Investigadores de la UMA crean un panel solar hecho con los residuos del vino

I+D+i

Los colorantes que resultan del proceso de filtrado del vino tienen propiedades absorbentes de la luz solar y pueden sustituir al silicio de las placas comerciales

Un grupo del departamento de Química Inorgánica realiza el proyecto con un gran viñedo italiano que va a patentar los resultados del estudio

El catedrático Enrique Rodríguez Castellón en un laboratorio de la Universidad de Málaga.
El catedrático Enrique Rodríguez Castellón en un laboratorio de la Universidad de Málaga. / Javier Albiñana

Málaga/En la hacienda Serena, una de las principales productoras mundiales del vino espumoso italiano prosecco, se facturan 88 millones de euros. Elaborar el caldo de más de 15 millones de botellas al año genera toneladas de residuos que, hasta el momento, se desechaban sin más. A partir de ahora pueden tener una nueva vida. Un grupo de investigación del departamento de Química Inorgánica de la Universidad de Málaga elabora con esta empresa un proyecto de I+D+i para convertir estos materiales inservibles del vino en células solares fotovoltaicas y producir energía.

“En el proceso de elaboración del vino, para quitar turbidez, se le añade una arcilla que clarifica el caldo, se trata de un filtrado, no es un tratamiento químico, pero queda un residuo que, en una fabricación tan grande como la de esta empresa, se cuenta por toneladas”, explica Enrique Rodríguez Castellón, catedrático de Química Inorgánica de la Universidad de Málaga. “Propusimos un proyecto a esta empresa para extraer el colorante, que se utiliza para construir una célula solar fotovoltaica que transforma la luz del sol en energía eléctrica”, agrega el investigador.

Sus años de experiencia en la valorización de residuos le llevó a estudiar los componentes de este feccia de merlot cabernet e idear qué poder hacer con esta especie de pasta sobrante. “Se trata de un gel que tiene sólido y líquido absorbido, que es muy rico en colorantes, en taninos, polifenoles, fundamentalmente”, indica el profesor Rodríguez Castellón. Este residuo se centrifuga y del sólido que queda se extrae el colorante, que es líquido y se aplica como una especie de pintura sobre una placa de óxido de titanio nanoporoso. Sus propiedades de absorción de la luz lo hacen especialmente bueno para construir paneles solares.

“Eso supone valorizar un residuo, darle una aplicación en un sistema para obtener energía limpia”, cuenta el catedrático, que presentará junto a la empresa la patente en unos quince días. La firma italiana será la dueña de esta investigación que se ha realizado gracias, en una gran parte, a fondos sociales europeos. Se trata de un proyecto de un año y sus primeros resultados se presentaron en abril en Vinitaly, la feria internacional más importante de Italia, que tuvo lugar en Verona.

El investigador con una muestra de residuos del vino utilizado en el estudio.
El investigador con una muestra de residuos del vino utilizado en el estudio. / Javier Albiñana

“Fue la sensación científica del congreso, salió en todos los medios de comunicación, ha tenido mucha repercusión”, comenta Rodríguez Castellón, al tiempo que afirma que están a la espera de ampliar el proyecto para poder construir un panel mayor. “Ahora mismo se ha hecho un estudio científico, a escala pequeña, y se ha comprobado su funcionalidad”, afirma el investigador de la UMA. Y agrega que las células fotovoltaicas normales son de silicio, material que se tiene que obtener por métodos químicos. “Así que de esta manera supone el aprovechamiento de un residuo de la producción del vino”, apunta.

De momento, según indica el catedrático, tiene un rendimiento menor que una célula comercial, por lo que se necesitarían más paneles para conseguir la misma cantidad de energía. No obstante, supondría darle una nueva vida a un excedente condenado al vertedero apostando por el modelo de economía circular. “Las propias empresas vinícolas podrían utilizar sus residuos para montar sus paneles solares usando el colorante extraído del residuo”, añade Rodríguez Castellón, cuyo departamento tiene desde hace dos décadas un convenio de colaboración con la universidad pública de Venecia.

La nueva vida de los restos que iban al vertedero

“Nos dedicamos a estudiar lo que tiene un residuo y nos imaginamos en qué lo podemos utilizar según sus componentes, las empresas nos llaman y estudiamos todo su proceso de producción, la legislación les exige el tratamiento de sus residuos y recurren a nosotros”, expone el catedrático. Así, de las plantas de tratamiento de aguas residuales han obtenido absorbentes de malos olores, también han dado una vida útil a los restos de la agricultura y de la elaboración del aceite. “Muchos los estamos utilizando para disminuir el C02 en la atmósfera, que es un tema importantísimo”, apunta.

Otro ejemplo. Tienen elaborado un estudio sobre los residuos de fruta y verdura de Mercamálaga. Éstos se podrían utilizar para mejorar las plantas de tratamiento de aguas residuales, añadiendo a los digestores en los que se degradan las proteínas de los restos orgánicos un residuo orgánico con bajo contenido en azufre y alto contenido en carbono.

“La gente no es consciente de que así no podemos continuar, el cambio climático se está produciendo por la concentración de anhídrido carbónico, los gases de efecto invernadero que hacen aumentar la temperatura y subir el nivel del mar, hay que emitir menos anhídrido carbónico para paralizar el proceso”, considera Enrique Rodríguez Castellón. Y esto no será posible hasta que no se tomen en serio las tres erres: reducir, reciclar y reutilizar.

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