El barrio de las cuevas
Málaga, ayer y hoy
La zona de El Palo fue a principios del pasado siglo uno de los puntos de la ciudad que más infraviviendas acogió entre las familias de agricultores y pescadores de la época
Hoy en día es uno de los barrios más poblados y de mayor expansión de la ciudad. Pero hace casi cien años estaba plagado de cuevas donde vivían numerosas familias sin apenas recursos. Las cuevas se situaban sobre las laderas que están por encima de El Palo, en las estribaciones del monte de San Antón, a los lados de los cauces secos de los arroyos. A veces eran simples pequeñas construcciones adosadas, sin apenas ventanas y con utensilios colgadas en las puertas por la falta de espacio. Estaban en un terreno pedregoso en el que no había el más mínimo rastro de urbanización (electricidad, agua corriente, saneamiento o pavimento). Algunos animales correteaban delante de las cuevas. Pero aún así, la condición humilde de las viviendas y de los vecinos, contrastaba con el blanco inmaculado de las fachadas encaladas.
El aprovechamiento de las cuevas como viviendas es muy antiguo, y ya hay constancia documental de la ocupación de las llamadas cuevas de las Viñas en el siglo XVIII, según explicó el historiador Víctor Heredia. A su alrededor fueron proliferando chozas y más tarde, en dirección a la playa, se edificaron casas que fueron dando forma a las primeras calles del núcleo de El Palo, habitado por agricultores y pescadores. Según el experto, el lugar de El Palo quedaba antiguamente muy alejado de Málaga, como la primera población que se encontraba en el camino hacia la costa oriental. Siempre ha dependido del municipio malagueño, aunque en el pasado protagonizó algún intento de segregación pese al corto número de vecinos. A mediados del siglo XIX, El Palo contaba con 250 casas y más de 1.800 habitantes, disponía de una escuela de primeras letras y ni siquiera tenía parroquia propia. Sus vecinos trabajaban en las tareas agrícolas, especialmente en las viñas y huertas próximas de los partidos rurales de Jaboneros, San Antón, Gálica, Jarazmín y Juncares, y en las faenas pesqueras, que capturaban, sobre todo, boquerones y sardinas.
Poco a poco las cuevas fueron quedando como viviendas marginales respecto al resto de la barriada, formando agrupaciones con nombres como cuevas del Olivar, del Arroyo, de Santa María Magdalena o de las Viñas. A principios del siglo XX la confluencia de factores como una ciudad heredada ya muy densificada, la inmigración constante desde las áreas rurales y la falta de promociones de viviendas destinadas a las clases populares propiciaron la aparición de zonas marginales en la periferia urbana, formadas por núcleos de chabolas y de autoconstrucción. El Palo no fue una excepción.
l LA INFRAVIVIENDA COMO ÚNICA SOLUCIÓN. Aunque la mayor parte de los núcleos de infraviviendas surgieron a principios del siglo XX, algunos ya existían con anterioridad, como las viviendas marginales de la plaza de Santa María y del barrio de la Alcazaba, en pleno centro. Al mismo tiempo, con la afluencia de inmigrantes procedentes de áreas rurales, se fueron consolidando agrupaciones de chabolas y autoconstrucciones en El Ejido (donde también había cuevas), Arroyo del Cuarto y, especialmente, en las playas de La Malagueta, El Palo y San Andrés. El desarrollo de políticas de construcción de viviendas sociales a partir de mediados del siglo XX y la mejora extendida de las condiciones de vida fueron propiciando el abandono de las infraviviendas, o su conversión en viviendas más dignas. Aún queda alguna cueva habitada como una variedad de arquitectura popular que presenta varios ejemplos en Andalucía, que apenas ha atraído la atención de los estudiosos del fenómeno troglodita.
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