La Baviera Romántica VII: Los castillos del Rey Loco II
El castillo no es solo un monumento de piedra; es el reflejo del alma atormentada de un rey que soñó más allá de los límites de la realidad
La Baviera Romántica VI: Los castillos del Rey Loco I
A tan solo un kilómetro del castillo de Hohenschwangau, se encuentra el más famoso y conocido castillo de los que construyera el Rey Loco: Neuschwanstein. De joven, en sus largas cabalgadas por los alrededores del castillo de Fusen, donde pasaba largas temporadas con sus padres, Luis II se sintió atraído por un paraje especialmente fascinante. Al pie del monte Tegel, en un lugar llamado la Piedra del Cisne (Schwanstein), había unas ruinas de dos castillos medievales (cuyos nombres omito por su longitud). Ya su padre, Maximiliano II, a mitad del siglo XIX, tuvo la tentación de reconstruir un castillo con las ruinas, pero fue su hijo quién, en 1868, tenía ya el proyecto del nuevo castillo que tardaría 17 años en construirse, aunque nunca fue totalmente acabado. Neuschwanstein fue su castillo del Santo Grial, una partitura wagneriana de piedra, una potente y fantástica creación romántica en estilo neogótico.
El Castillo no es solo un monumento de piedra blanca; es el reflejo de un alma atormentada y visionaria de un rey que soñó más allá de los límites de la realidad. Parece salido de un cuento de hadas, está lleno de estancias que no solo representan la riqueza y el esplendor de la época, sino también el aislamiento y los sueños de su monarca. Desde el momento en que cruzamos el puente que conecta el mundo exterior con Neuschwanstein, sentimos que nos adentramos en un universo paralelo, donde las paredes de piedra guardan los susurros de un rey que vivió fuera del mundo real.
Wagner está presente en casi todas sus estancias. El castillo reproduce escenarios de sus óperas. Así, la tercera planta está dedicada a Tanhauser, representando la gruta donde el caballero y poeta vive rendido a los encantos carnales de Venus, la diosa del amor. El salón es el escenario donde se representa la llegada del cisne en Lohengrin ("el Caballero del Cisne"), Luis llamó al castillo "El nuevo cisne de piedra" en homenaje suyo, y la sala del trono reproduce una capilla románico- bizantina. La planta cuarta reproduce la Sala de los Cantores del famoso castillo de Wartburg del siglo X, en Turingia, que fue cuna de torneos poéticos en el siglo XIII y que sirvió de refugio a Martín Lutero en el XVI. Y, mirando al exterior, son realmente espectaculares las vistas sobre los lagos y los montes de Fusen.
Pero detrás de la magnificencia, Neuschwanstein también refleja, en las habitaciones privadas de Luis II, la triste soledad de su creador. Porque la relación del rey con su castillo es casi simbiótica. Este castillo de cuento fue uno de sus refugios, de sus escapes, un lugar donde sus sueños más profundos tomaron forma. Sin embargo, también fue una prisión, pues su amor por el castillo lo llevó a alejarse de las obligaciones políticas, lo que contribuyó a su trágica caída. El pueblo y, sobre todo, su gobierno, fue incapaz de comprender su obsesión, por lo que le consideró cada vez más distante y excéntrico.
El castillo es inolvidable. Es uno de esos monumentos que permanecen en la memoria por ser único, por su espectacularidad. Pero también contribuye a ello, las largas colas que hay que aguardar para entrar a él. Tres horas y media, mal contadas, estuvimos en una cola que alcanzaba el medio kilómetro hasta llegar al puente de entrada. Cuando acabamos la visita y salimos, nos fuimos a comer y no no calentamos mucho la cabeza, pedimos un “roasted knuckle of pork” (o sea, un codillo de cerdo asado) y una cerveza.
