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LA ciudad y el territorio se estructuran a base de toda suerte de siglas. POT, PGOU, PEPRI, DIA, BIC, son algunas con las que políticos, empresarios, arquitectos y periodistas jugamos a construir, desarrollar, demoler o transformar la polis. Y con frecuencia, casi siempre, a todos se nos olvida que lo fundamental de una ciudad no es su suelo no urbanizable, sus viejos edificios a derribar o sus futuros bulevares de tres carriles por sentido. Tampoco definen la urbe palabros terribles como convenio, volumetría, edificabilidad o recalificación. Estupideces. Nos pasamos la vida discutiendo, peleando, litigando por este o aquel proyecto, y no nos damos cuenta de lo que realmente hace ciudad: Sus ciudadanos singulares. ¿Con qué herramienta urbanística protegemos ese patrimonio vital? ¿Cómo ocupamos el vacío que dejan las personas que aportan algo único?
Una conciencia crítica, una visión mágica de las cosas, un talento especial para la fiesta, una memoria prodigiosa, una capacidad de crear atmósferas fordianas en la barra de un bar, una oratoria de senador romano, una pluma afilada, una fábrica de buenas acciones o de hacer amigos. Un compromiso tenaz con su territorio. Son muchas y diferentes las cualidades de esos individuos a declarar BIC. Y como ocurre con la arquitectura, en Málaga no sobran. No necesitan haber nacido aquí para que les duela la ciudad, y ninguno pierde su capacidad para el asombro ante las barbaridades que se cometen en nombre del peligroso y obtuso malagueñismo y también ante los disparates que se imponen desde los despachos a orillas del Guadalquivir.
En las gerencias de Urbanismo, en las mesas de los delineantes, nadie se preocupa de una máxima fundamental: "Cada barrio necesita una calle Larios, un conservatorio y su poeta". Lo decía Paco Peñalosa, guardián del silo, trovador del urbanismo, articulista de lujo de este periódico y de esta ciudad. Nos descubrió que el Parque es en realidad una mediana, que el malagueño es un animal aparcante y lloró el derribo del viejo granero portuario como "una operación de blanqueo de conciencia negra con cuya colada vendaremos el muñón de la torre manca".
Personajes como Peñalosa, como en su día lo fue para Marbella otro columnista inimitable como Félix Bayón, deberían ser objeto de debate en los plenos, de broncas en los Consejos de Urbanismo, de cruces de cartas de opinión en los periódicos. En cambio, se nos escapa el tiempo discutiendo sobre el Arraijanal, las torres de Repsol, los baños del Carmen, dónde ponemos el Cenachero, el estudio de detalle de la Térmica o el informe sobre la pervivencia del helecho en el Monte San Antón. Desde su mirador del silo, aguardando el penúltimo trámite burocrático para terminar su Echegaray, Peñalosa sigue riéndose de todo esto.
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