Calixto III

A pesar de que fue un digno pastor de su Iglesia, con una gran formación y haber llevado una vida casta, fue blanco de una “leyenda maldita”

La décima musa

Calixto III
Calixto III / M. H.

Alonso de Borja, con el nombre de Calixto III, fue un papa controvertido, bueno con una fama de malo, que hubiese pasado desapercibido si no hubiese sido el primer papa de la familia Borgia, tío de Rodrigo (el depravado e incestuoso papa Alejandro VI) y tío-abuelo de César y Lucrecia Borgia. Las herencias, sean tangibles o intangibles, suelen ser de padres a hijos, pero en este caso, la mala fama del papa Alejandro VI contaminó a toda la familia, ascendientes y descendentes. Borgia provienen del apellido Borja aragonés, asentado en el reino de Valencia desde el siglo XIV, en Xátiva y en Canals. La mutación del apellido se produjo cuando Alonso Borja se estableció definitivamente en Roma tras ser nombrado cardenal.

En Xátiva radicó una rama de los Borjas que pertenecían a la nobleza, cuyo referente era Don Rodrigo Gil de Borja, padre de Jofre de Borja. Mientras, en Canals se estableció la rama plebeya, aunque rica, encabezada por Domingo de Borja que era, en palabras de un clérigo, historiador y escritor liberal de la ilustración, un Fon fill de un bon hom laurador de Xátiva (Era hijo de un buen hombre, labrador de Xátiva). Domingo se casó con Francina Llançol y tuvieron cinco hijos. Uno de ellos, Alonso, fue después el papa Calixto III, y otra fue una niña de nombre Isabel que fue la que cambió el sino de la familia; primero por casarse con su pariente noble de Xátiva, Jofre de Borja, ya que con esa boda se unieron las dos ramas (decidieron obviar el apellido Gil y se quedaron solo con el Borja, pasando así a ser una sola familia noble y rica); y segundo, porque fue la madre de Rodrigo Borgia (futuro papa Alejandro VI), origen de la leyenda maldita de los Borgia.

Nuestro personaje, el papa Calixto III, nació en la Torre de Canals a finales del año 1378. Según algunos biógrafos, cuando el niño Alonso contaba con tres años de edad, sus padres se lo presentaron al dominico Vicente Ferrer para que lo bendijese, éste lo tomó en sus brazos, lo bendijo y, después, le dijo a los padres: “Lleven ese niño a la escuela, que será hombre muy grande y me ha de honrar mucho”. Premonición que Calixto III tuvo siempre presente. Comenzó a estudiar en Xátiva, Latin y Lógica, después estudió Arte en Valencia y, recién cumplidos los quince años, ingresó en el Estudio General de Lérida donde se doctoró en Leyes y Cánones. Era dicho Estudio General de Lérida una de las dos universidades que tenía el Reino de Aragón en la península ya que las otras dos con las que contaba se hallaban en Montpelier y Perpiñán. Al acabar su doctorado se hizo cargo de la cátedra de Cánones, en la que alcanzó gran fama de jurisconsulto. Tal fue así que el rey de Aragón, Valencia, Mallorca, Sicilia y Conde de Barcelona, Martín I el Humano, le nombró bayle de Lérida (administrador de la justicia en los territorios de la Corona de Aragón). A partir de este nombramiento dio comienzo su brillante carrera como asesor jurídico y diplomático, además de entablar una estrecha relación con la Corona de Aragón a cuyos reyes prestaría sus servicios de una manera intensa y prolongada.

Paralelamente, Alonso, en 1411, inició una carrera eclesiástica en la rama administrativa al aceptar el nombramiento como Auditor de Cuentas de la Cámara Apostólica del papa Benedicto XIII, conocido como el papa Luna. Fue nombrado también canónigo de la catedral de Lérida y Provisor del Obispado. En esos momentos estaba en plena efervescencia el Cisma de Occidente. Este Cisma de la Iglesia Católica se produjo al ser nombrados dos (e incluso tres) papas que se disputaban el solio pontificio. Duró desde el año 1378 hasta 1417. Alonso de Borja intervino como emisario del rey de Aragón, Fernando I, en la negociación para deponer a Benedito XIII, que prestaba obediencia a la rama de Aviñón en el Cisma.

