Paisaje y medio ambiente
El arquitecto responsable del proyecto del hotel del puerto considera que reducir el paisaje a la acción proteccionista sería negarle su derecho a la evolución estética que requiere en sus modelos de expresión
Se produce con frecuencia en el debate disciplinar una cierta confusión al intentar unir conceptos tan diferenciados como el paisaje y el medio ambiente, lo cual no deja de generar una compleja situación en la reflexión y análisis de ambas cuestiones que sería conveniente intentar clarificar para poder encontrar sus delimitaciones y contenidos. El paisaje se ha convertido en una especie de cajón de sastre en donde parece desembocar cualquier otra disciplina, que sin un conocimiento y definición clara de lo que significa se utiliza para justificar sus propios intereses disciplinares. Y quizás todo ello sea debido a un vacío conceptual con el que se intenta aplicar sus razonamientos, la mayoría de las veces sujetos a versiones excesivamente parciales que entienden el paisaje desde una lectura inmovilista de la realidad heredada y no como una respuesta cultural o estética ante las continuas mutaciones que se producen en nuestras ciudades y territorios.
Si reconocemos que el paisaje se basa en la percepción visual y estética que produce la acción humana con su intervención proyectual, tanto en la escala urbana como territorial de la ciudad, lograríamos encontrar algunas claves de su necesaria diferenciación con el medio ambiente que trata de ser más una disciplina científica sobre el medio natural protegido. Dicho más claramente, habría que reconocer que esta acción cultural y artística del paisaje tiene como objetivo intentar transformar la herencia recibida para adaptarla y dominarla como "mirada humana" que percibe las nuevas mutaciones de la ciudad que nunca son inmutables sino que se modifican permanentemente como reflejo cultural de cada época, descubriendo su especial dimensión estética en las equidistancias de los vacíos existentes entre las intervenciones como cualidad indispensable de la percepción dinámica del paisaje y sus miradas sobre la ciudad que nunca será homogénea sino "fragmentaria" en sus diferentes intervenciones. Y si el paisaje tiene este fundamento cultural y estético o artístico, tendríamos que reconocer que nunca en la cultura occidental estos conceptos fueron iniciativas de una realidad entendida como inmovilista sino, por el contrario, fueron percepciones dinámicas para atraparla y modelarla para su nueva reinterpretación evolutiva, como ha ocurrido históricamente no sólo en la pintura y la escultura, sino también en la arquitectura, la literatura, la música o la cinematografía.
Sin embargo, se sigue insistiendo en interpretar estas mutaciones como la destrucción del paisaje que en su nostalgia inmovilista de un pasado idealizado se defiende como única mirada estética del mismo, mostrando su rechazo a esos nuevos paisajes entrópicos de esa también ciudad de nuestras periferias académicamente "desordenadas", u otras actuaciones que han suplantado el paisaje tradicional, definiéndolo como el "no paisaje" porque se desconocen los nuevos códigos y miradas capaces de entender esas mutaciones. Estas nuevas miradas sobre la ciudad en sus nuevas periferias, espacios antropizados, nuevos usos y demandas, grandes infraestructuras … son las que deberán forjar las nuevas miradas de nuestros ojos como "nuevos paisajes" porque estos llamados "desórdenes" nunca serán definitivos sino, por el contrario, reconducidos y releídos continuamente en una nueva estética del paisaje que nos ofrecerá también la nueva ciudad que es siempre dinámica.
Por todo ello, el concepto del paisaje es difícil reducirlo a un geosistema y desde luego más complicado aún referenciarlo científicamente a un ecosistema, aun reconociendo sus valores científicos , ya que la concreción de los valores socio-culturales de la acción del paisaje en absoluto se apoya en dichos principios científicos porque su origen es artístico y cultural mereciendo ser analizados desde los nuevos patrones de la estética urbana y territorial que produce la intervención humana. Reducir el paisaje exclusivamente a la acción proteccionista, como parece hacerlo el pensamiento geográfico o ecologista, sería negarle su legítimo derecho a la evolución estética que requiere en sus nuevos modelos de expresión para poder así ser captado, o apropiado, por una nueva mirada cultural que necesita también el nuevo paisaje que generan las mutaciones de la ciudad. Sin dejar de tener en consideración el importante valor científico de los procesos de protección sobre los parajes naturales que así lo exigen, no parece que reducir dicha reflexión a su aplicación en el tratamiento del paisaje pueda tener su misma viabilidad científica.
Quizás habría que separar claramente dichos conceptos científicos de la Geografía y la Ecología de los socioculturales y estéticos del paisaje, que requiere entender los procesos de la evolución de la ciudad y sus territorios para que, a partir de este conocimiento, poder proyectar las nuevas identidades urbanas y territoriales definiendo sus paisajes futuros que, como creación estética o artística, no puede limitarse a un letargo museístico.
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