Toda esta zona de Baviera tiene fama por la cantidad de iglesias y conventos que hay en ella. Y son dignas de visitar muchas de ellas por la calidad y la belleza del barroco y rococó que exhiben. Así que decidimos hacer un recorrido por los pueblos de los alrededores, el primero de los cuales fue el de Schongau, un municipio de unos 15.000 habitantes, en los Alpes, junto a la frontera con Austria a la orilla del río Lech, un afluente del Danubio. Fue un asentamiento en la Edad del Bronce y, después, con los romanos. En el siglo XIII es cuando tenemos referencia de estar fortificado y ser un importante centro estratégico al encontrarse en la ruta comercial que unía las ciudades de Fussen y Ausburgo. En el siglo XIV, Schongau obtuvo el estatus de ciudad, lo que significó un impulso a su desarrollo comercial y económico. En el XV pasó a pertenecer a Baviera, fue ciudad imperial, y obtuvo el derecho a acuñar su propia moneda. A finales de este siglo sufrió un incendio que la dejó totalmente destruida y, en el siglo XVI, fue famosa por la ejecución de sesenta y tres mujeres acusadas de brujería a las que, hoy día, se les rinde tributo de diversas maneras, pero desde entonces parece como si una maldición hubiese caído sobre la ciudad, ya que, en 1632 fue arrasada en la Guerra de los Treinta Años (en la que se enfrentaron España, Alemania y Austria con Francia, Suecia, Bélgica, Dinamarca y Noruega) y después fue sometida en las Guerras Napoleónicas. Ha tenido que pasar más de un siglo para ser totalmente reconstruida y recuperar su encanto. Aún conserva parte de las murallas defensivas con algunas de sus torres, lo que le da ese aire medieval que la caracteriza.
La Marienplatz (Plaza de María) es el corazón de la ciudad. La cantidad de comercios y restaurantes que la rodean y, especialmente en verano, las animadas terrazas en las que corren ríos de cerveza bávara, hacen de la plaza un lugar simpático, divertido y alegre. En la plaza, donde una Virgen mana en el centro de una antigua fuente, se encuentra la iglesia de la Asunción de María, cuyo origen fue gótico pero se remodeló en el siglo XVIII. Es una joya en la que destacan sus magníficos estucos y preciosos frescos de un colorido y belleza excepcional. Entre ellos, no cabe dejar de gozar con la extraordinaria factura de un Espíritu Santo de estilo rococó situado en el coro. El Ayuntamiento, edificio moderno muy bonito por su arquitectura tradicional bávara, tiene enfrente una monumental escultura de un águila en recuerdo de que Schongau fue ciudad imperial.
Son impresionantes las puertas conservadas de la muralla. La Puerta Antigua (Alter Einlass) tiene una planta octogonal y cinco plantas de altura. Está rodeada de típicas casas de variados colores y tejados a dos aguas. Saliendo de la ciudad por esta puerta, la panorámica que se ofrece es espectacular y trae a la mente la impresión que tuvo Goethe de las montañas bávaras: “los colores del paisaje adquieren una intensidad desconocida (…) Aquí la naturaleza habla con una voz más clara y poderosa”. No lejos de esta torre estaba la llamada Torre de las Hechiceras, destruida en 1704, que fue donde encerraron a las mujeres condenadas por brujería en 1592. Pero sí que podemos contemplar otra torre que sigue en activo. En el centro histórico nos encontramos con la iglesia de Santa Ana que fue del convento de las carmelitas, hoy llamada iglesia del Santo Espíritu.
Recorrimos pueblos de los alrededores, como el de Peiting que destaca por la decoración de sus fachadas, pintadas con motivos religiosos o históricos. Rottenbuch con una de las iglesias rococó más bonitas de la zona. Es la iglesia de la Natividad de María, cuyo origen fue hace casi un milenio. En este pueblo se fundó, por la misma época, el Monasterio de Canónigos Agustinos que sobrevivió hasta la llegada de Napoleón. Este monasterio convirtió a Rottenbuch en un centro cultural y religioso de primer orden. Su iglesia, de diseño basilical, de estilos barroco y rococó, puede considerarse una de las más bellas de Alemania. Pasamos por Weis, donde vimos la Wieskirche, otra joya del rococó alemán, en un hermosísimo lugar alpino. Su espectacular decoración le ha valido el titulo de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Por último, estuvimos visitando el Monasterio de San Juan en el pueblo de Steingaden. Es un monasterio del siglo XII del que se conserva su claustro románico-gótico. El interior es otra joya del rococó alemán.
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