Toque de queda en Málaga: una última hora frenética y... el vacío
El puente de noviembre no se plantea nada alentador para el sector hostelero y hotelero
En cuestión de minutos las terrazas desaparecen y la vida en el centro de Málaga muere
Málaga/La cuenta en la mesa sin haberla pedido, los platos apurados con más prisa que gula, la copa vertida en un vaso de plástico para terminarla de camino a casa. Y eso que la noche solo está comenzando y que las risas, los encuentros y el alcohol invitan a dejar a un lado la pandemia. Como cliente, el toque de queda es un verdadero fastidio. Pero como observador, resulta fascinante ver cómo se mueve la vida en el centro de Málaga en la hora y media previa a las 23:00. Al otro lado está el sector hostelero, con poca venta y, al menos, dos horas menos de caja. El puente de noviembre no se les plantea nada alentador.
Parecen lejanas aquellas noches que había gente en la terraza de Lepanto hasta medianoche. Ahora a las 21:40 ya están recogiendo mesas y sillas mientras en la calle Larios la gente se encamina a su recogida. “Se está notando mucho que hay menos clientes, están cerradas Sevilla y Granada, también muchos pueblos, la gente se queda en su casa”, comenta el encargado. Para ellos, su volumen de negocio “ha bajado muchísimo” y lo que podía haber sido un buen puente se va a quedar en un deseo.
En Gorki, en la calle Strachan, tienen prácticamente todas sus mesas llenas, aunque a la cocina le quedan minutos para cerrar. “Esto es un desastre, un caos”, lamenta Diego, el encargado. “El público viene más o menos a la misma hora, no ha adelantado la cena, así que lo que ocurre es que hemos recortado dos horas de venta”, comenta mirando a una pareja que acaba de llegar y a la que tendrá que decir que ya no le puede servir. Porque a las 22:30 ya no puede haber nadie y tiene que estar la persiana cerrada.
“Tenemos que recoger, limpiar y disponemos de un permiso para poder estar en la calle unos minutos más, pero no podemos llegar a casa a la 1:00 como antes”, señala Diego. El encargado de Gorki recuerda que en el último puente hubo mucha gente, “se vio cierta alegría, pero hoy vamos a hacer la mitad de caja que ese viernes”. Llega el momento de entregar las cuentas a las mesas, paso obligado para alertar a los clientes de que tienen que marcharse. “Aún no son muy conscientes de las restricciones”, agrega Diego.
También a las 22:00 cierra la cocina de El Chinitas, otro clásico del centro malagueño. “Han venido algunas mesas, pero es que no hay público, los hoteles están a un 10%, no tenemos gente de fuera y el malagueño tiene que venir al centro, aparcar, muchos se quedan en su barrio y se toman la copa en casa”, considera Ángel, el responsable del restaurante.
“Ahora hay que intentar volcarse en la mañana, aprovechar el medio día y la copa de la tarde, es lo que nos queda”, apunta y destaca que su facturación ha caído al 20 ó 30% con respecto al año anterior. “Ojalá remonte, pero las expectativas de este puente son bastante bajas”, dice. Para este hostelero el cliente se lo está tomando en serio y “nadie juega con el límite de la hora porque la multa va para la persona”.
Cuando aún queda una hora para el encierro, la retirada empieza a ser más evidente. Quienes están más lejos de casa y tienen que coger un autobús, miran el reloj y aceleran los pasos. “Vamos, que llega el toque de queda”, vocea el vendedor de almendras. Hay movimiento en la calle Granada y unas pocas tiendas continúan abiertas. Pero el panorama es completamente distinto en las plazas del Carbón y del Siglo y la calle Calderería.
Mientras los camareros de los restaurantes comienzan una frenética recogida de sillas, servicios y mesas, en los bares de copas parece que el tiempo se ha detenido. Pudiera pensarse que con ellos no va eso de terminar la noche antes que la Cenicienta y te invitan a tomar algo aunque solo quede media hora de venta. Suficiente para un gin tonic.
