La Baviera Romántica VIII: Los castillos del Rey Loco III
EL JARDÍN DE LOS MONOS
Este palacio (más que castillo) de Linderhof es para mí el más alucinante y el más representativo de la personalidad de Luis II
La Baviera Romántica VII: Los castillos del Rey Loco II

Lechbruck es conocido por su belleza natural y su entorno pintoresco rodeado de montañas y paisajes idílicos. Su arquitectura es típicamente bávara, la mayoría de sus casas son de madera y tienen decoradas sus fachadas. Cercano a los Alpes y al lago Lechsee, hacen de él un lugar muy atractivo para el turismo de naturaleza y las actividades acuáticas. Es, pues, un pueblecito tranquilo, relajante y muy hospitalario. La última noche que pasamos en él, coincidiendo con que era nuestro aniversario de bodas, nos fuimos a cenar al restaurante de un cercano hotel. Fue toda una sorpresa gastronómica el menú degustación, propiamente bávaro, que pedimos. Tomamos unos entrantes variados a cuál más exquisito: langosta con caviar, trucha con suero de leche y lucio con mejillones en una salsa alucinante por la combinación de sabores. De segundo tomamos unas costillas de cerdo cocinadas con apio, pepino y limón asiático (yuzu). Y, de postre, saboreamos una espuma de chocolate con melocotón. Todo ello fue acompañado con un magnífico vino del Mosela, envasado por la cooperativa vinícola de Trier. En definitiva, una excelente cena, servida con extremada amabilidad, para celebrar nuestro aniversario y la despedida de esta primera etapa en la Ruta de los Castillos del Rey Loco.
Partimos hacia Munich temprano con la intención de visitar el castillo de Linderhof, que más bien era una residencia de recreo estival a unos cuarenta y tantos kilómetros de Fussen. Luis II comenzó su construcción ampliando la casa, conocida como “la casita real” (Königshäuschen), del coto de caza que usaba frecuentemente su padre Maximiliano II, cuyos terrenos eran de su propiedad. Pero al final decidió echarla abajo y construir el palacio que hoy podemos contemplar y admirar. Linderhof es el palacio más pequeño de los tres que construyó y el único totalmente terminado. Y, como no podía ser de otra forma, lo hizo de estilo rococó con una más que evidente influencia versallesca.
Luis II encargó la construcción de este castillo en 1869. Su intención era crear una residencia privada y aislada en la que poder retirarse del resto del mundo. A diferencia de su famoso castillo de Neuschwanstein, Linderhof fue diseñado para ser más recoleto y acogedor, adaptándose a las aspiraciones más personales y místicas del rey. Linderhof refleja la fascinación del monarca por el estilo rococó, aunque también incorpora elementos del Renacimiento francés, reflejo de la influencia que tuvo Luis XIV de Francia, el "Rey Sol", en Luis II de Baviera. El castillo es pequeño en comparación con los otros palacios reales, pero está lleno de detalles ornamentales que dan cuenta de la suntuosidad y la opulencia derrochada. La fachada es de un blanco resplandeciente, con detalles dorados que le dan un aire elegante y majestuoso, y el interior está decorado con una mezcla de lujo francés y alemán, manifestados en los exquisitos paneles de madera tallada, los espejos y las frescas tapicerías.
Este palacio (más que castillo) de Linderhof es para mí el más alucinante y el más representativo de la personalidad de Luis II. Un monarca introspectivo, solitario y profundamente apasionado por el arte, especialmente por la música de Richard Wagner. Un rey que padeció de fobia social desde joven, por lo que su vida estuvo marcada por el profundo y perseguido aislamiento de la política y la corte, lo que determinó que se refugiarse en sus castillos, diseñados para materializar sus sueños artísticos y su admiración por la monarquía medieval. Estuvo siempre fascinado por la historia y los mitos, por lo que quiso emular la grandeza de reyes pasados. Pero su sensibilidad emocional, su creciente desconexión de la realidad y sus obsesiones personales lo llevaron a ser percibido como un excéntrico “Rey Loco”.
