Ciudadano Cohard
Perfil
López Cohard siempre soñó con una Málaga, mejor, a resguardo de esa nueva manada invisible que son los fondos de inversión
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Creo que a estas alturas ya está claro que la historia ni es cíclica ni circular, sino algo más parecido a una brocheta, es decir, un aglomerado de hechos variados ensartados por un eje lineal que simboliza el carácter constante de la condición humana. Encontrar las virtudes de esa condición en los modos y costumbres de hoy es una obligación que hemos de imponernos los viejos si no queremos ser laminados. Y es que, en efecto, hay jóvenes estupendos en nuestras calles que atesoran esas virtudes, templadas, además, en la milagrosa superación de las leyes educativas de nuestra democracia. Pero eso no impide que sigamos admirando las virtudes cuando estas se manifiestan según los cánones del mundo analógico de siempre, ése en el que los mayores hemos sido formados, por ejemplo, las del colaborador de este periódico Juan López Cohard (JLC)
JLC es un economista de las primeras promociones de la universidad de Málaga, izquierdista atemperado por Keynes y por el realismo que impone el ejercicio responsable en la empresa privada. En ella adquirió vitola de buen gestor al frente de firmas de referencia en la economía malagueña, ya saben: esas tres o cuatro empresas que cada cierto tiempo tienen que pagar su mérito empresarial con el amable chantaje de las donaciones, ya sea financiando una colección de libros, colocando un icono en una rotonda o patrocinando una infame exposición de pintura. O sea, lo que se viene llamando colaboración público privada de toda la vida.
Juan ha hecho quedar como Dios a políticos con estos peajes entendidos como contribución social sin contrapartidas, haciendo funambulismo entre la rentabilidad privada y el interés público lo que, en la selva administrativa, sólo está al alcance de un genio que sepa manejar la sofisticada herramienta de la lealtad: lealtad a tu empresa y lealtad a tu ciudad. De hecho aquellos barrios que se han construido bajo su férula son aquellos en los que el espíritu de la vecindad se manifiesta de la manera más expansiva, meridional y auténtica. Juan siempre soñó con una Málaga, mejor, a resguardo de esa nueva manada invisible que son los fondos de inversión.
Y, por su puesto, lealtad hacia sus amigos. Visto por delante Juan va siempre de frente, mostrando un rostro cetrino con surcos de actor característico sacado de un noir de ambiente marsellés o siciliano. Por detrás es más fácil distinguirlo, porque con su garboso panamá JLC es un cuadro de Úrculo.
Juan no es el paradigma de un empresario culto de esos que no tienen por qué jalear la circunstancia de haberse hecho a sí mismos; es simplemente culto porque hizo un buen bachillerato de los antiguos. Lo cierto es que no es muy habitual encontrarse empresarios de éxito que sean capaces de contarte la historia de Roma como lo hizo Asimov, tal y como le recordaba Tamames a Sánchez en la moción de censura. Pero Juan no se detiene en la historia de Roma sino que salta de ella a la ominosa peripecia del pueblo cátaro cuya sangre regó los campos del Languedoc, de Albi, o de Carcassone.
JLC ha estado publicando esta historia a lo largo de varias entregas en estas páginas para disfrute de los que, aficionados a los viajes, tuvimos la buena idea de guardarlas desde el primer número. Como lo estamos haciendo ahora con sus entregas sobre Sicilia, tan española y tan poco normanda, aunque haya algunos palermitanos que prefieran darse más pisto con esta progenie. JLC domina con maestría la elaboración de esas entregas, amenas en su escritura, certeras en el dato y envolventes en la recreación del paisaje y su tiempo. Pura literatura de viaje que parece salida de los anaqueles de Mapas y compañía, la prodigiosa librería de Puerta Nueva. Estas entregas tienen la doble dimensión de los cuadernos de bitácora: el registro fiel de lo acaecido pero también el aura nostálgica de la aventura. JLC estaba obligado a publicarlas, porque toda vivencia personal tiene una carga pedagógica con la que una sociedad se fertiliza. Pero se me antoja que en estos momentos tienen algo de evasión de la realidad actual, pues JLC, como todo combatiente de la cultura, ante la decadencia de los principios germinales de la izquierda política, ha de refugiarse en una instancia vital, en un mundo propio inmune a la prostitución de sus principios.
Una ciudad es el conglomerado de cosas diversas: paisaje, paisanaje, historia, geografía y las múltiples formas que a lo largo de los siglos han conformado el refugio mítico de Caín. Hoy Málaga es el lifting de una vieja ciudad que nunca fue muy celosa de sus identidades ni agradecida con sus talentos, por más que sean estos, como Juan López Cohard, los que le aportan la sólida urdimbre del prestigio, sin esperar a la chatarrería de los honores.
Juan anda ahora por los dóricos templos de Agrigento buscando tal vez el arca perdida de esa mediterraneidad de la que brota. Pero no está de retiro espiritual, así que si alguno de los miles de cargos públicos que han accedido a los gobiernos necesitan que alguien les explique como nadie los fundamentos de la economía para no hacer el ridículo en los plenos, no tiene más que llamarle y trasegar con él un dry Martini a la salud de Keynes.
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