Por esas mismas fechas, al morir el rey de Aragón, Martín I, sin descendencia, hubo un acuerdo entre los estados confederados de Aragón Valencia y Cataluña, llamado el Compromiso de Caspe, por el que fue elegido rey Fernando I. Un Trastamara, conocido como el de Antequera, que logró la corona en Caspe gracias al prestigio de Vicente Ferrer. El rey Fernando decidió retirarle su obediencia a Benedito XIII y, como ya hemos dicho, envió a Alonso de Borja para convencerle de que depusiera su actitud. En dicha misión Alonso de Borja demostró su valía como negociador, lo que le valió para continuar siendo el asesor diplomático en la solución del Cisma. Al final, fue con el rey Alfonso V El Magnánimo, hijo del de Antequera, que se produjo la abdicación del papa Clemente VIII que terminó con el Cisma llamado también de Aviñón. Éxito que se apuntó Alonso de Borja, lo que le valió subir un escalón en su carrera y conseguir el muy deseado y perseguido nombramiento de obispo de Valencia.

Hubo de ser ordenado presbítero para tomar posesión de la mitra valenciana, habida cuenta de que no era sacerdote. Alonso nunca dejó de atender las necesidades de la diócesis, incluso después de ser Papa, aunque la mayor parte del tiempo estuvo fuera de Valencia atendiendo asuntos del Magnánimo. Asuntos como las guerras continuas con Juan II de Castilla que finalizaron en 1436, los problemas del rey con el nuevo papa Eugenio IV o la educación del hijo bastardo del rey, Fernando, entre otros asuntos, fueron llevados y resueltos por el obispo de Valencia que, en premio, especialmente por conseguir la reconciliación del rey con el Papa, recibió la púrpura cardenalicia. En 1444 y fijó su residencia en Roma y pasó a formar parte de la corte pontificia.

El domingo 1 de mayo de 1455, muerto el Papa Nicolas V, sorpresivamente, ya que la tiara papal se la disputaban las poderosas familias italianas de los Orsini y los Colonna, aparte de que Alonso Borgia contaba ya con setenta y siete años, fue coronado papa ante una comitiva en la que estaba presente el mismísimo rey Alfonso V el Magnánimo y una significativa representación de Valencia. Tres años duró su pontificado, pero fue intenso y fecundo. En él hay tres asuntos que focalizaron su atención. Por una parte la canonización de San Vicente Ferrer, cumpliéndose con ello la profecía que le hizo el santo, la ruptura con Alfonso V y la guerra contra los otomanos tras la caída de Constantinopla.

No podemos olvidar el contexto en el que se desenvuelve el pontificado de Calixto III. Estamos en un cambio de era. El incipiente Renacimiento trae de la mano un cambio generalizado en el pensamiento que afecta a todos los ámbitos de la sociedad. El humanismo impera sobre el teocentrismo medieval de la mano de Erasmo de Róterdam, la política da un triple salto mortal con Maquiavelo tras su principio “el fin justifica los medios”. La economía, antes basada en el mundo agrícola, pasa a industrializarse y el comercio se constituye como el sector fundamental tras el establecimiento de las nuevas rutas comerciales y el descubrimiento de nuevos mundos. Comienzan a definirse y a nacer los nuevos estados. Así, tras acabar en 1453 la Guerra de los Cien Años, con la anexión de los territorios continentales en manos de los ingleses, Francia consigue su unidad bajo el reinado de Luis XI. Inglaterra nace como estado a finales del siglo XIV, bajo la dinastía Tudor. También España nace por las mismas fechas con los Reyes Católicos. Pero el acontecimiento que marca el cambio de era es sin duda la caída de Constantinopla en manos de los otomanos, en 1453. Este hecho afectó de sobremanera al Cardenal de Valencia que se obsesionó en la lucha contra los otomanos, lo que le llevó a convocar a todos los príncipes europeos para montar una expedición general contra ellos. Pero todo se quedó en aguas de borrajas.

En su papado, Calixto III, fue honrado con la Iglesia al pretender para ella el reino de Nápoles que Alfonso V quería para su hijo bastardo Fernando. Aquél, amigo, y éste, su discípulo. Pero el Papa setabense no dudó en convertir aquella profunda relación en una feroz disputa en defensa de los intereses políticos de la Santa Sede.

Pero a pesar de que fue un digno pastor de su Iglesia, con una gran formación y haber llevado una vida casta y austera, fue blanco de una “leyenda maldita”. Por un lado fue acusado de nepotismo por las prebendas concedidas a sus sobrinos. Así fue, pero practicó el nepotismo forzado por las circunstancias, ya que tuvo que elegir en los puestos claves a gente de su confianza ante enemigos tan poderosos como las familias Orsini y Colonna. La otra cara de la leyenda le vino por herencia de su sobrino Rodrigo, protegido suyo que llegó al solio pontificio como Alejandro VI. Su merecida mala fama alcanzó prácticamente a todos los Borgia.

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