Réquiem en la ciudad desahuciada

Calle Larios

Se alquila, se vende, cierra sus puertas hasta nuevo aviso

Con la esperanza puesta en la campaña de Navidad, el centro de Málaga es mientras tanto un compás de espera y de silencio

Locales cerrados, terrazas vacías, pisos en venta: el centro de Málaga queda definido ahora en su ausencia.
Locales cerrados, terrazas vacías, pisos en venta: el centro de Málaga queda definido ahora en su ausencia. / Javier Albiñana

Málaga/A medida que avanza la crisis, la paradoja se apunta nuevos tantos. Los últimos balances apuntan que la calle Larios ha perdido hasta un 40% de su afluencia peatonal respecto a los meses previos al Estado de Alarma decretado el pasado marzo. Sin embargo, la pasada noche de Halloween había que darse de tortas para encontrar un sitio en el centro en el que parar y tomar un café o un refresco. Por obra y gracia del toque de queda, Málaga parecía, al fin, una ciudad europea: a eso de las 19:00, calles como Juan de Padilla o la Plaza de las Cofradías, nuevo gran destino de los amantes del tapeo, presentaban el ambiente habitualmente visible a partir de las 23:00, con mesas llenas, bordillos y portales ocupados, fiesta a lo grande, ausencia de mascarillas y casi nulo respeto a las distancias de seguridad. En tal coyuntura, uno no sabía si merendar, cenar o pasar directamente a la copa de después. La unanimidad a la hora de adelantar la celebración con tal de que a las 23:00 cada mochuelo pudiera volver a su olivo con los deberes hechos resultaba ilustrativa y demostraba hasta qué punto los contribuyentes están dispuestos a cambiar las costumbres, incluidas las más firmemente asentadas, siempre que sea para montarse su propia feria. Cuando de evitar el colapso hospitalario se trata, sin embargo, las reticencias son mayores, o eso parece. Pero de algo tendrá que alimentarse el populismo. Al menos, cuando cierren los cines y teatros por la cervecita del bis ya sabremos a qué se referirán las autoridades sanitarias, por más que costara creer que el andoba que iba haciendo eses en Santa Lucía con una careta de Frankenstein en vez de mascarilla y poniéndose bien pesado con cualquier espécimen femenino que se le pusiera a tiro fuera de los que renuevan cada año el abono de la Orquesta Filarmónica. Así es la vida. En cualquier caso, también en estos días lluviosos en los que el otoño reclama lo que es suyo Málaga respira la tensión entre el deseo de apurar sus encantos a cara descubierta, como siempre, y el miedo a contagios y sanciones que conduce con prudencia a lo contrario. Las paradojas se acentúan, la ciudad pone su empeño en salvar una campaña de Navidad improbable con las luces puestas en la calle Larios más como gesto de decadencia que de promesa feliz, pero, mientras tanto, libreta en mano, la realidad respira de manera distinta. Donde antes este mismo frenesí se esparcía a diario, donde el turismo y el consumo vestían la ciudad de colorines, Málaga es ahora, especialmente en el centro, una villa en alquiler, en venta, en cierre hasta nuevo aviso. Como metida en un paréntesis de travesía propia para un réquiem.

La epidemia del coronavirus ha venido a acelerar los efectos de la especulación inmobiliaria

Si Málaga ha sido en los últimos años una ciudad idónea para pasear sin rumbo, precisamente por sus acusados contrastes y por mucho que falten sombras, fuentes, bancos y otros instrumentos amables para el caminante, ejercer el noble ejercicio del flâneur entraña ahora un desfile de sinsabores. Cada persiana echada, cada local en venta, cada anuncio de un alquiler se traducen en un sueño roto, en un proyecto tirado por la borda, tal vez en el fracaso acelerado después de años de dedicación y esfuerzo. En este sentido, la epidemia del coronavirus ha venido a acelerar los efectos de la especulación inmobiliaria en Málaga: quienes pueden permitirse el lujo de mantener un negocio en marcha en esta coyuntura son más o menos los mismos que llegaban a pagar los precios de los alquileres hasta el pasado febrero. La estrecha selección natural impulsada por el capitalismo feroz ha encontrado en la manifestación más imprevista de la biología un aliado eficaz para reducir las bocas con derecho a su trozo de pastel. Este desahucio es doloroso, pero cabe recordar que en esta ciudad ya lo teníamos antes de que oyéramos hablar de pandemia. Igual es el momento de ganar una ciudad para todos. No sólo para ir de fiesta.

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