El Perchel: el valor y el precio

Calle Larios

Entre la desolación y el lujo, Málaga tiene en los últimos elementos reconocibles del barrio un muestrario eficaz de su transformación reciente, así como un testimonio de la lógica especulativa que ha impulsado esta evolución

Invocación contra la especulación urbanística en los edificios percheleros señalados para su demolición. / Javier Albiñana

Málaga/La calle Peregrino, paralela a Cuarteles, presenta el suelo empedrado que una vez fue característico del barrio y ahora apenas resiste en algunos tramos dispersos. Hay varios solares, convenientemente tapiados o vallados, presentes como agujeros en una vía a la que escasa luz que deja el filtrar el cielo nublado de este mediodía confiere una apariencia más discreta, como si aquí nunca pasara nada. En uno de los solares se percibe cierto movimiento tras el muro. Hay una pequeña caseta de obra y alguien trabaja en el terreno. Un vecino llega con la mascarilla en su garganta: pasea a su husky mientras consulta su teléfono móvil como si le fuera la vida en ello. Cada salida a Cuarteles nos recuerda que a apenas diez metros de aquí Málaga es otra, considerablemente más frenética, con sus comercios abiertos, el transporte público en plena gestión de la hora punta y los bares llenos de quienes se permiten desayunar a estas alturas de la jornada; basta dar una vuelta a la esquina para que el paseante se interne en una Málaga ausente, un compás de espera en la partitura hacia otra parte. Y la otra parte no es otra que Ancha del Carmen, tal vez el emblema más notorio de El Perchel: aquí hace ya tiempo que desapareció el característico empedrado que resistió a los terribles aparcamientos de bordillos romos a favor de este trazado peatonal y allanado que ha convertido la calle en una extensión por derecho del cercano Soho. Los macetones delimitan, con plantas desigualmente cuidadas, un entorno que podría ser cualquiera, en cualquier ciudad, en cualquier latitud. Edificios de viviendas recién reformados para su uso como apartamentos turísticos esperan a los futuros y efímeros inquilinos mientras los técnicos, electricistas y fontaneros que entran y salen de los portales ya rematados dan los últimos retoques a las instalaciones. Aquí también hay solares, pero en ellos la actividad constructora sí es bien visible: los agujeros quedarán pronto habitados por nuevos bloques de previsible definición para idénticos fines. Los nuevos edificios, asépticos, con la geometría funcional consabida, revestidos con apenas ciertos detalles esmerados en la madera que remata los cierres de las ventanas, contrasta con la arquitectura de las pocas casas antiguas que quedan en pie, algunos geranios en los balcones, los portales de madera frente al imperio del cristal en los accesos vigilados a conciencia con cámaras de seguridad, las aldabas, las mirillas, todo aquel mundo que se abría hacia adentro para confluir luego en el barrio como escenario común. Aquí, en Ancha del Carmen, ya han abierto los primeros restaurantes adscritos a las últimas tendencias gourmets; nada de bares donde poder tomar tranquilamente una cerveza, se trata de inspirar un determinado estilo alternativo (y ahora, por otra parte, mayoritario) dado que la clientela fija va a constituir una cuestión utópica: el negocio va a depender de gente que estará de paso, y a eso hay que atenerse. En los locales comerciales hay estudios de tatuajes, tiendas de decoración y peluquerías unisex, lo que termina por hacer de la calle una prolongación efectiva ya no solo del Soho, sino del mismo Centro: cuando los planes municipales apuntaban a una prolongación del modelo Larios hasta Vialia se referían, exactamente, a este atrezzo.

Colores percheleros para un nuevo Soho. / Javier Albiñana

Al fondo sigue estando la Iglesia del Carmen. Sólo si el paseante adopta el ángulo exacto, sin desplazarse un milímetro, y enfoca como es debido, encontrará que nada ha cambiado. El templo está abierto. Una señora sale a Plaza de Toros Vieja tras haberse puesto a buenas con Jesús de la Misericordia. En la otra acera, otra señora que acaba de salir del mercado y arrastra no sin fatiga un carrito de la compra atestado se persigna con devoción. Pocos se acuerdan ya del mercado antiguo, por más que no haya llovido tanto; pero en este enclave es posible encontrar algo a lo que llamar vecinos, o mejor vecinas, las que van a hacer la compra, o a rezar un rato, o a pararse a conversar en las esquinas, a lo mejor queda tiempo para un café antes de hacer la comida, o para comprar un cupón de los ciegos a ver si la suerte sonríe. Se advierten los (pocos) percheleros veteranos y los de nuevo cuño, los que viven en los bloques de la misma manzana del mercado, con sus ventanas estrechas y su fachada plana, y los que pudieron quedarse en Eslava, en Cuarteles o ya más cerca del río. No hay nada como un mercado junto a una iglesia para que una ciudad parezca precisamente eso: una ciudad.