En Linderhof fue donde más tiempo estuvo aislado, viviendo en ese mundo irreal de sus fantasías. Nada menos que ocho de los veintidós años de su reinado. En Linderhof, Luis II, vivió en su país de las maravillas. Las estancias del palacio nos dan muestras de ello. Para comenzar, nada más entrar en el vestíbulo, nos encontramos con una estatua ecuestre del monarca francés Luis XIV, símbolo de la monarquía absolutista que añoraba. Y la escalera es una copia, aunque más pequeña, de la llamada “de los embajadores” de Versalles. A partir de ahí, la visita de las dependencias es una auténtica muestra de lo que hemos dicho sobre la personalidad del monarca y sus sueños.
Lo primero que nos asombró fue la “sala de los espejos”. En ella se contraponen los espejos de forma que se puede ver una imagen de una galería sin fin al reflejarse unos en otros. En esta sala de destellos infinitos, Luis gustaba de sentarse a leer noches enteras, ya que solía dormir por el día. Destaca en su decoración un impresionante candelabro de marfil con dieciséis brazos. El reflejo de sus luces debía ser un alucinógeno impresionante. Después nos encontramos con dos cuartos de tapices, inexplicablemente sin función alguna. Uno de ellos es conocido como “de la música” porque hay un instrumento musical, inventado por él, llamado aelodión. El aparato combina un piano con un armonio. Después pasamos a la llamada “cámara de las audiencias” que nunca usó para dicho destino, ya que no daba audiencias a nadie; la utilizaba para trabajar en los proyectos fantasiosos de nuevos castillos. Alberga un trono con baldaquino. El comedor fue lo que más me impactó. La mesa es un elevador que la une con la cocina para no tener contacto con los sirvientes y, lo más curioso de todo, siempre se montaba con cubiertos y platos para cuatro comensales, ya que al rey le gustaba hablar en las comidas con otros tres imaginarios comensales: Luis XIV, Madame de Pompadour y María Antonieta. De estos personajes, por él admirados, hay retratos diversas estancias del palacio. Y, por último, el dormitorio que es curioso porque carece de privacidad y tiene la cama en alto, como un altar, cercado por una balaustrada dorada.
Pero el colmo de las ensoñaciones y locuras del rey Luis II, lo tenemos fuera, en los jardines y edificaciones accesorias. El jardín es de diseño francés, barroco y renacentista, cargado de historia y mitología. Esculturas alegóricas de los continentes, las estaciones del año y los elementos forman parte de su decoración. Desde el dios Neptuno, la dorada diosa Fama, el dios del Amor con delfines, fuentes con Venus y Adonis, Flora y Putti, o Náyade con ninfas de agua, hasta una estatua de María Antonieta o un templo circular a la diosa Venus.
Pero el paroxismo del Rey Loco se plasma en la Gruta de Venus que mandó construir. Es la gruta de la ópera Tannhäuser de Richard Wagner. Fue construida mediante un armazón de hierro, recubierto de lienzo y cemento, con los que simularon las estalactitas y estalagmitas. Está decorada con paisajes y escenas de la citada ópera, pinturas que tuvieron que protegerse de la humedad mediante un encerado. En el lago, mediante unos motores se fabricaban olas y se construyó una cascada. Para la iluminación se fabricó una auténtica central eléctrica, la primera que hubo en Alemania. Y para pasear por el lago se hizo construir una barcaza en forma de concha. La humedad y el frío era tal que se necesitaron siete hornos para la calefacción. También se instaló un sistema de proyección para simular un arco iris. Para conseguir que el agua iluminada tuviese un azul intenso, hubo de inventarse el índigo artificial.
Fuera de la Gruta de Venus, nos encontramos un “Quiosco Morisco”, con cúpula y torres en las esquinas, doradas. En el interior una fuente y un trono de pavo real; la “Casa Marroquí”, comprada en la Expo Universal de París de 1878; La “Choza de Hunding”, inspirada en la ópera de Wagner, La Valquiria; y, por último, la “Ermita de Gurnemanz”, hecha según la descripción que hace Wagner en su ópera Parsifal.
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