Sucedió en Málaga: Un secuestro muy inocente (28 de noviembre de 1916)

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La mayoría de las veces, los sucesos hay que contextualizarlos dentro de las circunstancias sociales, políticas y económicas de la época

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T. L. Oliver en 1909.
T. L. Oliver en 1909. / Foto: Propiedad Del Autor
Juan López Cohard

07 de enero 2024 - 06:25

Málaga/La mayoría de las veces, los sucesos, especialmente los delitos, hay que contextualizarlos dentro de las circunstancias sociales, políticas y económicas de la época en la que se producen. La Málaga del año 1916 no era ajena a la desastrosa situación general de España, especialmente marcada por el conflicto bélico que había comenzado en el año 1914 y cuyo escenario abarcaba a casi toda Europa. España, neutral en el conflicto, se benefició económicamente gracias a sus exportaciones, pero ese enriquecimiento solo fue para unos pocos, en tanto que las consecuencias fueron nefastas para la mayoría de la población.

Las malas cosechas, unidas al afán de obtener los beneficios derivados de las exportaciones, dieron lugar a un desabastecimiento y carestía de los productos básicos, a un incremento de los alquileres y a una caída de los salarios, que elevaron al límite las tensiones sociales. La situación llegó a ser tan caótica que, en 1915, se promulgó una Ley de Subsistencia tendente a controlar los precios y el abastecimiento de los bienes de primera necesidad. El 12 de noviembre de 1916, una quincena antes del suceso que nos atañe, se volvió a promulgar una nueva Ley, dada la ineficacia de la anterior, y se constituyó la Junta Central de Subsistencia. Todo quedó en papel mojado ante los intereses de los exportadores que, paradójicamente, formaban parte de la citada Junta. Las huelgas y agitaciones sociales se fueron recrudeciendo hasta que estalló, en el periodo 1918-1920, el conocido “trienio bolchevique” en el que tuvo un fuerte protagonismo la CNT, cada vez con mayor implantación popular.

En esas circunstancias, aquella mañana de un crudo otoño, el guardia de 2ª Clase del puesto de Poniente de la Quinta Compañía de la Comandancia de la Guardia Civil de Málaga, T. L. Oliver, se encontraba en su mesa ordenando papeles cuando se le presentó, todo alterado y nervioso, un ciudadano que denunciaba la desaparición de su hijo. El guardia civil Oliver que era un hombre templado, de buenas maneras, compuesto en las acciones y en el modo de proceder, trató de calmarlo y le solicitó que le explicara, despacio y claro lo sucedido. Al tiempo que, cogiendo una hoja de atestados, se dispuso a ir escribiendo cuanto le contara el denunciante.

Había encabezado así la declaración: “Hoy, 28 de noviembre de 1916, sobre la una y media de mediodía, habiéndose presentado en esta casa cuartel de la Guardia Civil…, quién dijo llamarse Juan Sánchez Rodríguez, con domicilio en la casa de campo conocida como La Chupa, enclavada en el primer partido de La Vega, término de Santo Domingo, en Málaga”.

A instancia del Guardia Civil, comenzó su relato: “-Desde ayer, sobre las tres de la tarde, que salió mi hijo de 12 años a dar una vuelta por la viña, no ha regresado a casa y han sido inútiles todas las averiguaciones realizadas para encontrarle. Pero al regresar a casa me he encontrado con una carta, recibida por correo interior, escrita por mi hijo, y es por ello que vengo a denunciar su desaparición por secuestro. -¿Cómo se llama su hijo?; -Luis Sánchez Moya; -¿Me puede dar la carta? T. L. Oliver, a la vez que iba leyendo la carta, la iba transcribiendo al atestado. Decía así: “Querido papá, me encuentro preso por unos hombres que me hacen te escriba y te manifieste que por mi libertad necesitan cinco mil duros, que el dinero lo entierren como a doscientos pasos de la esquina frente norte del Cementerio de San Rafael y señalado con un pañuelo encarnado y que si ellos observan hacer pesquisas para su captura no se harán con el dinero y me matarán. Tu hijo Luis”. =Es copia=”. Escribió el guardia civil. Acto seguido le dijo al denunciante: -Está bien, tranquilícese, haga cuanto le dicen en la carta y márchese a casa, ya nos hacemos cargo nosotros del asunto.

