Los retornos y las prioridades
Calle Larios
Siempre cabe la posibilidad de que el Ayuntamiento de Málaga vaya de farol con la Copa América de Vela, pero adivinen qué se podría hacer con cien millones de euros
Málaga/Habrá quien tilde a uno de chalado por decir estas cosas, pero incluso metida en barro es Málaga una ciudad hermosa, envidiable, coqueta, instigadora de la esperanza. Incluso bajo la tormenta más aparatosa se revela como una criatura viva, capaz, inquieta, con su Festival de Cine, sus gentes que van y vienen, su murmullo constante, un escenario dinámico donde cualquier cosa es susceptible de suceder en cualquier instante, y un servidor, que ha conocido ciudades cerradas a cal y canto a las seis de la tarde, latitudes donde no hay nada que hacer a no ser que se tenga el carnet correspondiente y plazas resignadas a un aburrimiento vernáculo, no puede más que sentirse agradecido por haber tenido la suerte de quedarse a este lado del mapa. Era cuestión de tiempo que este carácter, bendecido por el buen tiempo (sí, a pesar de todo) y sabiamente dirigido al provecho propio, se tradujera en plataforma de lanzamiento una vez que el modelo de desarrollo liberal obligaba a las ciudades a competir entre ellas mucho más allá de los campos de fútbol. Y aquí estamos, en liza con otras capitales internacionales, en pos de exposiciones planetarias, museos rusos o de donde sea y competiciones deportivas de alto copete. Desde que, a tenor de la instauración del mismo modelo, y en virtud de la mayor eficacia, las ciudades, como cualquier otro orden en la vida, han pasado a ser gestionadas como empresas, los balances entre gastos y beneficios han pasado a entrañar una evaluación considerablemente más urgente en la medida en que, especialmente a partir de la crisis de 2008, la estabilidad es una quimera: el tránsito del esplendor a la bancarrota ocupa cada vez menos espacio, de modo que hay que estar a la que salta, en busca de una oportunidad que multiplique al menos por tres el retorno de cada euro invertido. Afortunadamente, eso sí, el mercado provee un amplio abanico de soluciones de las que echar mano, siempre en la misma clave competitiva.
Recordarán aquellos años en los que, a cuenta de la candidatura a la Capitalidad Cultural de Europa en 2016, Málaga hizo de la misma cultura su santo y seña a cuenta del retorno que entrañaba el turismo respecto a la puesta en marcha de los museos, una jugada maestra que, de paso, proyectaba la imagen de una ciudad cosmopolita, abierta, sensible y moderna, lo que quedó refrendado con aquella promoción a gran nivel del arte urbano y con los principales exponentes mundiales del género haciendo aquí sus cosas. La Capitalidad no salió, pero la posición de Málaga como foco cultural sí recabó un enorme éxito, tal y como atestiguan aún hoy los principales observatorios y barómetros nacionales del ramo. Sucede, sin embargo, que el mercado tiende a sancionar el inmovilismo, así que hubo que empezar a diversificar la oferta y aspirar a jugar en otras ligas, como la tecnología y la sostenibilidad, siempre a lo grande, en busca de los titulares de portada y el impacto más sonoro. Cada nuevo éxito entrañará, siempre, más retornos con los que financiar nuevos proyectos y más consolidación para afrontar con garantías futuras competiciones. Todo esto pasa mientras, milagro, muy a pesar de los precios desorbitados de la vivienda, aquí todavía vive gente. Y, por tanto, no podemos ponernos estupendos con la cotización de Málaga sin olvidar que esa gente, que contribuye a la causa de manera directa, merece y necesita proyectos a largo plazo que a menudo salen por un ojo de la cara y cuyo retorno no es precisamente tan rápido ni, seguramente, tan suculento. Total, lo que ya sabíamos: Málaga, como todas las ciudades, vive sometida a la ley de la oferta y la demanda y eso no es fácil cuando hay que satisfacer servicios públicos. De ahí que la tentación sobre la reducción (o eliminación, ya puestos) de los mismos sea no ya notoria, sino de influencia creciente en términos de praxis política.
Toca, por tanto, poner los huevos en distintas cestas para que la flauta suene en alguna, lo que a su vez encierra ciertas paradojas. Málaga se postula ahora para acoger la Copa América de Vela en 2024, un acontecimiento cuyo retorno económico, ya sólo en términos de creación de puestos de trabajo, está más que cantado. Pero para jugar en esta liga hay que poner sobre la mesa cien millones de euros para empezar. Y, claro, reunir semejante cantidad no es precisamente como ir al monte a coger espárragos, así que allá que ha ido el Ayuntamiento a pedir la participación financiera de la Diputación provincial, la Junta de Andalucía y el Gobierno central a la vez que trabaja en la incorporación de patrocinadores privados. Siempre cabe la posibilidad, no se me ofendan, de que el Ayuntamiento vaya en esto de farol. En este juego, tal posición es común y habitual: las ciudades dan pasos bien medidos para sacar partido posterior a las reacciones, con lo que no siempre se trata de llevarse el premio gordo sino de recabar información útil, sobre todo, a nivel político. Pero es curioso que el Ayuntamiento busque ahora para la Copa América una financiación similar a la señalada en su día para la construcción del Auditorio en el Muelle de San Andrés, una construcción para la que hace casi dos décadas se creó un consorcio compartido, exacto, con la Diputación, la Junta y el Gobierno central, patrocinadores aparte. La misma crisis se llevó por delante aquel consorcio cuando los pasos en firme dados para la materialización del edificio habían sido iguales a cero si bien, desde entonces, el propio alcalde, Francisco de la Torre, ha recordado de manera puntual el proyecto con tal de no darlo por muerto. La pandemia fue la última razón esgrimida para dar cuenta de los nulos avances en la iniciativa, pero el coronavirus no parece ser impedimento a la hora de mover ficha ahora para reunir el mismo dinero de la mano de los mismos agentes. No duda uno (no queda espacio para la duda) del retorno que prodigaría el torneo de vela, pero igual cabe reparar en los retornos que, con la ambición y la imaginación deseadas, podrían llegar de la mano del Auditorio, cuyos beneficios sociales y culturales a largo plazo son, además, incalculables y sin que haya que competir con nadie. No obstante, claro, una cosa son los retornos y otras las prioridades. Ahora sabemos que, con la voluntad precisa, y por mucho que el coste fuese a día de hoy, pasado el tiempo, superior a esos cien millones, el Auditorio podría volver a estar en la mesa de los proyectos imprescindibles y urgentes (faltan sólo dos años para la Copa América, ya me dirán). Pero no pasa nada: seguiremos disfrutando la fabulosa temporada lírica del Teatro Cervantes y los conciertos de la Orquesta Filarmónica y nos subiremos al AVE cuando queramos algo más grande y con mejor acústica. Viento en popa a toda vela.
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