María Eugenia Candau o el amor por la arquitectura

OBITUARIO

El autor del texto con María Eugenia Candau.
El autor del texto con María Eugenia Candau.
José Ignacio Díaz Pardo <Span Style="Text-Transform:uppercase"></Span>

11 de mayo 2017 - 02:03

Siempre he evitado las necrológicas al considerarlas un ejercicio inútil de socialización del sentimiento de dolor individual por la pérdida de alguien a quien quisimos o admiramos, o lo que es más difícil, porque desde la desolación que se hace dueña de nosotros cuando es alguien especialmente querido quien nos deja, es la emotividad la que prevalece y ésta casa mal con la ecuanimidad. Aunque la verdad no se vea especialmente trastornada en la percepción de las cualidades de la persona o en el juicio que nosotros emitamos de ella.

Rompo mi compromiso por una amiga, María Eugenia Candau, arquitecta con la que, como no puede ser de otra manera, compartí los buenos y malos momentos que la vida nos va presentando a todos. Éste, sin ninguna duda, es el más duro de todos los que hemos tenido que solventar juntos, hasta el extremo de que, por primera vez no hemos podido compartirlo. Sé que esto mismo sentirán todos los que han la han tratado, pues es muy difícil no percibir una forma de ser -la suya- en gran medida heterodoxa, pero que reflejaba un espíritu elevado y, no quiero evitar el decirlo, bondadoso. Yo reseñaría dos valores fundamentales en ella: uno, veía siempre el lado bueno de las cosas ("estudiar es divertido", decía, cuando siendo aún niños, advertía a sus hijos ante la duda entre el deber y la vida fácil) y, dos, escuchaba atentamente a sus interlocutores, no para rebatirles dialécticamente en un debate, sino, si se terciaba, para aceptar sus argumentos al entenderlos más verosímiles que los suyos.

Estos no dejan de ser valores personales que afectan únicamente a los que tuvimos la suerte de compartir la experiencia de la vida con ella, pero también Málaga es deudora con su actividad como ciudadana. Siempre luchó por conservar el patrimonio histórico de la arquitectura que conforma esta identidad de la que hoy los malagueños nos sentimos tan orgullosos. Desde su defensa de los edificios del XIX que son la actual y mejor imagen del Paseo de la Farola, a la catalogación exhaustiva de nuestro parque arquitectónico que hizo en la Guía de la Arquitectura malagueña; desde su labor en la Gerencia de Urbanismo para preservar el ambiente único e íntimo que hizo de Pedregalejo el sueño de verano para gran parte de nuestros conciudadanos, a la etapa de activismo cultural de la Comisión de Cultura del Colegio de Arquitectos que todos añoran, pero de la que pocos saben que fue ella, con otros compañeros, quien la puso en marcha en días en los que estas cosas no eran precisamente fácil, y que siguió vitalizándola durante el tiempo en que estuvo activa, con su consejo y coraje para enfrentarse al riesgo. Gran escritora, sólo se presentó a un certamen (que ganó) con el Relato erótico en el autobús de El Palo. Transmitió su amor por la arquitectura y el urbanismo a nuevas generaciones de arquitectos (enfundada en su chaquetón de falso leopardo, provocó que la perversidad cariñosa de los alumnos la apodaran Cruella de Ville) en las clases que impartió durante una demasiado breve temporada: apenas un par de cursos. Disertadora preparadísima y, vuelvo a insistir, de pensamiento heterodoxo, brilló participando en mesas redondas, debates y conferencias. Y, finalmente, mujer de nuestro tiempo, se comprometió en la defensa de las aportaciones femeninas al tejido profesional exigiendo la justa valoración de las mujeres en el ejercicio de la arquitectura.

Innumerables facetas que creo imposible resumir en estas líneas. Un gran vacío, no hay duda, pero también defiendo que nadie desaparece totalmente mientras haya una sola persona en el mundo que guarde su memoria. Larga vida para siempre entre nosotros, Eugenia.

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