¿Sólo discapacitados?

Discapacidad

Detrás de la silla de ruedas, de la ceguera, de la sordera o de cualquier otra característica, hay personas capaces de hacer cualquier cosa a las que se llama demasiado pronto minusválidos

Oscar Pistorius, el velocista milagro surafricano.

29 de octubre 2008 - 01:00

LLEVÁBAMOS muchos días intentando quedar. Cuando no era por uno era por otro, la vida se encargaba de impedir que todos pudiéramos cenar juntos. Tras anular un par de citas, finalmente lo conseguimos. Y en esos momentos pasa lo de casi siempre, todos nos lamentamos por no hacer esto más a menudo, nos juramos que no podemos seguir así y prometemos ponerle remedio aunque con ello peligre alguna relación consolidada.

Los entremeses, como es costumbre, están acompañados con conversaciones de aproximación, vamos abriendo apetito con una puesta en escena, con un acercamiento personal a la situación actual de cada uno.

Como amigos que somos desde hace años, decidimos tomar un solo plato y compartir. Realmente estamos muy contentos de estar juntos y las ganas de agradar y de no poner obstáculos hacen que lo menos importante sea la comida en sí.

Conforme terminamos con los entrantes y cuando la segunda botella de vino ya riega las gargantas, el plato fuerte aparece por la mesa. Entre bocado y bocado, los recuerdos de cualquier otro tiempo pasado rememoran sentimientos y sensaciones aparcadas con el paso de los años. Las aventuras vividas en el presente se entremezclan con los recuerdos, los caldos con denominación de origen animan la participación de todos y, entre pasado y presente, algo ha cambiado.

Aparecen conversaciones que antes no surgían y, al final, casi siempre, acabamos hablando un rato de discapacidad. Es decir, de accesibilidad, diversidad o de adaptaciones... Casi siempre hay algo que llama la atención y esta ocasión ha sido Oscar Pistorius. ¿Quién no conoce a este deportista? Si sale en el anuncio de Nike, ¿cómo no vamos a saber quién es?

Se atrevió a hacer algo que parece una locura. Decidió que quería participar en los Juegos Olímpicos aunque fuese un doble amputado, aunque corriese con prótesis, decidió que podría competir con el resto de deportistas aunque no tuvieran discapacidad. Y quién no se atreve a hablar de deporte.

Tomamos un solo primer plato compartido, decidimos que la piedra alimentaría nuestros estómagos, mientras discutíamos si las prótesis nos hacen iguales o diferentes. "No es justo. De esa forma tenéis más ventajas que el resto. Eso es como una especie de dopaje." Aún recuerdo esas mejillas sonrosadas por efecto del vino o del pudor, o quizás una mezcla.

Es probable que el vino ayudase a vomitar lo que realmente pensamos, pero sin duda no podría ayudar a suavizar el mal trago que estaban pasando.

Las ayudas técnicas pueden permitirnos sobrevivir. Lo justo para hacer las cosas básicas de la vida. Pero, ¿qué ocurre si este tipo de ayudas fomentan la autonomía personal? Pues sencillamente que no estamos acostumbrados. Que vivimos en una cultura de atención a la dependencia, de visualizar a las personas con discapacidad como enfermos, como minusválidos, sin contemplar lo que realmente somos capaces de hacer.

Somos ante todo personas. Detrás de la silla, de la sordera, ceguera o cualquier otra característica, se esconden verdaderas personas, capaces de hacer cualquier cosa y, sobre todo, cansadas de ser sólo discapacidadas.

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