Recuento de los besos pendientes
Calle Larios
De acuerdo, hay quien se excede en estas cosas
Pero convendrán en que, si Málaga es una ciudad favorable al toqueteo sentimental, algo de esta noble tradición se ha perdido para siempre
Málaga/Salía a toda mecha del Maskom, con cartones de leche, yogures y otros productos apretados entre el torso y los antebrazos (con qué alegría la conciencia medioambiental nos lleva a rechazar las bolsas que sí necesitamos) cuando un gesto acontecido en la acera atrajo poderosamente mi atención: una pareja de paseantes ya entrados en años, seguro con más de ochenta, tal vez con los noventa ya cumplidos, cualquiera sabe, los que ustedes quieran, caminaba con parsimonia de tortugas, tan despacio, dejando gustosamente que el mundo les pasara por encima, a estas alturas no hay razones para la prisa, y entonces él se agarró al brazo de ella: aferró delicadamente su mano justo encima del codo, allí donde antaño un músculo probó su fuerza a destajo, ahora apenas una cobertura de piel arrugada sobre un hueso descalcificado, tan frágil, prólogo ya de la ceniza y sin embargo triunfador en su resistencia, aún más despacio. El hombre no buscó apoyo ni dirigió a su compañera en ningún sentido. Sólo parecía querer hacerse notar. Dar a entender que estaba ahí, a su lado. Ya está, eso fue todo. No hubo besos, ni más gestos, ni palabras más allá de sus mascarillas, sólo esa mano posada en el brazo como gesto de amor. Con mucho me gusto me habría quedado a contemplar el espectáculo, pero los yogures se me venían abajo, maldita sea, así que tuve que apretar el paso para llegar a casa antes de que alguno estallara contra el suelo. La imagen, eso sí, se me quedó grabada, fíjense qué tontería. En Knight of cups, la película de Terrence Malick que con tanta vehemencia defenestró la crítica, hay un gesto parecido: Christian Bale camina por la calle junto a Cate Blanchett y él la toma justo así del brazo, como si su mano fuese un insecto que encuentra amparo sobre una hoja, tan elocuente en la derrota de un matrimonio roto. Y no hace falta nada más. Todo queda dicho en ese instante. Hay gestos que tienen ese poder. La inmortalidad, la novela de Milan Kundera, está construida de cabo a rabo en torno a un único gesto: una mano que prodiga una despedida, ondeante, en la lejanía. En el teatro, el hallazgo de este tipo de gestos determina a menudo la diferencia entre una obra buena y otra mala. A mí aquel gesto me sirvió para llenar el día. Poco después subí a mi coche, puse la radio y en el Congreso los señores diputados estaban insultándose y denigrándose de un modo inaceptable a oídos humanos. Me acordé de Battiato y busqué en mi playlist su Pobre patria: “Yo me avergüenzo un poco y me hace daño / ver a los hombres como animales”. Pero, ante la barbarie menos pudorosa, aquel gesto devino en esperanza. Ya ven con qué poco se conforma uno cuando aún es miércoles.
Por razones que seguramente tendrán que ver con su clima, su inclinación voluptuosa al esparcimiento perezoso, su querencia contrarreformista y la evidencia de que es relativamente fácil hacerse aquí con lo importante, Málaga es una ciudad favorable al toqueteo, al manoseo, a los besos estampados en el espacio público. Tal vez no nos queramos bien, ni siquiera lo suficiente, pero se nos da de lujo aparentar lo contrario. Y esto explica la cara de estúpido que se nos queda ahora cuando nos encontramos en la calle con alguien querido y empezamos a inclinar la cabeza, a llevarnos la mano al pecho o a invocar a Manitú con tal de demostrar al otro nuestro afecto. Si incluso las autoridades sanitarias recomiendan prescindir de los besos para practicar sexo, ya me dirán qué hacemos con los abrazos que antaño se llevaban los buenos amigos. Lo peor de todo es la sospecha de que este recelo aséptico, que tal vez ha tenido consecuencias positivas respecto a la actitud de pesados y aprovechados, aunque quizá a un precio demasiado alto, ha venido para quedarse y perdurará tras la dichosa vacuna. Igual en algún sitio hay un recuento de besos pendientes. Haga algo, señor alcalde.
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