De bailarina a jueza con vaqueros y, si acaso, americana: la jueza de violencia de género de Málaga

María del Carmen Gutiérrez, delante de decenas de archivadores con casos.
María del Carmen Gutiérrez, delante de decenas de archivadores con casos. / Javier Albiñana

Sus amigos y compañeros la conocen como Menchu. Alegre y cercana, esta magistrada representa la antítesis del estereotipo preconcebido, históricamente ya, sobre la figura de un juez. "En vaqueros y, si acaso, americana", recibe cada día a decenas de víctimas de violencia de género. Las mismas a las que pide "fuerza" cuando dan un paso al frente y denuncian su calvario; que no reculen es uno de sus empeños. También se ve cara a cara con los agresores. Ellos, a veces, se arrepienten. Pero no ocurre en la mayoría de los casos. "Es muy difícil mostrar arrepentimiento, además desde la detención todo ocurre muy rápido". En cualquier caso, "todos son plenamente conscientes de que lo que han hecho está mal", asegura.

¿El perfil tanto de la víctima como del agresor? En sus años de profesión, aún no ha conseguido determinarlo porque "no lo hay", apunta. Cualquier mujer puede ser víctima de la violencia machista, asegura. "La ley lo que tipifica es el hombre que le agrede a la mujer en sus distintas variantes, y que tengan o hayan tenido una relación de pareja". Cumpliendo esos parámetros, la violencia se ejerce y se sufre en situaciones en las que los implicados tienen más o menos recursos económicos, poseen más o menos formación académica. "Hay de todo", afirma.

El volumen de casos en el juzgado de Violencia de Género número 1 durante la mañana no da tregua a Menchu. Desde la primavera del pasado año, los asuntos han ido aumentando, reconoce. Su rendimiento supera el 200%, como el de la mayoría de jueces. Un ritmo frenético que contrasta con sus tardes, en las que se desprende de la toga y deja a un lado su parte profesional para ser "mamá, pareja y mujer".

También las aprovecha para reposar y que Macarena le sirva un mitad en su italiano de confianza, en una mesa junto a la ventana. De fondo, suena Una carezza in un pugno, de Adriano Celentano, y la lluvia. Bailar y desconectar es otra de las actividades que hace en su tiempo libre. Y es que Menchu no siempre tuvo clara su vocación por la Justicia.

Realizó la carrera de danza española, pero una lesión "gorda" le imposibilitó que se dedicara a ello profesionalmente. Aún así, sigue siendo su vía de escape. Asiste habitualmente a clases de flamenco con un grupo de mujeres que se han convertido en amigas. "Es muy sano y necesario tener un hueco para evadirse", considera.

Otra de sus pasiones es la provincia que le vio nacer y crecer: Jaén. Natural de Úbeda y sus padres de Cazorla, confiesa sentirse "muy orgullosa de su tierra". Aunque reconoce volver oxigenada cada vez que la visita, cuando cumplió la mayoría de edad, quiso volar. Sola. Y así lo hizo. Eligió Granada para estudiar Derecho y, pese a la amplia gama de posibilidades que ofrecía la carrera, fue un magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) que le impartió clases durante su segundo año quien le transmitió vocación y ganas para convertirse en su señoría.

Nada más terminar la entonces licenciatura, comenzó a prepararse las oposiciones de judicatura. En tan solo 21 meses, con 24 años, Menchu aprobó la oposición. Apenas dos años más tarde, se colocó la toga. Sus comienzos fueron en un juzgado mixto de Estepona, que llevaba Instancia, Instrucción y Violencia de Género; más tarde, estuvo cinco años en uno de Instrucción de Marbella. Desde hace dos, en el número 1 de Violencia sobre la Mujer.

Aunque muchas veces confiesa haberse visto sobrepasada por el volumen de asuntos, defiende su vida fuera del trabajo. Una de sus principales reivindicaciones es la conciliación real de las mujeres porque no quiere elegir, asegura. Pero, si no le quedara más remedio, lo tendría "más claro que el agua". Probablemente, colgaría la toga por la falda y los tacones de flamenco.

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