Malabares para estudiar

Compañeros de dos alumnas de la Universidad de Málaga lograron recaudar el dinero que éstas precisaban para pagar la matrícula después de que el Ministerio les denegara la beca

Un grupo de estudiantes, en la Biblioteca General de la Universidad de Málaga.
Un grupo de estudiantes, en la Biblioteca General de la Universidad de Málaga.
Celina Clavijo Málaga

05 de mayo 2013 - 01:00

Un auténtico calvario. Con estas palabras definen varios alumnos de la Universidad de Málaga la situación a la que tienen que enfrentarse para continuar su formación, que ya ha peligrado en varias ocasiones. Las dificultades, en la mayoría de los casos, responden a la subida de las tasas universitarias, a los requisitos académicos para acceder a las ayudas que concede el Ministerio de Educación y, sobre todo, a la demora que éstas arrastran.

Entre las situaciones más llamativas destaca la de María Rosa, que cursa 2º de Periodismo. El retraso en la concesión de la beca ahogaba a su familia, puesto que la ayuda que esperaban era el único ingreso que en mucho tiempo recibirían. "Vivo con mi padre, que no tiene trabajo, y mi abuelo. Estuve a la espera de la resolución dos meses y después me dijeron que me faltaban unos papeles. Me obligaron a pagar la matrícula y entonces pensé: ¿de dónde saco en dos semanas 800 euros si en mi casa no hay dinero?", recuerda la joven.

Parecía que había llegado el momento de tirar la toalla, pero la solidaridad depara sorpresas. Sus compañeros recaudaron en solo unos días 600 euros: "Estoy muy agradecida porque se arriesgaron a que no les pudiera devolver el dinero en breve. Participaron nueve personas y cada una de ellas aportó lo que pudo, en unos casos con el dinero que tenían ahorrado y en otros con su propia beca", resalta María Rosa.

Hace dos semanas recibió un correo en el que se le informaba de que la solicitud de la beca había sido aceptada y que en un par de semanas recibiría un ingreso de 3.500 euros. "He pasado mucha vergüenza porque me han puesto trabas gratuitamente. En mi casa vivimos de mi beca, llevamos haciéndolo desde que estaba en Bachillerato", expresa esta estudiante, que recela del futuro que como periodista se le presenta.

También los compañeros de Andrea Fedele, nacida en Argentina y afincada en Málaga, se han volcado este año para que la joven pudiera pagar su matrícula de 3º de Relaciones Laborales. "Hicieron una lista para que la gente se apuntara. Hubo incluso un profesor que me ayudó. Entre todos llegaron a reunir 750 euros", detalla. Un gesto que no olvidará, pese al dolor que le suponía "vivir de prestado". "Me sentía fatal y no quería endeudarme porque no tenía forma de recuperar el dinero. Muchos de los que colaboraron ni siquiera me conocían. Les mandé un correo de agradecimiento para evitar mirarles a la cara. Aún temo que me reconozcan por la calle", confiesa Andrea.

La normativa de becas del Ministerio establece que las personas independientes deben probarlo "fehacientemente", es decir, con el contrato de alquiler de su casa y un nivel de renta reconocido suficiente para pagar la vivienda, pero el problema es que el sistema deja un amplio margen de interpretación. Andrea, según su testimonio, forma parte del colectivo de alumnos que "no pueden demostrar sus ingresos", por lo que le denegaron la ayuda. "Vivo con dinero prestado, unos 250 euros al mes. Tengo reducidos los gastos al mínimo: voy andando a la Facultad, que está a una hora de casa. Lo reservo todo para pagar la luz, el agua y la comida", señala.

La frustración por la delicada tesitura económica predomina con frecuencia sobre las expectativas positivas que el inicio de la carrera despertó en muchos estudiantes. Irene Romero, que ahora está realizando un máster en Investigación y Comunicación Periodística, es una de las que sabía que su paso por la Universidad no sería sencillo. "Soy de Campillos y vivo en un piso de alquiler compartido con seis personas. Me cuesta hasta costearme el café", manifiesta esta alumna. Después de haber superado numerosos obstáculos, la vida, dice, le ha recompensado: "Hice tres años de prácticas, pero había veces en que cobraban todos menos yo. Estoy muy agradecida a Vander Formación, que pese a la crisis me ha contratado".

Las previsiones de Irene Caballero, otra estudiante de la UMA, son poco halagüeñas. Sus padres están desempleados. "Salimos adelante con sus ahorros. Pido que nos den más facilidades, sobre todo en cuanto al transporte para ir a Teatinos. Hay quien no puede costearse la tarjeta y cada viaje cuesta 1,30 euros", agrega.

Desde que en 1964 el Nobel Gary Stanley Becker desarrollara la teoría del capital humano, el papel de la formación no ha dejado de ganar terreno en la sociedad. Lo cierto es que la actual crisis ha convertido a los jóvenes en víctimas de un mercado laboral muy competitivo que, con una tasa de paro del 57,22% entre los menores de 25 años, les ha inculcado el valor de la educación. "Creo que es el momento de que aquellos que tengan la posibilidad de estudiar persistan, que paguen su formación aunque sea con un trabajo precario", explica Irene Montes, que no ha dejado de aprender desde que terminó la diplomatura de Relaciones Laborales.

Sus comienzos tampoco fueron fáciles. Con 18 años y la ilusión propia de una joven universitaria que lograba acceder a una vivienda de protección oficial, empezó a trabajar como dependienta para así asumir el pago de la hipoteca. Poco después se quedó en el paro y su situación pasó a ser entonces un rompecabezas. "Siempre he compaginado el trabajo con mis estudios. Aprovechaba lo que me iba saliendo, ya fueran prácticas u ofertas de empleo temporales. Me he esforzado mucho creyendo que cuando acabara mi carrera tendría la vida resuelta, pero con 25 años me veo peor que antes", asegura.

Consciente de que la recesión económica le impediría encontrar un puesto estable, al menos en los próximos meses, decidió matricularse en el Experto de adaptación al grado en Relaciones Laborales y Recursos Humanos que imparte la UMA. "Lo veo como una oportunidad porque voy a formar parte de la primera promoción de diplomados que tenga esta titulación. Me gusta ser optimista, pero mi hermana es universitaria, ahora yo también dependo económicamente de mis padres y en mi casa solo entra un sueldo", se lamenta Irene, que considera que estudiar no está ya "al alcance de cualquiera".

Y para justificarlo se refiere a los gastos a los que deberá enfrentarse el próximo curso, aunque antes espera recibir una de las dos becas que la Universidad concede para la matrícula del título de adaptación: "Tengo que convalidar los créditos de mi carrera, que cuesta unos 1.000 euros. Además, me obligan a acreditar un nivel B1 de idiomas. Uno se pone a sumar y al final termina pagando 3.500 euros". Irene, como otros jóvenes, cree que emigrar al extranjero será, probablemente, la decisión que adopte en unos meses. El destino que en su caso contempla es Londres, aunque si la experiencia no responde a sus expectativas se planteará trabajar junto a su madre en Dulce Aroma, el negocio de repostería que ésta regenta desde que perdió su empleo. "Ahora trabaja desde casa preparando tartas, dulces, galletas y cupcakes. La cuestión es no estar parado", recalca la joven, que no pierde la sonrisa.

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