Memoria del 37: “Os corresponde decidir en qué país querréis vivir mañana”

Historia

Tres supervivientes del bombardeo de Málaga en la Guerra Civil mantuvieron esta semana un encuentro con alumnos del Instituto Vicente Espinel en el que compartieron sus testimonios, llenos de dolor y esperanza

Otro país, la misma guerra

Rafael Maldonado, Amparo Sánchez Monroy, María Hidalgo Guerrero, Julia del Pino y Manuel Triano Simón, el pasado jueves en el Instituto Vicente Espinel. / Manuela Caparrós

Málaga/Sucede a veces, en contadas ocasiones, que la Historia puede tocarse: por un momento deja de ser una materia almacenada en los libros para encarnarse en personas con nombres y apellidos cuyos testimonios adquieren el valor propio de la fuente primigenia. En lo relativo al bombardeo de Málaga que empezó el 7 de febrero de 1937, la implacable lógica del tiempo reduce cada año esta posibilidad. Pero esta semana, apenas unos días antes del 86 aniversario del crimen, tres supervivientes mantuvieron un encuentro en el IES Vicente Espinel (Gaona) ante un grupo de estudiantes que pudieron constatar el valor de la Historia contada a viva voz. El acto, organizado con la colaboración de la Asociación Sociocultural La Desbandá, contó con la presentación de la directora del centro, Julia del Pino, y del profesor e historiador Rafael Maldonado, y no escatimó en momentos de gran emoción. Antes de la intervención de los protagonistas, Maldonado expuso a sus alumnos las claves fundamentales del episodio, el asedio y el ataque directo de las fuerzas franquistas, italianas y alemanas a la población civil, abandonada a su suerte por el Gobierno de la República; la llegada de otros muchos refugiados a la capital desde Marbella, Ronda y otros municipios de la provincia; las amenazas de Queipo de Llano, la agonía de quienes huían con lo puesto y perdían a sus familiares en el camino, la incertidumbre de quienes buscaron protección en la Catedral, las bombas arrojadas y los disparos arbitrarios, el embudo cada vez más estrecho en que se convirtió la carretera de Almería, el cerco asesino de Motril, la figura de Norman Bethune, la marcha prolongada hasta Almería y después en muchos casos hasta Alicante, Barcelona, Francia. La conclusión parecía después servida de antemano, pero se dio a la manera de la mayor convicción: es imprescindible recordar, conocer, estudiar, investigar y volver a esclarecer, siempre, sin descanso, para evitar que una tragedia semejante se vuelva a repetir. Y si algo aprendieron los estudiantes es que la democracia, la nuestra, cualquier democracia, es un sistema suficientemente frágil y merecedor por tanto de la mayor protección ante las tentaciones totalitarias.

Imagen de la huida de Málaga tomada por el fotógrafo Hazen Sise. / BNE

María Hidalgo Guerrero había nacido en Málaga en abril de 1931. Vivía con sus padres y sus hermanos en la Carretera de Cádiz. “Aquella mañana me levantaron a toda prisa de la cama y salimos corriendo. Yo tenía cinco años y no entendía nada”, cuenta María, cuyos recuerdos de la huida ya en la carretera de Almería son estremecedores: “Nos arrojaban bombas todo el tiempo. Vi a gente caer a mi alrededor. En un momento me di cuenta de que estaba pisoteando a gente que había caído, de que tenía que pisarlos para seguir avanzando. No sabía si estaban vivos o muertos. Era muy difícil dar un paso. Cuando nos arrojaban las bombas nos tirábamos a la caña dulce para protegernos. Un niño que iba en un camión se tiró en marcha cuando vio a su familia. Se rompió una pierna, pero recuperó a los suyos. Ahora, cuando cuento estas cosas a mis nietos, no me creen. Me dicen que es imposible que pasara algo así. Mis propios nietos se niegan a pensar que esta tragedia fuese posible. Pero pasó, ya lo creo que pasó”.

María Hidalgo: "Ahora, cuando cuento estas cosas a mis nietos, no me creen. Me dicen que es imposible que pasara algo así"

La huida de María se prolongó hasta Almería, pero su testimonio resulta especialmente válido a la hora de atestiguar una de las peores tragedias asociadas al bombardeo: la separación que sufrieron muchas familias. “Además de los italianos, estaban los moros. Cuando ya nos acercábamos a Motril, uno de ellos se acercó a mi madre. La atendió bien, le dijo que lo mejor que podía hacer era dar la vuelta y regresar a Málaga. Ella le hizo caso, pero para entonces a los demás nos habían arrastrado y seguíamos hacia Almería. Nos perdimos de vista y nos separamos. Nos quedamos en Almería tres años, y durante todo este tiempo pensamos que mi madre había muerto. Cuando pudimos volver a Málaga nos reencontramos con ella, pero habíamos perdido todo lo demás”. La experiencia de María es reveladora también respecto a la situación en que se encontraron muchos de quienes volvieron a Málaga tras haber participado en la huida: “En mi casa no se hablaba de lo que había pasado. Mis padres nos lo prohibieron. Después supe que tenían miedo de que los tomaran por rojos sólo por haber salido a pie bajo las bombas. Entendían que el precio que podía pagar si la gente se enteraba era muy caro. Incluso me metieron en un colegio de monjas. Lo que quedó después, ya se sabe. Yo fui una de eso que llaman la juventud perdida. Con Franco, las mujeres no contábamos nada, no éramos nadie, sólo servíamos para estar en la casa, tener hijos e ir a la iglesia”.

