Almacenes Gran Málaga
Calle Larios
Que el comercio continúe su lenta y progresiva extinción, ya casi culminada en el centro, tiene toda la razón de ser cuando es la propia ciudad la que insiste en portarse como un enorme bazar
Supongamos que Málaga es una ciudad

Málaga/Pasé hace unos días, en una noche lluviosa, por el histórico establecimiento de menajes Maqueda, la tienda anexa al Mercado Central que durante sesenta años ha surtido de todo tipo de utilería a las cocinas de Málaga hasta su reciente clausura, y comprobé que en el local ya se había instalado otro negocio de venta de souvenirs para turistas, muy taurino y flamenco. Todo en orden. Lo bueno es que quien quiera dedicarse a la venta al público en Málaga tiene de antemano bien claro cuál es la mercancía en la que debe concentrarse. Ahí ya hay mucho ganado. Del mismo modo, las líneas para la ampliación de la actividad comercial han quedado ya bien definidas: en todo el centro proliferan negocios de este tipo en los que, además, se vende alcohol, mucho alcohol, expuesto en escaparates como en las licorerías del Lejano Oeste (encontré los últimos ejemplos en Carretería y Calderería, sustitutos a su vez de otros negocios señeros que se habían mantenido abiertos durante décadas: un avance, si se quiere, respecto a los gofres porno). Si alguien tenía alguna duda sobre el modo en que la ingesta de priva está estrechamente vinculada al turismo en esta ciudad, aquí tiene la demostración definitiva: en estos comercios puedes llevarte los imanes con la banderita de España para la nevera, alguna postal picassiana para quedar bien con la familia al regreso y todo el alcohol que seas capaz de ingerir en el piso turístico o en la calle si la policía hace la vista gorda. Resulta ilustrativo, en todo caso, advertir cómo buena parte de los turistas más jóvenes salen ya de los portales de sus apartamentos con más alúas que un machito recién divorciado. Preguntarse por el sentido del comercio local y tradicional suena ya a estas alturas casi impertinente: Málaga ha puesto todos los huevos en dos cestas, la del turismo y la de los nómadas digitales, en su empeño proverbial para parecerse todo lo posible a un paraíso fiscal. Y no hay mucho nada más que decir ni, por tanto, que hacer. Podemos, si acaso, consolarnos con la presencia en el centro de las librerías, verdaderos agentes de resistencia y puntos de encuentro fraternal y cívico. Fuera de aquí, todo se resuelve entre las franquicias y los puestos de empanadillas. Monte usted una Cámara de Comercio para esto.
Lo que sí tiene sentido, precisamente, es que el comercio tradicional se vaya al garete en una ciudad que no solo ha convertido su suelo en producto exclusivo para las franquicias más distinguidas, sino que ha decidido, tonterías las justas, actuar como una de ellas. La cuestión de los museos franquiciados quedó ya asimilada como mecanismo fundacional: si no somos capaces de generar talento, lo compramos y probamos suerte en la reventa. Y no nos ha ido mal, ojo. Tanto es así que estos días Málaga se ha postulado como la franquicia de todas las franquicias con la Comic Con de San Diego, que en pos de su natural expansión ha optado por la capital de al Costa del Sol (pues claro, cuál si no) para montar su tinglao. Y bienvenido sea: los frikis suelen hacer gala de costumbres cívicas, así que mucho mejor esto que una final continental de fútbol. Tenía su gracia ver en la presentación de la cita a Juanma Moreno y a Francisco de la Torre departiendo con un Lord Sith o con un caballero Jedi, en plan campechano, como si de la oposición se tratase. De hecho, habría estado bien preguntar a los del imperio galáctico su opinión sobre el rascacielos del Puerto o la influencia beneficiosa de las torres de Martiricos en La Palmilla. Esa imagen representaba bien lo que en el fondo quiere ser Málaga, de la ciudad en la que ya se ha convertido: no un hub tecnológico, no una punta de lanza para el turismo sostenible, sino un bazar, unos almacenes enormes en los que puedes comprar prácticamente todo lo que te guste. Si te pirra Star Wars, lo tenemos. Si te mola más la cultura seria, elitista, ahí tienes los museos. Si lo quieres todo a la vez, puedes llevarte a casa el festival de cine. Si te gusta la naturaleza, siempre puedes irte a los Montes de Málaga, pero date prisa. Si te gustan los festivales de lucecitas, agárrate, tenemos los mejores. Ante una franquicia semejante, ¿quién quiere comercio local? ¿A quién le van a importar las tiendas de tres al cuarto pudiendo tener El Corte Inglés entero? Lo que no tenemos es un auditorio. Y no lo tenemos porque eso no podemos comprárselo a nadie, ni a un fondo catarí ni a una marca prestigiosa. No hay reventa posible. Nos lo tenemos que inventar nosotros. Y estamos muy ocupados. O, a lo mejor, no sabemos hacerlo. Pero no se lo digas a nadie.
Eso sí, igual que las tiendas de souvenirs encontraron en el alcohol una fabulosa oportunidad para ampliar su negocio, siempre podemos pujar ahí arriba en el escaparate para traer más franquicias. ¿Qué tal una filial del Vaticano? En vez de llevar allí a nuestras Vírgenes, podemos traer al Papa Francisco a que las vea como en casa, en la calle Larios, y seguro que se recupera. ¿Cuántas veces ha aspirado Málaga a tener unos estudios cinematográficos propios, sin éxito, cuando perfectamente podría convertirse en una subsede de Hollywood? Si Fuengirola ya es, por derecho, casi un protectorado finlandés, ¿por qué no hacer de Málaga una franquicia del sistema educativo de Finlandia y así estudiamos bien, con ambición, como quiere nuestro alcalde? De hecho, ¿por qué quedarnos en la capital, pudiendo trasladar el negocio a toda la provincia, a la Gran Málaga? ¿Cuántos visitantes pasan al año por el Cañón del Colorado? ¿Tanto costaría renombrar el Caminito del Rey como Grand Canyon Málaga? ¿Cuál es el mejor carnaval del mundo? ¿El de Río de Janeiro? ¿Cuántos lo comprarían si pudieran recorrer el sambódromo aquí, en el Mediterráneo, en un lugar mucho más seguro, dónde va a parar? ¿Estamos seguros de que De la Torre no ha mantenido ya conversaciones con Lula da Silva? Quedan muchas soluciones importables para la marca Málaga. El lema está claro: ni una sola propuesta original. ¿Quién iba, acaso, a confiar en nosotros?
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