La caída del último gran atracador de bancos de Málaga
Juan Lima se encuentra en prisión provisional tras asaltar un banco de Ciudad Jardín a sus 71 años, tras una vida dedicada a esta “profesión”
Un histórico atracador asalta, a sus 71 años, un banco de Ciudad Jardín con pistola y escopeta
La caída de Juan Lima Ojeda es la del último gran atracador de bancos de Málaga. Su historia, la de un delincuente al margen de cualquier imaginario colectivo. Las víctimas a las que asaltaba siempre reconocieron su garbo y galantería. Los agentes que lo han investigado durante décadas, su carácter afable y gentil. A sus espaldas, una treintena de antecedentes, la mayoría por robos en sucursales, que lo han condenado a largas temporadas entre rejas. El botín siempre lo repartía con los suyos. “Era una especie de Robin Hood”, comentan quienes le seguían la pista. Ya en libertad y pasados los 70, planeó durante meses el golpe que le daría la jubilación. Lo intentó hasta en tres ocasiones. La última lo ha devuelto a prisión.
Viernes. 22 de noviembre de 2024. Ocho menos diez. Juan se aproxima en moto hasta una oficina de Caja Rural situada en Emilio Thuiller, en Ciudad Jardín, a escasos metros de su casa. Lleva una chaqueta fina color camel, un casco blanco y una braga oscura debajo. También lleva una pistola, una escopeta recortada, un walkie talkie y una bolsa del Mercadona. Falta poco para que den las ocho en punto y llega el primer empleado de la sucursal. El ladrón se coloca detrás de él, colocando las armas de fuego en su espalda. Que baje las persianas, que introduzca el código de la caja fuerte y que, si hace cualquier tontería, lo mata y después se mata a él, porque, a su edad, qué tiene ya que perder.
En la presentación “siempre atemoriza”. “Es la única manera que tiene para que los empleados sigan sus instrucciones”. Luego, los tranquiliza, cuentan en una entrevista con este periódico los veteranos del Grupo de Atracos de la Comisaría Provincial de Málaga. Lo cierto es que en su expediente no hay ni una mancha por delitos de sangre. Y durante sus estancias en la cárcel solo tuvo problemas con los etarras. “Les recriminaba que fueran tan violentos y acabaran con la vida de tantas personas”.
A las ocho y siete, una llamada a la Sala del 091 de la Policía Nacional de un vigilante astuto movilizó a un amplio dispositivo de agentes (uniformados y de paisano), que blindaron las inmediaciones de la entidad bancaria. Dentro, la caja fuerte ya se había desbloqueado y el empleado guardaba, con premura, en la bolsa de Juan fajos de billetes de cincuenta, veinte, diez y cinco hasta sumar un total de 64.000 euros. El curtido atracador sabía a qué hora llegaba el segundo trabajador a la sucursal y que tenía que estar fuera antes de que lo hiciera. Aunque estaba en tiempo, ya no tenía escapatoria.
La última vez que Juan fue detenido corría el año 2022. La Policía lo situaba como principal sospechoso del asalto a un banco de su barrio por el que tenía especial predilección. El balanceo de sus andares, “similares a los de Don Pimpón”, como consecuencia de los achaques propios de la edad, terminaron de confirmar las hipótesis de los investigadores. En aquella ocasión, también empleó una pistola, su pareja y su hermana le prestaron apoyo vigilando el entorno de la oficina y se hizo con un botín de 130.000 euros, de los que los agentes solo consiguieron recuperar 1.000 en el marco de la denominada operación Escarlata. Sus problemas de salud entonces evitaron que pisara la cárcel y no tardó en volver al ruedo.
Un año y dos tentativas de atraco en bancos de la capital malagueña después condujeron de nuevo a los investigadores del Grupo de Atracos hasta Juan. Durante medio año, siguieron cada uno de sus movimientos. “Sobre las 7:30, llegaba a la puerta del banco que tocara ese día, se sentaba en la puerta e, incluso, se ponía a hablar con los clientes. Pasada una hora más o menos, se iba y hacía vida normal. Paseaba, se daba un baño en la playa, iba a cuidar a su pareja al hospital o a ver a su hijo”, explica uno de los inspectores.
A Juan aún le quedaban meses para ejecutar su último golpe.
Aquel viernes, supo que “algo iba mal fuera”, así que se quitó el casco y descargó la pistola. Salió y levantó las manos. Ya sabía, de sobra, cómo funcionaba el juego. Se echó a llorar. Que era su último atraco. Que se iba a jubilar con este. “También dijo eso la última vez”.
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