La calle Ancha del Carmen, lugar de la memoria y del contraste. / Javier Albiñana

En su condición atravesada de principio a fin por los contrastes, El Perchel funciona como un muestrario en el que es posible constatar, a pie de calle, la transformación que ha experimentado Málaga en los últimos veinte años. La ciudad más pujante, la que se cierne en un suelo privilegiado, a pocos pasos del Centro, Centro mismo en correspondencia con la política urbanística entendida como expansión devoradora del modelo, se convierte en la siguiente esquina en un reducto deprimido, vacío, maltrecho y lamentable. No coexisten aquí, por tanto, la Málaga innovadora y la Málaga tradicional, sino la Málaga beneficiada y la Málaga desahuciada, el esplendor de la primera a costa de la extinción de la segunda, con una impunidad carente en absoluto de discreción. Es el procedimiento habitual, ya se sabe, de la especulación inmobiliaria, que prefiere este tipo de desequilibrios a un desarrollo urbano armónico en la medida en que los guetos ofrecen la coartada perfecta para multiplicar el precio del suelo a conveniencia. La calle Angosta del Carmen hace honor a su nombre: vuelve el empedrado al pie y con él las pintadas acumuladas en las paredes, los locales comerciales cerrados a cal y canto, las aceras sucias y la impresión, certera, de que aquí no hay nada que hacer. En la calle Arco resiste la legendaria sede de Encuadernaciones Robles, así como la ladera este de los últimos edificios característicos del barrio, las dos viejas manzanas cuya demolición, con el consiguiente desamparo para los vecinos que siguen viviendo aquí de alquiler, ha sido anunciada en pro de la construcción de nuevas viviendas.

El nuevo mercado y la vieja iglesia: signos de la evolución del barrio. / Javier Albiñana

La emoción es aquí aún más turbia, con cortinas raídas, ventanales destrozados, la pintura de la fachada levantada, los estragos bien visibles de la humedad, habitaciones donde las ventanas han sido sustituidas por mallas de plástico, un tendido eléctrico insostenible que amenaza con venirse abajo en cualquier momento y algunos cierres desprendidos. El paisaje clama a gritos por una rehabilitación, tal y como lleva haciendo desde hace décadas. Esto también está a un paso del Centro. Pero la decisión, como es bien sabido, ha sido otra. En la calle Huerto de la Madera la desolación sigue con puertas tapiadas, ropa amontonada en las rejas de los balcones y un aspecto general de abandono. Se asoman dos vecinos a la peña de esta calle. El tejido asociativo, que fue en su día el santo y seña de El Perchel, apenas se ha quedado en su sombra. Al final, ya en la esquina con Callejones del Perchel, otros toman una cerveza en el mesón Aguilar, donde una pancarta instalada hace unos días advierte de que El Perchel no se vende. En la otra esquina, la calle Malpica ejerce de particular frontera entre el testimonio condenado a la piqueta y los nuevos bloques de apartamentos despachados a partir de 400.000 euros, donde ya es prácticamente imposible encontrar un alquiler mensual por menos de ochocientos. Ante tal tensión, es evidente quién tiene las de perder. La Biblioteca Municipal Jorge Guillén mantiene aquí sus puertas abiertas a la espera de su traslado al rehabilitado Convento de San Andrés, donde renacerá como la gran Biblioteca Municipal del Distrito Centro. Al lado, otro local que también tiene sus puertas abiertas reúne en su interior mesas ya dispuestas para jugadores de ajedrez.

Resistencia, suelo empedrado y algunos solares en Angosta del Carmen. / Javier Albiñana

Un vecino cincuentón, delgado, con jersey de rombos, calva de otros tiempos y pantalón de pana se encoge de hombros y pronuncia el dictamen más evidente: “Era cuestión de tiempo”. El Perchel desapareció en realidad hace mucho. Primero, con la definición de la Avenida de Andalucía ya no como gran acceso a la ciudad sino, precisamente, como prolongación del centro; y posteriormente, a partir de mediados de los 90, con la sustitución del viejo barrio por las enormes urbanizaciones, vendidas a precios astronómicos como síntoma del ansiado pelotazo que debía hacer de Málaga una ciudad competitiva. “El Perchel se terminó de morir cuando murieron la vieja estación y el América Multicines”, matiza el vecino. Lo que había sido el barrio pintoresco, signo distintivo de la identidad de Málaga, se convirtió en un espacio de ocio con sus grandes centros comerciales, sus nuevos cines, la llegada de las franquicias de moda y restauración como puntilla al comercio tradicional y el resto de elementos que terminaron haciendo de El Perchel esa extensión del Centro con precios en correspondencia. Un lujo. La consecuencia lógica ha sido un recambio en la población a una velocidad de vértigo: dado el encarecimiento de la vivienda, muchos no tuvieron más remedio que irse a otros barrios para dejar paso a quienes sí podían permitírselo. Una lógica aplastante que vuelve a imponerse en lo relativo a las dos últimas manzanas de los antiguos Callejones del Perchel. El compromiso, público y manifiesto, con el mantenimiento de la población bajo el que el Gobierno municipal aprobó en su momento el planeamiento para el barrio ha brillado por su ausencia todo este tiempo, y todo apunta a que volverá a hacerlo. Pero así funcionan las cosas en Málaga, una marca celebrada por muchos pero restringida a una minoría cada vez más exclusiva. Hablaban de valor, pero, en realidad, querían decir precio.

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