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Málaga/El proyecto de La Farola tuvo su origen en Bartolomé Thurus, el primero en plantear la edificación de una batería y un faro al final del dique de Levante el mismo año (1717) que Felipe V le encargaba la ampliación del Puerto. Sin embargo, en aquellas obras se instaló una linterna sobre un armazón de madera iluminado con 12 lamparillas de aceite. Y así, durante el siglo XVIII, la idea del ingeniero francés se vio sustituida en numerosas ocasiones por "artilugios provisionales de dudosa efectividad", describe el historiador malagueño Francisco Cabrera Pablos en su libro Joaquín María Pery y Guzmán y aquella Málaga que fue (1800/1835). No pocos accidentes lamentables ocurrirían en la bahía malagueña hasta que en 1814 la junta de obras reales encargara al ingeniero naval Joaquín María Pery la construcción de este símbolo de la ciudad.
La edificación costó alrededor de 400.000 reales, o lo que es lo mismo: 600 euros hoy día -el salario mínimo interprofesional-. En principio, el Consulado y la Junta de Comercio de Málaga pusieron a disposición de la Junta de Obras 150.000 reales, pero dicha cantidad no fue suficiente. La situación económica de la mayoría de las instituciones y ciudadanos, después de una guerra contra Francia tan costosa y larga, seguía siendo difícil en aquella España devastada. La solución pasó por pedir fondos a los señores de negocios más pudientes, que aportaron 25 doblones por cabeza a fin de contribuir al coste de los platillos que han de hacer para el fanal -detalle de la lente de la lámpara del faro- del puerto.
Mientras tanto, ladrones de poca monta, bandidos y mendigos se dedicaban a la construcción del querido monumento. Ningún secuestrador o asesino -los llamados delitos de sangre- se contaba entre las filas de la brigada encargada de levantar la señal marítima. "A finales del siglo XIX era frecuente el empleo de presos en obras públicas. En este caso, los reos habían cometido infracciones de poquísima consideración, sobre todo contra la propiedad y el orden público", subraya Cabrera. Cuenta José Cervera Pery, familiar del artífice del proyecto, en el libro El brigadier Joaquín María Pery y la construcción del Puerto de Málaga que su tatarabuelo "intercedió en no pocas ocasiones por la suerte de ellos, solicitando y obteniendo una rebaja de sus condenas al manifestar a sus superiores que el adelantamiento del proyecto se debía a los esfuerzos de estos desterrados".
En total, pasarían casi cuatro años hasta que se inaugurara la torre de 120 pies de altura originariamente. "La fecha, el 30 de mayo de 1817, no se eligió al azar. El faro llevaba meses terminado, pero estaban esperando a ese día porque se celebraba la onomástica del rey Fernando VI", descifra el doctor en Historia por la Universidad de Málaga. Pero la nueva instalación portuaria precisaba un mantenimiento económico y los recursos de la Junta escaseban. "Por ello, las autoridades de la Marina fijaron el denominado arbitrio -impuesto- de 12 maravedíes, con el nombre de derecho de Linterna -como se denomina al faro de las costas y "quizá el origen de su designación en femenino", apunta Cabrera-, a todos los barcos que entraran al Puerto y el doble a foráneos", se lee en El Puerto. Memoria sobre su historia, progreso y desarrollo del ingeniero (1940-1944) de Tomás Brioso Raggio.
Como bien explica Cabrera en su libro, "el singular eficio experimentó algunas reformas con el paso de los años […] Sobre la torre ligeramente trococónica de más de 21 metros de altura se alzó un torreón de cuatro metros. La vivienda inferior de 1854 resultó ampliada en una nueva planta en 1909, aunque las obras no temrinarían hasta seis años después, costando algo menos de 25.000 pesetas. En 1916 entró en funcionamiento un moderno aparato de giro y un año después se electrificó el faro. Tapado durante la guerra civil para evitar la orientación de la artillería, una vez finalizada la contienda fue rehabilitado, añadiéndose en fechas posteriores algunas innovaciones técnicas, como una nueva linterna y un radiofaro". El último farero que residió en La Farola de Málaga se remonta a 1993, el señor Agustín Ten.
Cabrera y Cervera coinciden al remarcar la "valiente" actitud del gallego, más propia de una persona del siglo XX que la de un hombre de su tiempo. El ingeniero naval ya lo demostraría a su llegada en Málaga a principios de siglo. Nombrado director de la Junta de Obras del Puerto y Muelle el tres de enero de 1801, Pery desarrolló una importante labor constructiva en las obras del cauce del río Guadalmedina y los arroyos cercanos. Un lustro después, el levantamiento madrileño precursor de la Guerra de la Independencia le pillaría al militar ocupando el puesto de capitán de fragata y segundo ingeniero. "Profundamente monárquico y seguidor de Fernando VII", en palabras del Doctor en Historia por la UMA, el ingeniero intentó huir los días previos a la entrada de los franceses al mando del general Sebastiani en febrero de 1810. Sin embargo, la complicada situación familiar en la que se encontraba se lo impidió. "Su mujer estaba embarazada y tenía 12 hijos (de los 19 que llegaría a tener con dos matrimonios). Hubiera sido un disparate", espeta Cabrera. Finalmente, al gallego no le quedó más remedio que seguir trabajando.
Lejos de colaborar con las nuevas autoridades josefinas, Pery desempeñó sus labores como comandante de marina interino e ingeniero de la Armada sin otra finalidad que la de pasar desapercibido. "Se negó, con diferentes artimañas, a dirigir las obras de fortificación de Gibralfaro, pensando en la posible retirada de los franceses. Recuerdo además una anécdota muy graciosa. José I le condecoró en marzo de 1810 con la Orden Real de España por los proyectos que entonces dirigía. Nunca se puso la insignia, la llamada berenjena por su color, a no ser que se tuviera que presentar ante los jefes franceses. En cuanto se iban, él se la quitaba al instante. Además, procuraba no tratar con ellos y con los afrancesados", relata con entusiasmo el historiador.
Tras la evacuación napoleónica en 1812, Pery se sometería a dos consejos de guerra, conocidos como "juicios de purificación", hasta que lo volvieran a admitir en su trabajo "por real orden el 16 de diciembre de 1815". Afortunadamente, durante ese lapso de tiempo que estuvo suspendido de empleo continúo supervisando y aconsejando sobre los proyectos que habían estado bajo su responsabilidad. La ciudad, entre tanto, procuraba alcanzar una ansiada normalidad. Y así fue como el ingeniero naval acabó ideando esta señal marítima de vital importancia durante décadas e icono ciudadano y marinero de Málaga.
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