Motivos para el cambio en La Palmilla
Tras salir de la cárcel tenía claro que algo tenía que hacer por su viejo barrio y su gente · Un hijo de uno de los patriarcas más respetados se ha convertido en un todo un referente para sus vecinos
"¡Decídete!". Se interrumpe la conversación al cruzarse un toxicómano en el camino, al que le dedica una sola palabra y una mirada. "¡Decídete!", le repite Jesús Rodríguez. Está invitándole a un centro de desintoxicación particular que ha montado por el Monte Coronado. Ahora es una vecina quien irrumpe en el dialogo. "Shule, ¿qué va a pasar al final con la torre de calle Cabriel?". Cruza de acera y varios subsaharianos saludan llevándose la mano al corazón: "Hermano". Luego un musulmán. Todos en la Palma-Palmilla le conocen, le respetan y le buscan cuando tienen algún problema. Shule quiere cambiar su viejo barrio y dice que sabe cómo hacerlo. "Tengo las claves".
"La gente lo ve muy difícil pero yo lo veo tan fácil. Tengo tantas ideas y tantos proyectos", afirma seguro de sí mismo. Su trabajo se centra en los niños, porque sabe que si no van a la escuela, luego no tendrán oportunidades. "Y ellos son el futuro", subraya. Por ello, lucha contra el absentismo escolar. Por ahora con resultados, pues los pequeños saben que si faltan a clase, por la tarde no puede asistir a los talleres que organiza Shelu en la asociación de integración gitana que constituyó hace unos años. De todos modos, antes de que suene el timbre de la primera clase, suele acudir a casa de cada niño para asegurarse de que han salido de casa.
Jesús Rodríguez se dio cuenta de que algo tenía que hacer por su barrio en la cárcel. En la actualidad tiene 37 años, pero al poco de cumplir la mayoría de edad fue condenado a ocho años de prisión. "He pasado entre rejas mi juventud pero allí conocí a Dios y él cambió mi vida", dice. También conoce bien el mundo de "la maldita droga". Por su culpa, ha perdido a dos de sus nueve hermanos y a casi una veintena de amigos de la infancia. En su brazo tiene un tatuaje que recuerda a cada uno de ellos. No quiere que las nuevas generaciones vivan esto.
Para que los niños no estén tanto tiempo en la calle tiene que ofrecer alternativas. Por ello, todas las tardes de la semana las pasa en el centro social del 26 de Febrero, donde ayuda a los niños con las tarea del colegio y hace ejercicio con ellos. También les da la merienda porque sabe que en algunas casas del barrio no la van a encontrar. Según explica, les enseña boxeo, algo que dice que para los niños es un aliciente. "Saben que primero es la obligación, tienen que ir al colegio y portarse bien, si no no pueden venir conmigo. Como les hablo en su mismo idioma, lo entienden rápido".
Pero la asociación no es exclusivamente para gitanos. "No quiero agitanarla, aquí todos somos hermanos", matiza. En el registro de actividades y reparto de meriendas de la entidad figuran nombres de todo tipo de culturas. "Por qué antes había tantos españoles y ahora hay tantos extranjeros, me preguntó hace poco un niño", recuerda. La respuesta no dio pie a la réplica: "Todos somos personas e hijos de Dios". "No quiero guetos, sino que todos los niños sean amigos sea cual sea su origen", arguye. En una asociación con tan pocos recursos, cada uno aporta lo que tiene y en el caso de los idiomas, los unos a los otros se enseñan. Antonio Villanueva, un payo que ayuda a Jesús en la asociación, explica que algunos padres de distintas nacionalidades van a dar clase a los niños.
En una comunidad con familias desectructuradas, Shule se ha convertido en casi un padre para muchos de estos pequeños. "Es un modelo de conducta alternativo", matiza Villanueva y Javier Bermúdez, un psicólogo -también payo- que colabora en la asociación. Como será el carisma de este hombre que los niños en Reyes pidieron bicicletas, cuando parecían haber pasado de moda en el barrio. "Yo tengo una y todos querían otra", dice. Lo que no sabía es que ahora tendría que llevarlos de excursión todos los sábados. "El primer fin de semana se presentaron en mi casa antes de las ocho de la mañana. Y ya es una costumbre llevarlos de ruta por el monte, a costa de menos tiempo para mi familia. Les enseño cosas de la naturaleza y nos sentamos a reflexionar. Rezamos y cada uno pide algo. Me dicen cosas que se me caen los lagrimones", narra.
Pero si los niños son el futuro, nadie puede olvidarse del presente, mejorable en muchos casos. "La lectura positiva es que aquí la gente ya se ha dado cuenta y quieren cambiar, porque la heroína ha hecho mucho daño, al punto de destruir familias enteras", asegura Villanueva, que un día llegó para realizar un curso de informática y se enamoró del proyecto social de Shule. "Aquí hay gente que trafica y gana mucho dinero pero nuestro objetivo es que la juventud no caiga en lo mismo", explica Rodríguez. Sin embargo, también hay personas consumidas por las drogas, a quien sí ayudan. "La droga es lo único que les queda, no tienen ni familia, ni casa, ni nada que comer". Así, en la llamada Casa de la buena vida dicen haber rehabilitado a cuatro personas "sólo dándoles cariño". En el día a día, Shule trabaja en lo que puede por su barrio, pero sabe que hay un problema de fondo que deben arreglar las administraciones con planes sociales de verdad. "Algunas familias tienen un armamento que nadie imagina y algún día todo explotará", augura. Por ello, reivindica medidas de prevención. Mientras, sus niños le recuerdan cada día que "nosotros cambiaremos este barrio".
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