"Mi barrio se va a poner de moda": el miedo a tener que irte después de una obra de mejora urbana en Málaga

El alto precio de los alquileres hace que los inquilinos teman cambios en su calle

Esto también afecta a algunos propietarios, temerosos de que les pongan una terraza debajo o el vecino cambie por un piso turístico

Cada piso ofertado en alquiler tiene 83 interesados de media en Málaga

Obras en una calle del barrio de Lagunillas.
Obras en una calle del barrio de Lagunillas. / Javier Albiñana

"Las torres aprovechan espacio y dinamizan los barrios, porque las oportunidades de éxito de toda la barriada son mayores, todo va a valer más. Eso tiene un inconveniente: los que no tienen vivienda, hay que procurar facilitar el acceso a la vivienda en alquiler o en compra a los que no tienen, pero los que tienen, todos se benefician de ello", dijo Francisco de la Torre, alcalde de Málaga, antes de las pasadas elecciones. Esa idea, la del progreso como una realidad con dos caras: mejora para unos, necesidad de marcharse ante la subida del coste de vida para otros; es la que se esconde detrás de tantas obras de renovación urbana en la ciudad. "Virgencita, virgencita, que me quede como estaba", piensan muchos vecinos cuando ven las máquinas acercarse a su calle.

Socorro, mi barrio se va a poner de moda, que dirían otros. Son múltiples los ejemplos en grandes ciudades europeas en las que una nueva infraestructura pública, la llegada del metro u otro transporte urbano o, simplemente, un nuevo parque hagan que un barrio se ponga de moda, atraiga las miradas y comience el proceso por el que los pisos se revalorizan y comienza a cambiar su tejido.

Una mercería cierra para que habrá un tienda de galletas al estilo Nueva York, un local especializado en brunchs –esa comida entre el desayuno y el almuerzo– o, directamente, en el más impersonal de los casos, una consigna para maletas con código de apertura y sin personal a cargo. Antes, habían arreglado la calle, peatonalizado o renaturalizado la zona. Actuaciones necesarias para la renovación urbana y que tan bien acogida suelen ser. Pero, no siempre es así.

Muestra de ello, hace un año un sociólogo estadounidense, Eric Klinenberg –que identifica en uno de sus últimos libros la idea de grandes infraestructuras como bibliotecas públicas u estaciones de metro como "palacios del pueblo" porque ayudan a corregir la desigualdad– visitaba en Barcelona una nueva biblioteca pública, de grandes dimensiones y atractivo diseño contemporáneo. Compartió en redes cuánto le gustaba el nuevo edificio, pero las respuestas generaron un interesante debate: había quien la rechazaba porque "supondría que subieran los alquileres del barrio" o "con su coste se podrían pagar una decena bibliotecas de barrio". El sociólogo acabó por admitir muchos de estos testimonios: “Una cosa perturbadora sobre este momento en el urbanismo es que cada proyecto bello genera tanta ansiedad por la gentrificación como elogios por hacer las cosas mejor. Y más perturbador aún es saber que esas ansiedades están justificadas”.

Málaga no es ajena a esta situación. El "modelo más de éxito que otras ciudades", que decía el alcalde de Málaga en la misma entrevista, ha supuesto un imán de atracción para el foráneo que descompensa la balanza del mercado de la vivienda. El último estudio del Barómetro del Alquiler apuntaba que el precio medio de los pisos a rentar estaba ya en 1.200 euros y, aún así, cada anuncio publicado obtenía, de media, 83 interesados tras diez días publicado. De esta manera, la presión de Málaga estaba por encima de "muy alta", la peor clasificación que otorga el estudio.

Nueva zona peatonal proyectada en el entorno de Huelin.
Nueva zona peatonal proyectada en el entorno de Huelin. / M. H.

