distintos, diseñados por los mejores ceramistas locales. El conjunto es espectacular y se ha convertido en el lugar más visitado de la ciudad, escenario de todos los eventos y festejos y, especialmente en las noches veraniegas, punto de encuentro de toda la juventud. Al comienzo de la escalera se encuentra la iglesia de San Giuseppe y arriba del todo la iglesia de Santa María del Monte que era la antigua catedral. Fue reconstruida en el s. XVIII y contiene la famosa y milagrosa Madonna Canadomini, talla bizantina del s. XII.
La iglesia de San Giacomo, fue dedicada por el normando Roger I de Sicilia al apóstol Santiago el Mayor por su victoria sobre los árabes. Parece ser que, como en España, también Santiago era Matamoros para los normandos. La construcción actual es del s. XVII y es curioso que la iglesia guarde en una capilla, junto a una importante estatua de Santiago, una urna de plata con las reliquias del santo. Está claro que hubo huesos de Santiago para repartir entre Castalgirone y Compostela.
Ya en la costa nos encontramos con la ciudad de Gela, aquella que fue metrópolis de Agrigento. Llegó a ser una colonia dórica (fundada en el 690 a.C.) esplendorosa, pero cuando el tirano Gelón venció a los cartagineses en la batalla de Himera en el año 480 a.C. y conquistó Siracusa, trasladó allí la capital y dio comienzo su declive. Posteriormente fue arrasada por los cartagineses y después por los agrigentinos. Fue abandonada hasta que Federico II, III de Aragón, en el año 1230 la refunda con el nombre de Terranova. El 1927 volvió a tomar su nombre griego. Recordemos que aquí murió el dramaturgo griego Esquilo de un tortugazo en la cabeza, al confundir un águila su calva con una roca con la que partir el caparazón del quelonio. La ciudad merece la pena para los amantes de la historia y el arte clásico. Se conservan las primeras murallas, las más importantes sobrevividas del mundo griego. El Museo Arqueológico Regional es una joya que ofrece importantes piezas procedentes del entorno y del mar. Junto al Museo están los vestigios de la acrópolis con restos de edificios arcaicos y dos templos dóricos. Es notable, por las murallas, visitar la zona arqueológica de Capo Soprano.
Camino de Ragusa nos vamos a encontrar con el pueblo de Comiso, antigua colonia de Siracusa fundada en el año 643 a.C. Comiso nos ofrece un centro urbano con notables edificios y algunas infraestructuras como la Fuente de Diana que recogía las aguas destinadas a alimentar los baños romanos. Pero lo más interesante, por lo que ya la hemos citado anteriormente, es que Comiso es la cuna del grandísimo escritor Gesualdo Bufalino, descubierto y difundido por otro literato de los grandes que ha dado Sicilia, el agrigentino Leonardo Sciascia. De Bufalino me limitaré a repetir las palabras que sobre él escribió el ya citado profesor Ernesto Baltar: “En el fondo, la literatura de Bufalino es como su pueblo: un enorme teatro metafísico, repleto de palabras, imágenes y personas, que podemos identificar con el universo entero”. Es imprescindible leer su opera prima, cuyo título Diceria dell’untore fue traducido, en su edición española, como Perorata del apestado, (Compactos/Anagrama. 1998).
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