"Nadie va a solucionar los problemas del barrio si no lo hace su gente"

Palma-Palmilla no termina de perder el estigma pese al esfuerzo por superar la falta de empleo y formación y por intentar regularizar sus viviendas y mejorar el uso del espacio público

Carlos Torres en una de las aulas de los Servicios Sociales en las que ofrecen programas educativos.
Carlos Torres en una de las aulas de los Servicios Sociales en las que ofrecen programas educativos. / Javier Albiñana

30 de septiembre 2018 - 01:34

En la recepción no se para de atender a gente. Al otro lado de la ventanilla, los profesionales de los Servicios Sociales de Palma-Palmilla recorren pasillos, bajan escaleras, trasladan papeles y atienden llamadas. Se percibe una labor sin tregua. Falta poco para la reunión de todos los agentes del plan comunitario. Antes, su coordinador, nos atiende con una amabilidad y una paciencia madurada tras 25 años de atención social en el barrio en el que nació.

-¿Por qué quiso trabajar en el ámbito social en un distrito como Palma-Palmilla?

-A los 16 años creamos una asociación juvenil en el barrio, muy vinculada con la parroquia, y me llamaba mucho la atención cómo la gente no hacía nada para arreglar su entorno. Si su situación económica no le permitía salir de aquí, no entendía cómo no se daban cuenta de que necesitaban cambiarlo, esa ha sido la lucha constante. Hoy, muchos años después, veo árboles que nosotros mismos plantamos o parques infantiles que solicitamos. Palma-Palmilla no tiene nada que no haya peleado por tener.

-¿El estigma del barrio continúa demasiado presente?

-Sí y no podemos echar balones fuera. No son mentira muchas de las cosas que se dicen, pero sí es cierto que todo el mundo de la ciudad y de fuera se ve con el derecho de opinar sobre este barrio sin ni siquiera haberlo pisado, sin conocer a la gente. Eso es lo que no me gusta. Esa etiqueta de marginados, luego de excluidos y ahora de inclusión es lo que nos han enseñado a utilizar las instituciones, intentando usarlas en beneficio propio y que se ha vuelto en contra nuestra.

-¿Cuánto ha cambiado el barrio en estas últimas décadas?

-Muchísimo. Durante mucho tiempo esto ha sido un laboratorio. Todo el mundo ha venido a hacer estudios, a intentar implementar cosas, pero de todos estos estudios jamás nadie devolvió la información al barrio. La primera experiencia que tenemos en la que los vecinos son protagonistas es el plan comunitario. Porque le pregunta a los vecinos y le devuelve la información y le dice lo que hemos conseguido. Ahora no somos un laboratorio, sino un referente de cómo se hacen las cosas.

-¿Ha cogido las riendas de su propia transformación?

-Sí, y creo que solo estamos en el principio. Creo que estamos descubriendo que nadie va a solucionar los problemas de este barrio si no lo hace su gente, con ayuda de las administraciones y colectivos, pero si la gente de este barrio no se da cuenta de que el chip hay que cambiarlo no va a ser posible. La gente de El Palo o de Carretera de Cádiz no van a venir aquí a arreglar nada. Tenemos que enfrentarnos a nuestra realidad y a nuestro discurso. Odio esa frase de "para lo que va a durar". Hay que darse cuenta que somos nosotros los que, con nuestros impuestos, hacemos un esfuerzo para que las cosas se hagan. La gente tiene que tomar conciencia que lo que se hace no es un regalo, es algo a lo que tenemos derecho y se paga con nuestra parte.

-¿Cuáles son los aspectos de mayor transformación?

-El barrio ha cambiado en dos cuestiones principales, urbanísticamente y en su contenido humano. Muchos de los primeros habitantes han abandonado el barrio y ahora tenemos la llegada de mucha población migrante, muchas nacionalidades y culturas diferentes que también hacen un esfuerzo por ser vecinos.

-¿La presencia gitana sigue siendo clave en el barrio?