Guillem Suárez es vecino de El Bulto. Su calle es una de las que promete vivir una verdadera transformación en los próximos años. El Ayuntamiento proyecta una supermanzana para la que ya han conseguido 6,7 millones de euros y que debería estar finalizada en 2025. Renaturalizar las vías, hacer más amplías y verdes las aceras y ganar espacio para el peatón, todo el mundo lo querría junto a su portal. "No voy a decir que esté en contra, pero todos los pisos que se anuncian están ya mucho más caros que el mío, cuando terminen las obras el barrio se va a poner de moda y, seguramente, me tendré que ir porque acabarán subiéndome el alquiler", señala cuando se le pregunta.

Guillem trabaja en la estación de tren y "voy a perder calidad de vida si me tengo que mudar más lejos, perderé mucho más tiempo yendo al trabajo, además de que no sé dónde voy a tener que ir, está todo muy caro".

El de la supermanzana en Huelin fue uno de los últimos proyectos que dejó planteados y sobre ruedas Pedro Marín Cots, antiguo ditector del Observatorio de Medio Ambiente Urbano (OMAU) antes de jubilarse hace un año. Al teléfono, hace un resumen de las bondades del proyecto, eliminar carriles al tráfico rodado para ganar espacio verde para el peatón, de acuerdo con lo que se está haciendo en otras ciudades europeas.

Pero, reconoce que "es muy difícil mantener a la población residente si estas mejoras no van aparejadas con fuertes políticas de vivienda como podría ser obligar a los propietarios a mantener el precio del alquiler durante una serie de años", así asegura que es "normal" que cuando los entornos se vuelven "atractivos" haya cambios en el tejido social de los mismos.

Esto se ha venido replicando, narra, en los distintos planes Urban –posteriormente Edusi– que implementó en el centro histórico y distintos barrios que lo circunscriben, como Trinidad, El Perchel o Lagunillas. "Uno de los objetivos de estos planes era fijar a la población residente, pero años después, vemos que ninguno lo consiguió, es más, en el Centro incluso se ha perdido", apunta.

Lagunillas, a la que seguirán los barrios con los que linda al norte, son los siguientes focos en los que Francisco José Chamizo-Nieto identifica como el siguiente punto en los que más se están notando ya los efectos de la gentrificación. Chamizo-Nieto es arquitecto e investigador de la Escuela de Arquitectura de la UMA especializado en los procesos de gentrificación y subraya que la congregación de pisos turísticos está desplazando a la población residente de la zona.

"Lagunillas ha sido el último, también con la peatonalización del barrio, en hacer ese efecto llamada a que los turistas se instalen, como pasa en casi todos los que orbitan en el centro. Una vez el centro se satura, esto funciona como una mancha de aceite y se podía saber que Lagunillas era el siguiente. La peatonalización del eje central sólo ha hecho acelerar el proceso, aunque su implantanción empezó antes de que empezasen las obras", señala.

Curro López, presidente de la asociación de vecinos de Lagunillas, es tajante: "A mí no me importa que me arreglen una calle, ahora están haciendo obras en calle Lagunillas y dos o tres más, pero no quedan comercios en la zona y los vecinos se están teniendo que ir. Lagunillas ha sido una de las zonas con más comercio de Málaga y quedan cuatro ahora mismo. Esta mañana hablaba con el dueño de la droguería y me decía: 'Sí, a los turistas les vendo alguna crema o algún bote de protección solar, pero de eso no vivo, yo vivía del día a día, el detergente o el lavavajillas del vecino'. No sabe cuánto más va a durar".

"Desde aquí mandamos un mensaje de socorro, si ya quedan pocos vecinos en estos últimos años, dentro de poco no va a quedar ninguno", apunta, a la vez que ensalza que sí haya un proyecto de VPO –el de Lagoom Living en suelos cedidos por la Junta de Andalucía– que se dispondrá a alquiler a largo plazo. "Quedamos pocos, incluso yo tengo ya la carta de que me quieren echar en diciembre no debiendo nada y habiendo pagado religiosamente; yo tengo 16 pisos turísticos al lado, querrán dedicar el mío también a eso".