Puesto el caso en conocimiento de sus superiores, T. L. Oliver procedió a realizar las correspondientes diligencias junto a su compañero de pareja Miguel N. P., pertrechándose ambos para ello y, tomando las cautelas requeridas por el caso, fueron a apostarse en sitio conveniente frente al lugar indicado, esto es, enfrente de la tapia del cementerio de San Rafael. Sobre las diez de la noche observaron a un individuo que enterró un envoltorio en la forma expresada en la carta y se retiró. Después supieron que era un criado del denunciante D. Juan Sánchez llamado Manuel Pérez.

Tras muchas horas de espera, como a las tres de la madrugada del día 29, observaron a un individuo que, tras pasar varias veces examinando dicho sitio, comenzó a cavar en él. Fue entonces cuando T. L. Oliver y su pareja, le exhortaron a darse preso. A lo cual, el detenido, no opuso resistencia. Tras examinarlo le encontraron una pistola de dos cañones, marca Lefaucheux, calibre quince, cacheada. Procedieron a interrogarlo y se identificó como Juan Ríos Baena, de cuarenta años de edad, viudo, sin oficio, natural y vecino de Málaga con domicilio en el Campillo. Preguntado qué hacía por allí manifestó que iba a dar de cuerpo. Pero, como en el cacheo se le encontró el pañuelo con el envoltorio expresado que había desenterrado, se quedó en suspenso y sin saber que contestar.

En el interrogatorio vino a derrumbarse y a ponerse cada vez más nervioso, de tal forma que voluntariamente, medio lloroso, vino a confesar que él era un desgraciado y que la falta de recursos en que se encontraba le había hecho proceder de aquella forma. Confesó que al niño lo tenía en su casa, relatando cómo con engaños lo sacó de su finca y se lo llevó a ella. Vino también a confesar cómo le había forzado a escribir la carta a su padre. Dijo, así mismo, no tener cómplice alguno y que solo él era el autor del delito de secuestro.

Conducido a su domicilio, se procedió a rescatar al niño que, al ser interrogado, dijo ser efectivamente Luis Sánchez Moya y reconoció que fue el detenido quién, el día anterior, le engañó diciéndole que le iba a regalar una red para cazar y que fuese con él a su casa. Una vez en ella lo encerró en un cuarto y le amenazó con una pistola para que no gritara. Igualmente, dijo que le obligó a escribir a su padre la carta del rescate. Cuando le mostraron la misiva original la reconoció de inmediato.

Una vez que el detenido y la víctima del secuestro fueron trasladados al puesto de Poniente de la Guardia Civil, fue avisado el denunciante del secuestro, Juan Sánchez Rodríguez, que se unió al grupo. El guardia al mando de la operación, T. L. Oliver, terminó de redactar el atestado relatando los hechos tal como aquí se han contado, terminando: “No teniendo más que decir. Por lo que cierro este asunto después de leído a quienes afectan, firmando su contenido con el compañero de pareja y el que certifica, en Málaga el día, mes y año, antes expresados”. Una vez cumplimentado el atestado con todas las firmas procedió a escribir la siguiente nota a pie del atestado: “Al Exmo. Sr. Juez Militar de la Plaza, con el presente atestado que contiene dos folios y del detenido autor del secuestro, Juan Ríos Baena, un envoltorio de papel con un pañuelo grana, con arma de fuego reseñada en el atestado, la carta escrita a Don Juan Sánchez de su hijo Luis, a los efectos propios. Habiéndose dignado la Autoridad darnos recibo de todo”.

Parte de lo descrito se ajusta literalmente al texto del atestado. Los nombres del denunciante, su hijo, el denunciado y el G. C. que acompañaba de pareja al protagonista, son ficticios. Sólo el nombre del protagonista, el Guardia Civil al mando de la operación y redactor del atestado, T. L. Oliver, es real.

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