San Juan de Dios: Casi centenario y (des)conocido
Con 365 camas, el centro es una válvula de escape para el SAS que concierta tres de cada cuatro plazas
Especializado en dependencia y Salud Mental, suma desde hace dos años atención médica a paliativos y mayores
Málaga/El Centro Asistencial San Juan de Dios cumplirá 100 años en 2023. Es casi centenario. Así que los malagueños ya saben que está más allá de Ciudad Jardín y que fue un hospital psiquiátrico. Pero al mismo tiempo es un centro un tanto desconocido porque presta más servicios de los que muchos imaginan. Sus amplias instalaciones suman 365 camas que son una auténtica válvula de escape para el SAS, que concierta tres de cada cuatro plazas.
Fiel a sus inicios, el centro se especializa en Salud Mental. Pero es más que eso. También tiene un área de atención a la dependencia -tanto de psicogeriatría como de discapacidad intelectual- y otra para la asistencia médica de pacientes pluripatológicos y paliativos. Más de 200 trabajadores y unos 70 voluntarios se encargan de dar a los usuarios una atención profesional y humanizada.
En la zona de discapacidad intelectual, el monitor Juan Fernando Vázquez supervisa a Antonio y Reme. Ambos hacen imanes por encargo que son a la vez abrelatas y chapas personalizadas para pegar en la nevera. La tarea les permite desarrollar habilidades sociales, trabajar en equipo, adquirir cierta disciplina y ganarse una calderilla que nunca viene mal. Un poco más allá, Soraya marca la ropa con etiquetas individualizadas para que cada uno tenga sus prendas controladas. Y en una esquina, otro grupo hace "el trabajo más penoso", como califica el monitor Juan Carlos Martín la labor de emparejar calcetines. Con cientos de usuarios en el centro, la tarea sí que tiene mérito. "Soñamos con calcetines", reconoce Mariela. Milagros, Carmelo, Enrique, Nerea, Susi...; todos colaboran. "Intentamos incorporar a la persona atendida a la vida en comunidad hasta donde cada uno llegue", explica Luis Alcántara, el responsable del voluntariado de este centro sin ánimo de lucro perteneciente a la orden de San Juan de Dios.
Muchos de los chicos se meten en el papel de anfitriones y disfrutan explicando su tarea. Algunos buscan el abrazo sin timidez e incluso Susana confiesa que quiere "amor de madre".
La monitora Rosario Valiente prepara un bizcocho con la ayuda de otro Antonio. Los pillamos con las manos en la masa. "Lleva huevos, yogur, aceite, harina y aceite", explica él. Están organizando una excursión y así tendrán algo rico que sumar a la deseada experiencia de salir a la calle. El psicólogo Francisco Trueba -voluntario- trabaja un poco más allá con un ordenador en un taller de habilidades cognitivas. Y mientras, otros dos usuarios escuchan y palmean ritmos flamencos.
Victoria Sanchidrián, auxiliar, explica que cada profesional y cada voluntario organiza aquella actividad de la que más sabe "para que todos se lo pasen bien".
El centro original fue el palacio construido en la finca Hacienda Nadales. Antiguamente, en el palacio vivían los hermanos y funcionaba el hospital psiquiátrico. En la actualidad, esas instalaciones y sus jardines -similares a los de La Concepción- se reservan a la celebración de eventos con los que recaudar fondos para afrontar la actividad asistencial. Las tres áreas en que se divide la atención se distribuyen en otros edificios estructurados con jardines, parques y plazas donde los usuarios del centro hacen una vida que imita a la de una ciudad.
En el ala de Dependencia, los monitores organizan talleres de psicogeriatría. El objetivo es evitar que las personas estén inactivas u ociosas, siempre dentro de sus posibilidades. La monitora Cristina Escotto explica que se trata de entrenar memoria y atención. Así se ralentiza el deterioro cognitivo.
En la sala contigua, Micaela Casal -monitora- y Bhavisha Mathani -becaria- leen periódicos a un grupo de ancianos. Es un taller de orientación a la realidad adaptado a su nivel de comprensión "para que no haya desconexión con el mundo exterior por estar en un centro". Los usuarios de este área son personas mayores con patologías mentales. La psicóloga Dolores Podadera explica que el trabajo de los profesionales es intentar que vivan "lo más normalizado posible, entendiendo que hay desajustes que no vamos a poder controlar". Y esa normalización pasa también porque en el parquecito exterior, entre naranjos y bancos, tomen el sol aquellos que quieran salir al patio. Allí un hombre arrastra sus pies y deambula con una radio pegada al oído. Otro, escucha una canción de Los Brincos que seguramente lo transporta a su juventud. Y el monitor Rafael Puente reparte algunos cigarrillos "pautados por el médico" para aquellos que no logran dejar el hábito. Desde que se amplió la ley antitabaco, los trabajadores han conseguido que los usuarios no fumen dentro de los espacios, sino sólo al aire libre.
La monitora de Salud Mental Ana Ruiz aclara que la población es muy diversa. Según sus capacidades y su confianza, a los usuarios se les asignan labores de jardinería, mantenimiento, lavandería o recados para que se sientan útiles y normalizados porque reconoce que "un empleo normal es muy complicado".
El ala más nueva es la de atención médica, especializada en pacientes pluripatológicos y cuidados paliativos. El coordinador asistencial de este área, Francisco Arrabal, apunta: "A veces nos confunden, pero nosotros no nos quedamos en lo religioso. Ofrecemos cuidados integrales y humanizados para que las personas se recuperen o se vayan con dignidad". El centro tiene 25 plazas para la asistencia médica.
La plantilla de todo el complejo asistencial incluye psiquiatras, psicólogos, facultativos, fisioterapeutas, enfermeros, trabajadores sociales, monitores y limpiadoras. Pero además, el centro cuenta con el inestimable apoyo de unos 70 voluntarios. Alcántara reconoce que "el estigma" de la asistencia a enfermos mentales a veces dificulta conseguir personas dispuestas a colaborar. Sumarse al voluntariado es una de las formas de echar una mano. Pero también se puede colaborar comprando las chapas que los chicos fabrican con empeño y que tienen mucho éxito como souvenirs en bodas y comuniones. Juan Fernando, uno de los monitores, aspira a que pronto, los más espabilados se atrevan con el ordenador para hacer los diseños. Porque en esta familia llamada San Juan de Dios, el objetivo es que cada uno dé lo mejor de sí mismo, sea un profesional organizando las actividades o un usuario normalizando al máximo su vida.
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