El problema y la oportunidad
Calle Larios
El desencuentro político a raíz de los restos arqueológicos hallados bajo el suelo del Astoria nos devuelve a una coyuntura adversa de la que Málaga debía haberse zafado hace ya tiempo
Málaga/Habría estado bien, qué duda cabe, mantener al menos la esperanza respecto al hallazgo de un viejo anfiteatro romano bajo la Plaza de la Merced. Así habríamos podido imaginar batallas navales, carreras de cuádrigas y combates de gladiadores sin salir de casa, todo muy picassiano, por supuesto. Al final, el anfiteatro ha venido a ser como el Cenachero: todo el mundo cree conocerlo pero nadie sabe a ciencia cierta dónde está ni si existe realmente. Lo que sí tenemos, de nuevo, y como siempre, es el problema. El problema que estalla cada vez que aparecen restos arqueológicos y corresponde determinar el valor de los mismos, separar la paja del grano para decidir qué preservamos, trasladamos o exponemos y qué echamos directamente al fuego. Porque la percepción general es ésta: la de un problema. En una ciudad sumida en una metamorfosis continua, con mil y un proyectos en la recámara, la localización de restos arqueológicos pasa a ser considerada, de oficio, un obstáculo. Una pérdida de tiempo, de dinero y a menudo de expectativas, lo que no es moco de pavo: en la Málaga parquetematizada, las expectativas dan de comer a mucha gente. En principio, el procedimiento, casi siempre largo y tedioso, está bien estipulado: corresponde a la Junta de Andalucía, por su responsabilidad en la materia, estudiar, analizar y ponderar los restos así como concluir qué corresponde hacer con ellos. Pero, mientras tanto, el problema nos pone en una tesitura complicada a merced de una inercia que esta ciudad no ha sido capaz de reparar muy a pesar de precedentes tan dolorosos como la historia del Teatro Romano en el pasado siglo. En un debate sin matices y con la razón expulsada a patadas, no hay más remedio que posicionarse: o estás a favor de los proyectos interrumpidos por los restos arqueológicos o no lo estás. Cuando el alcalde dice que a su entender no hay nada “apasionante ni brillante” en los restos romanos, musulmanes y cristianos localizados bajo el suelo del antiguo cine Astoria, en lugar de esperar a que se pronuncien los expertos, está dividiendo a la oposición, a los medios y a la opinión pública en dos bandos: los que quieren que se construya en la misma zona un auditorio, para el que habría que excavar a una profundidad de diez metros cuando las catas arqueológicas emprendidas hasta ahora apenas superan los cinco, y los que no lo quieren. Volvemos así, entonces, al territorio de los cuñados, al de la política de brocha gorda, al eso no vale nada para qué lo queremos si podemos poner esto otro tan bonito. Es decir, a la confrontación ridícula de la que Málaga debió zafarse hace mucho y en la que seguimos ensimismados.
No sé lo que entiende Francisco de la Torre por restos “apasionantes y brillantes”. Sabíamos que era improbable que apareciera ahí un anfiteatro. Tanto como que apareciera la Alhambra o una nave espacial tripulada. Pero una mínima sensibilidad acorde con la cultura urbana del siglo XXI debería llevarnos a dos conclusiones: la primera, que todos los restos arqueológicos son importantes y, por tanto, valiosos. Nos aportan información clave sobre la historia de Málaga y sólo por eso merecen ser contemplados como algo más que carne de piqueta. La segunda, y en consecuencia: los hallazgos arqueológicos no deberían ser vistos nunca como un problema, sino como una oportunidad cultural, urbanística, turística y de muy diversa índole. Por el discurso histórico conformado hasta ahora en los restos encontrados, en plena Plaza de la Merced, muy cerca del eje vital que sirvió de origen a la ciudad, el sentido común invita a seguir excavando y ampliar la labor arqueológica. Porque lo que hay en juego es nada menos que el ADN de la ciudad, la posibilidad de obtener, de un vistazo, el relato cronológico y completo de las civilizaciones que contribuyeron a forjar Málaga. ¿Nos convierte esto en adversarios de la idea de construir un centro cultural con un auditorio? En absoluto. Como no nos convertía en adversarios del Metro la reclamación de una mayor transparencia sobre la gestión de los restos musulmanes localizados en su trazado por parte de la Junta de Andalucía. De nuevo, las voces que más luz podían aportar brillaron por su ausencia para que pudieran hablar los políticos.
Habrán de ser esas voces, las autorizadas, las competentes, las que aclaren el grado de pasión y brillantez de los restos arqueológicos hallados bajo el suelo del Astoria, aunque muy difícilmente los informes podrán ser concluyentes si no se prolonga la excavación en niveles que sigan aportando información. Pero, si se trata de cambiar los problemas por oportunidades, habría que tener suficiente disposición a trasladar el auditorio a otra parte si así lo sugirieran los acontecimientos. Porque a lo mejor sí que hay aquí una oportunidad: en lo que se refiere a música y espectáculos, experiencias de descentralización como los conciertos que ofrece la Orquesta Filarmónica en La Térmica han dado resultados más que positivos. Y cabe recordar que el Ayuntamiento tuvo sobre la mesa un proyecto para hacer de la antigua prisión de la Cruz del Humilladero un auditorio con varias salas para conciertos que rechazó en beneficio de una universidad privada primero y de un centro para jóvenes creadores después (centro del que, por cierto, no se sabe mucho desde hace casi dos años). Por otra parte, si la tendencia mayoritaria en las ciudades europeas es la de dar más relevancia a los entornos monumentales en lugar de cubrirlos, una Plaza de la Merced abierta y despejada, con la Alcazaba a la vista en todo su esplendor, sin moles y con espacio para el esparcimiento ciudadano, se parece cada vez más a la fórmula más deseable. No todo van a ser problemas.
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