Negocios que se esconden en casa
empleo | economía sumergida
El empleo sumergido representa en Málaga el 22,5% del PIB y un volumen económico anual de 6.500 millones de euros Parados y autónomos engrosan sus filas
Pese a los esfuerzos que la administración tributaria realiza por destapar los nichos de empleos ocultos, la realidad evidencia que miles de negocios se esconden tras la fachada de una vivienda, algo que les permite escurrirse de las garras del fisco. El trabajo en negro ha existido siempre, pero el recrudecimiento de la crisis ha disparado la cifra de personas que operan desde su casa al margen de la Seguridad Social.
Desde parados que han agotado el subsidio por desempleo hasta autónomos incapaces de pagar la cuota al ver mermados sus ingresos por la situación económica. Y no solo ellos. Otro colectivo se ha sumado también a la práctica de ofrecer servicios en el mercado de manera ilegal: los prejubilados. "Hay que decirlo en mayúsculas. El problema de la economía sumergida no solo está presente entre los empleados por cuenta propia, sino que algunos de los que se prejubilan deciden a la vez dedicarse a ella", explica Rafael Amor, vicepresidente de la Asociación de Trabajadores Autónomos de Andalucía.
La rigidez del mercado laboral, los altos costes, la presión fiscal y la precariedad económica actúan como caldo de cultivo para los negocios irregulares. "Es difícil que una persona pueda sobrevivir con una paga de 400 euros. De ahí que se vean anuncios en todos los rincones. Nos ofrecen naranjas a la entrada de grandes superficies y, sin embargo, el frutero tiene que pagar impuestos y contratar a empleados. Los ciudadanos circulan impunemente realizando estas tareas", destaca el portavoz de los autónomos.
Por su parte, el presidente de la Confederación de Empresarios de Málaga, Javier González de Lara, calcula que los trabajos opacos al fisco en la ciudad representan aproximadamente un 22,5% del PIB provincial. El panorama es aún más preocupante si se atiende al volumen económico que genera este tipo de actividades clandestinas: más de 6.500 millones de euros al año. "Para los empresarios que cumplimos con nuestras obligaciones, este dato supone un importante gravamen sobre el negocio, una carga inadecuada que abarata los costes de quienes están fuera de la legalidad", se lamenta el responsable de la CEM.
El número de negocios sin declarar es prácticamente imposible de determinar. Tanto es así que la variedad resulta alarmante. María, pseudónimo con el que prefiere ocultar su identidad, se encuentra entre los múltiples casos. Descuelga el teléfono una voz que parece esperar una llamada de consuelo. Con su testimonio trata de justificar cómo la crisis puede empujar a la clandestinidad como única forma de salir a flote. Desde que tenía 14 años, esta mujer, que ya supera los 40, no ha dejado de trabajar, pero ahora una enfermedad le impide llevar una vida normal, lo que se suma al hecho de que su marido está desempleado: "De alguna manera hay que comer. Tengo el título de estilista pero padezco fibromialgia y no puedo ejercer mi profesión. He sido camarera, he trabajado en una peluquería, en una frutería y hasta en una oficina, porque también soy auxiliar administrativa".
La solución a su particular drama, afirma, pasaba por montar en casa un gabinete de tarot sin darse de alta en la Seguridad Social, pese a ser consciente de que no cumpliría las exigencias del mercado laboral. "Tengo un problema con una entidad financiera y no puedo declarar, pero mi marido ha cotizado durante más de 20 años. A mí también me perjudica esta situación porque cuando me jubile no me quedará nada. El autónomo tiene que pagar cada tres meses un dinero que yo ni siquiera gano. Nos cierran las puertas y no dan facilidades", critica esta trabajadora anónima. Sobre la credibilidad de su oficio, la respuesta es poco contundente: "Soy vidente desde pequeña y creo en lo que hago. Hay quien viene porque le gusta y otros por simple curiosidad. Cobro muy poco: 25 euros por echar las cartas y 100 por hacer un amarre, aunque es raro que la gente me encargue rituales".
Hasta hace unos años, cuando la prosperidad económica contribuía a la conciencia fiscal, pagar por un servicio sin factura, con el consiguiente ahorro del IVA, parecía poco más que una raya en el agua. Las tornas, sin embargo, han cambiado. Los anuncios que proponen tareas domésticas a precios cada vez más competitivos cuelgan de las marquesinas de los autobuses, de las farolas y hasta cubren las puertas de entrada a los garajes. Internet también ha aportado su granito de arena. "Soy inmigrante. Trabajo de 8:00 a 17:00 para una empresa de pintura pero después hago de todo", cuenta un anunciante, que se presenta como experto en alisado gotelé.
Más allá de las chapuzas, que han conseguido acaparar la mayoría de las reformas de los hogares, otra de las actividades clandestinos en auge es la de las clases particulares. Apoyo psicológico para personas mayores, sesiones de yoga prenatal, de cocina iraní o de artes marciales. El negocio de la enseñanza extra no tiene límites. David, que imparte clases de defensa personal, kickboxing y pilates, es un ejemplo de ello. "Soy entrenador personal y además pintor. Estuve trabajando en un gimnasio pero me quedé en el paro. Tengo el título de monitor de taekwondo y también de masajista. Me paso el día investigando para ver a qué me puedo dedicar", reconoce este malagueño, desencantado con el panorama actual.
También para Rafael, que afirma ser profesor titulado de guitarra, resulta complicado llegar a fin de mes con el beneficio que obtiene de las clases que imparte en su casa. La primera de ellas se remonta a hace veinte años y todavía mantiene viva su vocación: "Contacté con alumnos del Conservatorio para así ganar un sueldo, que solo me sirve para salir del paso. Antes tocaba en orquestas pero tengo 52 años y ya soy muy mayor para echarme a las calles", señala el docente, que en épocas de bonanza llegó a contar con cinco estudiantes al día.
Lo que parece indiscutible es que en España no hay crisis de talentos. "He ofrecido cursos de aerografía para diseñar retratos, murales y decorados infantiles. El coste por 16 horas era de 120 euros", destaca Rafael, un tatuador de 31 años, que ahora ha montado un estudio de tatuajes y piercings con el nombre de Graftattoo. También su pareja busca refugio en las clases particulares, aunque en este caso de pole dance fitness (baile del caño).
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