Perfil para una ascensión
santa cristina, paseo y radiografía
El 'skyline' que brinda la ciudad en su acceso por Ortega y Gasset es un núcleo de alta densidad de población y espectro social amplio, en el que los más diversos modelos familiares y económicos conviven con razonable armonía a pesar de la falta de espacio
"Antes todo esto era campo", dice un hombre mayor de cazadora de pana y gorra bien ajustada antes de entrar en un bar para pedir un café cargao. Málaga tiene en Santa Cristina una de sus fronteras proverbiales, y sigue ejerciendo como tal a pesar de que en los últimos años nuevos barrios como Cortijo Alto han ampliado considerablemente los límites de la periferia. Es cierto: hasta hace no mucho más de tres décadas, todo lo que se podía contar aquí era la Carretera de Cártama, y aunque ya había algunos edificios cualquier consideración de barrio terminaba en Tiro Pichón. Ahora, Santa Cristina ofrece a quienes llegan a la ciudad por carretera una emblemática panorámica tipo skyline, y aunque la de la Avenida Ortega y Gasset no es precisamente una de las entradas más notorias de la urbe, desde la A-7 puede contemplarse la imponente compostura de sus altos bloques de viviendas. Junto al mismo Cortijo Alto y el desarrollo del Cortijo de Torres, los últimos tiempos han propiciado la aparición de elementos como El Corte Inglés de Bahía Málaga y el Palacio de Ferias y Congresos, lo que, junto al crecimiento exponencial de la Universidad, traslada hasta aquí diariamente a miles de malagueños. Pero de nuevo, como a menudo ocurre en esta bendita ciudad, se produce la paradoja: a pesar de la proliferación de agentes que han contribuido a centralizar el entorno de Santa Cristina, la misma Avenida Ortega y Gasset y su conexión con la autovía continúan separando este barrio del resto de Málaga con firmeza infranqueable, con Tiro Pichón como única conexión natural. Así que, entre la distancia y la proximidad, entre la separación y la continuidad, Santa Cristina juega a ser un barrio autosuficiente y característico y a la vez uno de tantos, enlace necesario para que muchos lleguen cada mañana a su puesto de trabajo. Lo cierto es que todo ese contraste entre la esencia de la periferia y la de su condición de vértice indispensable en el trasiego diario de la urbe genera en Santa Cristina otro poderoso juego de contrarios, si se quiere, ya a ras de suelo, donde continuamente se cruzan los vecinos. El bar donde ha entrado nuestro hombre es precisamente eso, un bar de hombres, en perpetuo claroscuro, donde el café se sirve con vehemencia y el zapping televisivo se detiene donde quiera que haya fútbol. Pero justo al lado caminan unos adolescentes con las capuchas de los chandal convenientemente puestas. Uno de ellos, el más bajito, que podría pasar por un chaval de doce años, pregunta a una chica: "¿Tú has probado el tabaco?". La muchacha niega con la cabeza, pero él se apresura a responderse a sí mismo: "Yo sí. Pero me gustan más los petardos". Poco después, un matrimonio y sus cuatro hijos, todos de ellos de edades similares, suben al monovolumen que estaba aparcado frente al portal de uno de los altos bloques de doce plantas con las luces de emergencia encendidas. Se adivina la intención campestre: llevan algunos tupperware, una pequeña nevera portátil, atuendo idóneo para el más puro asueto, perfecto para un sábado por la mañana como el que acontece. Cuando todos los niños han subido al coche, el padre, un funcionario de Hacienda en potencia que luce un forro polar azul marino y vaqueros perfectamente planchados, entra en el portal y sale con el último ocupante que faltaba para emprender el viaje en brazos: un chucho marrón que no para de menear la cola y que en el suelo no debe levantar más de dos palmos. En pocos minutos, desde la misma perspectiva que nos ofrece la atalaya escogida en la calle Arenisca, cruzan algunos matrimonios mayores que caminan muy despacio, como si todo el tiempo jugara a su favor; un cuarteto de mujeres con velo islámico que ríen la ocurrencia de una de ellas con discreción y sana complicidad; y más adolescentes, algunos listos para dar patadas a un balón en la cancha de Tiro Pichón. Cualquier ser humano tendría aquí su lugar.
No obstante, a pesar de su amplio espectro social, Santa Cristina es un barrio de poderosa adscripción a la defenestrada clase media. Y eso significa que no pocos de los vecinos se han quedado en el paro en los últimos años. Algunos de los negocios que se habían abierto en los bajos de los mismos bloques de viviendas (bazares, tiendas de alimentación y algunas academias) han tenido que cerrar sus puertas. En el parque infantil que se inauguró hace unos años por suscripción popular rondan no sólo madres que pasan el tiempo con sus hijos, también adultos que rondan para distraerse y tomar el fresco sin nada mejor que hacer. Conforme se dejan atrás los altos edificios de las calles Obsidiana y Cristóbal Villalón y se avanza por la misma calle Arenisca hacia otras como Río Huebra, Palva y Arriate, en las que los edificios tienen ya una altura mucho menor y en las que incluso aparecen algunas viviendas unifamiliares, la sensación se acentúa. Casi se respira cierto abandono en las cercanías del Colegio Neill, demasiado sucias para alegría de los gatos que salen disparados hacia La Barriguilla. El contraste urbanístico, por tanto, se traduce de inmediato en un contraste social: la faceta multirracial deriva en una soledad de contenedores de basuras que han amanecido repletos y a cuyo alrededor se amontonan desperdicios y muebles destripados. Hay pintadas obscenas o simplemente innecesarias en muchas paredes, incluidas las del aparcamiento municipal. Una señora que camina con las bolsas de la compra y que pasea a su vez a otro chucho parecido al anterior se acerca cuando nos ve prestar demasiada atención a los contenedores: "Sí, esto está hecho una porquería. Es una lástima". Tiene razón.
Por las noches, Santa Cristina ofrece su panorámica más amable, con una amplia oferta de bares, cafeterías, restaurantes y establecimientos de comida rápida casi siempre llenos. Como si otro barrio esperara a que el día sea historia.
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