-Sí, la he visto desde pequeño, desde las famosas casas lata. Ahora están integrados en distintas partes del barrio, se reúnen también en colectivos y hacen su trabajo. Son una presencia normal, unos vecinos más y de muchos años. En cuanto a lo que se puede hablar de conflictos, son los mismos que puede haber con un payo, con un rumano o un marroquí. Hay personas de todas las índoles sean de la cultura que sean.

-¿La conflictividad aquí puede ser mayor que en otro lugar?

-Creo que no es mayor que en otros sitios. Ya no vivo aquí y veo en otros lugares que se repite lo mismo. Nosotros no tenemos la exclusividad de nada. Nuestros problemas se repiten en otros barrios de Málaga, en puntos y calles determinadas.

-¿Hay gente que pasa hambre en Palma-Palmilla?

-Yo diría que no. Hay muchos recursos, bancos de alimentos, economato, comedores escolares, campamentos de verano, Cáritas, gente que accede a la Fundación Corinto... A veces nos puede dar la sensación de que estos recursos no han estado bien coordinados, sobrevuela la queja de que siempre se le dan a los mismos, pero ahora mismo hay recursos para que toda la población esté atendida. Puede haber casos, pero porque las familias que más necesidades tienen son las que más vergüenza le da ir a buscar recursos. Las tiendas de barrio que aún fían a sus clientes hacen un papel solidario que salva a muchas familias.

-¿El desempleo en el barrio es uno de sus problemas principales?

-Sí, es desempleo y formación, es la pescadilla que se muerde la cola. Si no hay trabajo cuando las familias se enfrentan a decidir si un chaval puede o no continuar los estudios después de la ESO se tiene que platear muchas cuestiones. En muchos casos termina en abandono.

-¿No le ven salida o utilidad a los estudios?

-Bueno, muchas personas se buscan la vida de otra manera. Pero aquí se trabaja constantemente para que los chicos entiendan que la formación es súper importante. Pero cada chaval es él y las circunstancias que lo rodean. En mi caso yo no pude seguir cuando me tocaba pero sí lo hicieron mis hermanos, hay que ir cubriendo las necesidades del momento y eso le pasa a las familias.

-¿La gente está demasiado acostumbrada a depender de subsidios y subvenciones?

-Muchas familias viven de eso porque han aprendido a hacerlo así y no saben hacerlo de otra manera. Lo bueno es que ahora estos recursos están coordinados y sabemos si solicitan una ayuda en un lugar u otro. El trabajo en red sirve para que los recursos puedan llegar en la medida de lo posible a todo el mundo. Eso es lo mejor que ha traído el plan comunitario, que entendamos que no estamos solos y que trabajamos con personas, no con clientes ni con usuarios. Y en la medida de lo posible intentamos que ellos sean protagonistas de lo que ocurra en el barrio. El Proyecto Hogar lo que pretende es que al barrio llegue lo que el barrio necesita, simplemente. Durante años no ha sido así.

-¿Cuál es ahora mismo la necesidad fundamental?

-Hay muchos frentes abiertos, en educación, en empleo, en vivienda… En este último estamos sufriendo los problemas con el alquiler, como el resto de la ciudad. Y tenemos un parque de vivienda pública bastante grande que necesita una regularización. También se está trabajando en la rehabilitación de los edificios. Las obras las hace el Ayuntamiento pero son los vecinos los que las controlan. Hace unos años era impensable para los vecinos ver un ascensor en su bloque, los pasillos con ventanas y luces.

-¿Y en cuanto al empleo?

-Los planes de empleo se tienen que ajustar a la realidad del barrio, si pedimos titulaciones para poder acceder a un curso de formación y los chavales se han retirado antes de tiempo es imposible su acceso. La orientación es muy importante, pero la prospección también, buscar empresas que quieran contratar a estas personas. Y en el tema de la educación trabajamos para que ésta sea la llave. Los propios vecinos decidieron en asamblea que es la educación desde donde tiene que venir la solución a los problemas de Palma-Palmilla.