Obras en una calle de Lagunillas.
Obras en una calle de Lagunillas. / Javier Albiñana

Marín Cots señala que los de vecinos de Lagunillas, en las reuniones previas al Edusi de su zona, ya le veían las orejas al lobo, "me decían que seguramente esto iba a venir acompañado de pisos turísticos y aumento en los precios, era la primera vez que me pasaba".

En el último de los Planes Edusi terminados, el de Carretería, Marín Cots señala que, durante las obras, era especialmente llamativo que quiénes aquejaban la dilatación de los trabajos en la calle, más que vecinos, eran empresarios bajo la premisa de "haber invertido un dinero y tener que recuperar esa inversión, y el tiempo que la calle estuviese en obras y no terminada era tiempo que estaban perdiendo dinero".

Alejandro Villén, además de haber estado en varias de las reuniones de los Edusi, lo ha vivido en sus carnes como vecino de Carretería: "A todo el mundo le digo que la peatonalización no es para mejor, supone menos plazas de aparcamiento para los vecinos que tienen coche, mi barrio cambió y se perdieron los locales que había y los nuevos se enfocaron en el turista. Un día fui a sentarme a desayunar y una tostada y un café eran 7 euros, me levanté y me di cuenta que ya no era el cliente que buscaba ese negocio".

En La Vanguardia, la periodista Begoña Gómez Urzáiz denominó a este fenómeno "gentriansiedad", término que levantó polémica entre los estudiosos del tema y que no ha contado con la aceptación académica. En el mismo, cita al investigador Jorge Sequera, director del Grupo de Estudios Críticos Urbanos (GECU) de la UNED, también ha registrado el fenómeno –aunque sin nombrarlo–. “Existe ese problema y no deberíamos entenderlo como algo especialmente paradójico, sino como parte del diagnóstico de vulnerabilidad de muchos vecinos”, dice.

Sequera pone como ejemplo una visita para dar una conferencia a Málaga: "Llegamos todos los investigadores con nuestros a prioris y allí nos encontramos con que cualquier ejercicio de peatonalización era visto por los vecinos con absoluto temor. Implicaba que donde había coches aparcados, que estaban más o menos quietos desde las seis de la tarde, pasaba a haber bares y terrazas. Los vecinos preferían tener los coches debajo de casa que zonas peatonales porque o que perdían en contaminación ambiental lo ganaban en contaminación acústica y lumínica y falta de descanso. Esto puede llevar a que los vecinos acaben reclamando: por favor, quiero coches debajo de mi casa”.

Algo similar le ocurrió a María José Sánchez, vecina de la céntrica Plaza de las Cofradías. "Cuando renovaron la plaza pusieron un parque, demasiado grande para el entorno, pero también llegaron bares con terrazas. Está siendo una lucha constante y un problema de ruidos enorme, lo que antes era una plaza completamente tranquila ahora supone que a las dos, cuando cierran las terrazas de los bares, haya muchísimo ruido y media hora más tarde pasa el vehículo de Limasam, es imposible pegar ojo".

No es el único de los cambios que ha notado, "muchos de mis vecinos se han mudado y lo han alquilado para turísticos. Ahora voy hacer una reforma para poner un tabique en mi cuarto e insonorizarlo, no se puede convivir con esto. Es verdad que mi piso es en propiedad y se ha revalorizado, pero he perdido calidad de vida".

Virgencita, déjame como estaba, se repiten algunos vecinos cuando ven acercarse la maquinaria de obras. Piensan: "Mi barrio se va a poner de moda, otra vez me voy a tener que mudar o ¿quién vendrá al 2ºC, que seguro lo venden?" Si no temen perder aparcamientos, que los locales acaben pasando a ser una terraza que recoja tarde o una consigna a la que llegar arrastrando las maletas. Virgencita déjame como estaba.

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