“El centro se lo han cargado con esta medida, está muerto”, se queja una trabajadora del Neil MacGregor. “Se está llevando más el tardeo, la gente comienza a beber antes, pero son muchos los que vienen a pasear, a comer, a merendar, pero no a tomarse una copa”, agrega.
En la cervecería Vox y en las de alrededor han puesto happy hour desde las 19:00 y tienen el establecimiento lleno pasadas las diez de la noche. Lo que contrasta con los restaurantes de alrededor. En La Tasca Boombeer el encargado asegura que “esto es una mierda, éramos 12 y ahora estamos cuatro y a este ritmo no vamos a quedar ninguno”, lamenta.
No para ni un segundo porque se acerca la hora del cierre y “si no tenemos la terraza lista nos meten 3.000 pavos de multa”, asegura. “El puente anterior fue muy diferente, al menos dio para pagarnos nuestros sueldos”, dice mientras apila sillas y los últimos comensales intentan charlar en mitad de la vorágine. “Chicos, perdonad, volved otro día más temprano y os invito a una copa”, le promete a una pareja joven que tiene que marcharse cuando aún le quedaba vino en la hielera.
“Esto es una vergüenza, los negocios estamos temblando, es verdad que tenemos que poner todos de nuestra parte para que todo esto acabe cuanto antes, pero estamos sufriendo mucho”, comenta el dueño de La Tomasa. Uno de los camareros del Pepa y Pepe también afirma que “lo llevamos regular, no han venido antes a cenar, hasta las ocho y media o las nueve estamos casi vacíos, así que perdemos todas las ventas que se hacían entre las diez y las doce”.
También comenta que los bares de copas están abriendo a las dos de la tarde y “la gente se va directamente a beber, prefieren tomar copas antes que comer, esto es una ruina para nosotros”. Frente a ellos se encuentra hasta los topes la terraza del Dr. Livingstone y un poco más arriba, frente a una plaza de Uncibay ya casi recogida por completo, en el Old Town los clientes no parecen tener ninguna intención de levantarse. Bajo las cálidas estufas de luz roja charlan y ríen en su universo paralelo. El traslado de bolsas de basura, el arrastre de mobiliario, el cierre de persianas no parece afectarles lo más mínimo.
En Casa Lola sí han hecho sus deberes y ya tienen todo recogido cuando quedan unos minutos para la hora señalada. “Estamos adaptándonos, pero hemos tenido meneo, no nos podemos quejar demasiado”, asegura un camarero. “Los más mayores están más concienciados pero los jóvenes pasan un poco más, hay que advertirles de que tenemos que cerrar el local”, agrega.
Parece imposible que sus vecinos de calle lo logren cuando se empiezan a verse por la zona las primeras luces azules de los coches de Policía. Pero en cuestión de minutos, todo un equipo afanado en despejar las terrazas consigue no dejar ni rastro de lo que era.
La plaza Mitjana es un desierto solo cruzado por un par de personas. Los patinetes y las bicicletas comienzan a circular a una velocidad considerable. En la calle Molina Lario, la Sala Premier y el Sherlock ya están apagados y los grupos se repliegan, algunos más perezosos y otros con más celeridad.
En la plaza de la Marina, repartidores de comida descansan unos minutos antes de terminar la jornada pedaleando de nuevo y una larga cola espera para coger un taxi en la parada. Dos minutos antes de las once, un pequeño grupo se hace un selfie con los adornos navideños de la calle Larios y un poco después llega el equipo de los limpiadores de Limasa.
La vida ha muerto en el centro de Málaga. En tan solo media hora es como si el asfalto se hubiera tragado a todo el mundo, dejando un escenario de persianas bajadas, luces apagadas y silencio. “¿Qué estamos viviendo?”, se pregunta Javier al disparar la última foto. Pues, desde luego, una realidad que asusta como si fuese una pesadilla.
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