La fuerza de Pablo en 90 minutos
Pablo Ráez | documental Siempre fuerte
El documental sobre el joven que falleció por una leucemia resume sus 20 años y su deseo de vivir sin miedo
Su legado es haber impulsado la donación de médula
Málaga/Cuenta su amigo Germán Jiménez que cuando hablaba del futuro con Pablo Ráez, él le decía que quería hacer algo grande por lo que se le recordase. Eran charlas de adolescentes, mucho antes del diagnóstico de la leucemia. Y lo hizo: logró que el trasplante de médula ósea se conociera y que las donaciones se multiplicaran de forma exponencial. Nadie sabrá nunca a cuántas personas han salvado quienes se hicieron donantes por su culpa.
El día que murió, Mariano Rajoy, Susana Díaz, Alejandro Sanz, Dani Rovira, cientos de famosos y miles de personas anónimas mostraron su pesar por la pérdida. Los informativos de media España lo despedían, las canciones del Carnaval de Cádiz lo homejeaban, los futbolistas hacían minutos de silencio... Y cada gesto de adiós, era una despedida y a la vez una llamada a donar médula.
Todo esto se cuenta de forma emotiva, rigurosa y concisa en el documental sobre su vida. Siempre fuerte, la vida de Pablo Ráez, se emitió el jueves pasado por la noche en La 2 de TVE. Son 90 minutos cargados de fuerza, la que derrochó a lo largo de sus 20 años.
Siempre fue especial. Siendo un niño era capaz de sentarse en el centro del campo de fútbol para reclamar que le pasaran la pelota o de tocar el timbre en la casa de un maestro simplemente para visitarlo. Su sonrisa, su mirada y su fuerza cautivaban.
Cuenta el documental –codirigido por su tío Vladimir Ráez y Miguel Ángel Hernández Arango– que Pablo era travieso, zalamero, cariñoso, dicharachero y activo, muy activo. Para canalizar tanta energía hacía karate, waterpolo, fútbol, voley, baloncesto, crossfit... Así llegó la adolescencia y empezó a pensar que haría un grado medio en Deportes. Se sentía bien por fuera y por dentro. Sus amigos Isacc Fábregas y Jéssica Abou cuentan que esa fuerza lo motivaba para ayudar a todo aquel compañero que flaqueara un poco. “Nunca había sido tan feliz”, relata su padre en el documental.
Pero le dolía la rodilla y fue a su médico. La analítica decía que no tenía plaquetas y el facultativo se sorprendió de que estuviera en pie. “Imposible, vengo de levantar 90 kilos”, le contestó Pablo. La analítica se repitió. Y también los resultados. Fiel a su carácter, el día antes de ingresar en el Regional se fue de fiesta con los amigos. “Eres una persona normal y al día siguiente estás en un hospital con cáncer y te dicen que tengas paciencia”, decía Pablo en uno de sus innumerables vídeos. Incluso ingresado seguía haciendo flexiones y bici. En el hospital se puso wifi y la Play. Era su forma de mantener cierta normalidad en su vida y el contacto con los amigos más allá de esa habitación de aislamiento del hospital.
Llegó la quimio. Se le cayó el pelo y perdió la visión durante un tiempo. Con su frescura de adolescente contó el trasplante de médula y acuñó el gesto de siempre fuerte. Se convirtió en la imagen de los Juegos de Trasplantados celebrados en Málaga. Al recibir el alta, se fundió en un abrazo con su padre en el que parecía que él era quien daba fuerzas a su progenitor.
El trasplante lo cambió por dentro. “Te hace madurar y mucho. Estoy agradecido a la leucemia”, dijo entonces. Volvió a casa, en Marbella. Recuperó pelo y kilos. Y, con su amigo Germán, se fue a Londres a aprender inglés. “Se fue escapando del miedo”, piensa su padre. Volvió unos meses más tarde. La rodilla le dolía. No le quedó más remedio que hacer un deporte más suave, yoga. Así conoció a Andrea Rodríguez, la profesora. Y se enamoraron. Todo parecía encarrilarse. Se operó la rodilla. Pero se sentía cansado y le hicieron nuevas analíticas. No fueron buenas. “Se desesperó como nunca porque no quería vivir con miedo”, cuenta su padre.
Quizás el abrazo con Andrea en el mar de Zahara de los Atunes que recoge el documental refleja esos temores. La mirada de él hacia ella rezuma incertidumbre. Pero, siempre fuerte, volvió al Hospital Regional para el segundo trasplante. “Pido al mundo que se haga donante”, decía. Y lanzó su iniciativa para que hubiera un millón de donaciones de médula ósea. Así hizo la mejor campaña jamás realizada en España a favor de ese tipo de donación.
“He perdido el miedo a sufrir, será lo que tenga que ser”, decía Pablo otra vez desde su habitación de aislamiento. Los médicos le recomendaban que descansara. Pero él volvía a sacar su fuerza para insistir en la importancia de la donación a través de las redes sociales y de sus vídeos. Tras el segundo trasplante de médula, dio “gracias a la vida por estos 20 años tan maravillosos”.
Vómitos, morfina e infecciones le hacían presagiar que la vida se les escapaba entre los dedos... a sus 20 años. Así que empezó a despedirse. Del párroco, de los amigos e incluso de aquel maestro al que siendo niño le había tocado el timbre para visitarlo. Dijo entonces que no quería dar pena, sino que su caso se recordara como “una historia de superación y fuerza”.
Sin pelo, delgado y con lo que le quedaba de fuerza, seguía llamando a la donación de médula y aconsejando vivir cada instante. Murió el 25 de febrero de 2017. Le dieron premios, la Medalla de Marbella, la Medalla de Oro de la Provincia; le pusieron su nombre a calles, lo pintaron en murales... Maestros, entrenadores, famosos, médicos, familiares y amigos le rinden homenaje en el documental.
Pero, quizás el mejor tributo hacia él, hacia la fuerza y la alegría que siempre contagió es que un día los periodistas puedan contar que se ha llegado al millón de donaciones de médula ósea.
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