Manuel Triano Simón nació en agosto del 36 en Rincón de la Victoria. Sus padres lo llevaron en brazos cuando sólo contaba seis meses de edad en una huida que se prolongó hasta Alicante. “No tengo recuerdos directos, pero sí los testimonios de mi familia. Mis padres empaquetaron lo que pudieron y salieron corriendo conmigo en brazos y con otros dos hijos. Llegaron a Almería y decidieron continuar hasta Alicante. Allí nos quedamos hasta que terminó la guerra, primero en una cueva, luego en una vivienda que nos proporcionó alguien”. A partir de aquí, sus recuerdos son también reveladores de la suerte que a menudo tuvieron que afrontar los supervivientes una vez terminada la contienda: “Nosotros volvimos al Rincón, pero supongo que mis padres no se sentían seguros después de haber pasado años fuera, así que nos trasladamos a Algeciras, donde resido en la actualidad. La policía política rondaba a menudo, así que no tuvimos más remedio que transigir con muchas cosas, como la instrucción de la Falange cuando iban a los colegios”. Visiblemente emocionado, Manuel aporta sus conclusiones al respecto: “Quienes hicieron aquello tenían claro que a su idea de España le sobraban la mitad de los españoles, así que vinieron a por nosotros. Murieron miles en aquella carretera. A veces me dicen que es mejor olvidar, pero yo ni olvido, ni perdono. No olvido porque hay que recordar aquello para que no vuelva a pasar. Y no perdono porque ni quienes cometieron el crimen ni sus herederos han mostrado arrepentimiento. Si lo mostraran, a lo mejor me lo pensaría”.

Manuel Triano: "Ni olvido, ni perdono. Ni quienes cometieron aquel crimen ni sus herederos han mostrado arrepentimiento"

Con su delicioso acento francés, sus enormes ojos muy abiertos y su porte elegante, Amparo Sánchez Monroy nació en Málaga hace 85 años. “Que no os engañe mi acento: ésta es mi tierra”, advierte ante un auditorio de estudiantes entregados. “Yo nací en Málaga en plena Guerra civil, pero mi desbandá es otra: la que tuvo lugar en Barcelona en febrero del 39, cuando la defensa de la ciudad se dio ya por perdida. Mi familia se trasladó allí poco después de nacer yo. Mi padre era oficial del Ejército Republicano y en la Segunda Guerra Mundial luchó en las fuerzas de De Gaulle contra los nazis. Mi madre formó parte de las Juventudes Socialistas y del Socorro Rojo. Franco había afirmado en una entrevista que no dudaría en fusilar a media España si fuese necesario, así que mis padres tenían que escoger entre el exilio y la muerte. Y optaron por el exilio”. Amparo huyó con su familia a Francia en una odisea a pie similar a la que dos años antes había sucedido en Málaga, “bajo las bombas, en una situación muy difícil. Dijeron que habían abierto la frontera, pero en realidad fue la gente que huía la que presionó hasta abrirla. Contábamos con que el pueblo de Francia nos acogería y auxiliaría, pero lo que encontramos a nuestra llegada fue muy distinto”.

Exiliados españoles en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer (Francia), en 1939. / Hulton-Deutsch

Lo que encontró la pequeña Amparo con su familia al cruzar la frontera fue la crueldad de los campos de concentración en los que Francia aprisionó a los refugiados españoles que huían de la guerra. Su primer destino fue el campo de Argelès-sur-Mer, donde fueron a parar miles de exiliados españoles y donde cientos de ellos murieron “en condiciones muy duras, expuestos al frío, a las enfermedades, sin abrigo en pleno invierno y muertos de hambre. El campo de Argelès estaba dividido en dos, el civil y el militar. Encerraron a mi padre en el militar y a mi madre, mi abuela y a mí en el civil. Sólo podíamos vernos un rato cada día a través de una alambrada. Hasta que un día, pasados unos meses, vinieron unos camiones y nos llevaron a mi abuela, a mi madre y a mí a otro campo. Separaron a todas las familias. Cuando aquel día no nos vio, mi padre preguntó dónde estaban su mujer y su hija, pero nadie le dio explicaciones. Estuvimos después en otros campos en distintas regiones de Francia. Cumplí dos años en una antigua cárcel destinada en su origen a los soldados alemanes durante la Primera Guerra Mundial”.

Amparo Sánchez: "En sus campos de concentración, que eran campos de castigo, Francia trató a los exiliados españoles como a criminales"

Amparo subraya que los campos de concentración eran “campos de castigo. Se trataba a los exiliados como a criminales”. La crueldad con la que Francia acogió a los refugiados españoles tras la Guerra Civil constituye otro episodio histórico no menos merecedor de esclarecimiento, cuestión además prolongada durante la Segunda Guerra Mundial, en la que, como el padre de Amparo, muchos españoles lucharon por la liberación de Francia contra la Alemania de Hitler: “Tuvimos que enfrentarnos a los insultos, al racismo y la xenofobia con la que gran parte de la sociedad francesa trataba a los españoles. Así se portó con nosotros el país que hizo bandera de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Sin embargo, al mismo tiempo, Francia nos dio una oportunidad a través de la escuela, pública y laica”. En 1956, a sus 18 años, Amparo regresó a España, esta vez a Toledo, para continuar sus estudios, pero el recibimiento fue similar: “Quería estudiar en el que seguía siendo mi país, pero de inmediato fui tachada de roja. No tenía derecho a nada. La BPS (Brigada Político-Social) me interrogó varias veces. Y Toledo era un pueblo muy pequeño. Todo se sabía. Era muy difícil ser español en aquellos tiempos”. Su destino, por tanto, siguió estando ligado a Francia.

Para terminar su intervención, Amparo se dirige a los alumnos en un tono más serio, aunque no menos amable: “Es importante que los jóvenes sepáis que la democracia es frágil. Y que ahora os corresponde reflexionar y decidir en qué país querréis vivir mañana”. La memoria, de nuevo, se compone en tiempo futuro.

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