-¿Qué papel tiene la mujer?

-Es el motor de cambio de este barrio. Es la que está en todos los frentes, en los colegios, en el AMPA, en la catequesis, en las actividades… La mujer siempre ha sido la primera en la línea de combate y siguen siendo las que trabajan, las que cuidan, las que están en casa y aún así también dedican más tiempo en preocuparse y ver qué pueden hacer por su barrio. Son las más activas y algunas, verdaderas heroínas. Muchas de las comunidades están presididas por mujeres que se curran una comunidad tan complicada como puede ser esta, de pegar puerta por puerta para cobrar recibos, de estar pendientes de que se hagan las cosas y reparaciones. Tienen un papel muy importante.

-¿Se ha frenado en absentismo escolar?

-Aquí desarrollamos un programa, La aventura de la vida, coordinado con todos los colegios y educadores para trabajar de forma trasversal el absentismo. Les decimos a los niños lo importante que es la asistencia, pero es verdad que habría que ver los problemas que hay detrás de cada niño absentista, a veces, son muchos y graves. Aquí le hacemos ver que que si no van al colegio no pierde nadie más que ellos mismos y que cada día que faltan al colegio son un poco más pequeños porque dejan de aprender algo.

-Para algunos ir al colegio supondrá un reto de superación…

-Sí. Todas las mañanas veo a un abuelo que lleva al colegio a sus nietos impecables. Su hija está en la cárcel y ves que él hace un esfuerzo. Hay quien asume esa carga y hay quienes no pueden hacerlo. También hay casos en los que han sido absentistas el padre y la madre y el niño lo va a ser porque no ven la importancia del colegio. Pero hay familias que hacen verdaderos esfuerzos para que no falten sus niños.

-¿Qué le debe la ciudad a Palma-Palmilla?

-Palma-Palmilla ya ha sido engullida por la ciudad, ya no somos la periferia, de hecho somos una de las puertas de entrada. Debe de cambiar la imagen que exportamos. Nosotros aspiramos a ser un barrio normal y corriente, con los mismos problemas que cualquiera. Mi deseo es que desapareciera el plan comunitario porque no hiciera falta, que andase solo. La ciudad le debe a la Palmilla que haya recursos ciudadanos e infraestructuras que obliguen a la gente a venir. También el reconocimiento a lo que se trabaja aquí. Solo somos noticias cuando hay algo malo o si lo bueno se sale mucho del tiesto, algo muy extraordinario. Aquí se hace un trabajo tremendo a diario y esto no trasciende. La próxima semana vamos a Vallecas a explicar el proyecto comunitario porque es una referencia a nivel nacional Y eso la ciudad no se lo reconoce a Palma-Palmilla.

Con la mano tendida en la ayuda a los demás

Carlos Torres es el séptimo de nueve hermanos nacidos de una familia obrera de la Virreina. De padre pintor y con la ausencia demasiado prematura de su madre, cuando le tocó el turno de seguir estudiando no pudo y tuvo que coger la brocha para llevar dinero a casa. No lo lamenta. Le tocó vivir esta experiencia para conocer de primera mano el espíritu de sacrificio y la necesidad de compartir con el que menos tiene. A los 15 años ya estaba vinculado a colectivos del barrio y poco a poco se fue formando en el campo de lo social. Continuó sus estudios ya de adulto y fue el primer vecino de Palma-Palmilla en formar parte de la plantilla de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Málaga. Conectado de primera mano con la realidad de su entorno, Carlos Torres afirma que ha visto "el sufrimiento de los de fuera pero también las manos atadas de los de dentro" con la ley, con la normativa, con los presupuestos... Dos años trabajó fuera del distrito y pidió de nuevo el traslado. Se confiesa enamorado de La Palmilla y sabe que todas las manos son pocas en la calle.

stats