El calvario de Gemma: "Cogió un cuchillo, me rajó un pecho y me dijo que ya no iba a provocar más"
25N-DÍA INTERNACIONAL POR LA ELIMINACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER
Una malagueña víctima de violencia de género, relata a 'Málaga Hoy' las terribles agresiones que sufrió durante años por parte de su exmarido
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Málaga/Quemarle la cara con agua fuerte, abrirle en canal un pecho con un cuchillo porque decía que iba provocando, raparla y dejarla una noche entera en una terraza son algunas de las aberraciones a las que la malagueña Gemma Rodríguez se vio sometida durante años por parte de su ex marido. Ahora, visiblemente emocionada, fuerte y sin miedo, decide contar a Málaga Hoy su experiencia con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la MujerViolencia contra la Mujer.
Entonces tenía 26 años y vivía en Londres. Durante una visita a su ciudad natal, quedó con su mejor amiga para ir al cine. Iban de camino cuando a la altura de la calle Armengual de la Mota, un hombre se les acercó y le empezó a hablar. “Dejé a mi amiga plantada y me fui con él”. Al poco tiempo, comenzaron una relación y también dejó su vida en la capital inglesa para empezar a vivir con él. Sin saberlo, este sería el principio de su calvario.
Recuerda agradables los dos primeros meses de convivencia. A partir de entonces, el infierno. “Me empecé a dar cuenta de cómo era realmente. Bebía y fumaba mucho, llegaba a las 6:00 y se despertaba a las 13:00...Una locura”, describe. Ambos sobrevivían de los ahorros que Gemma había conseguido reunir durante sus años en Londres trabajando en un hospital, primero, y en un orfanato, después.
Con esa misma recaudación, decidió emprender y abrir una discoteca en el número 67 de la Avenida Europa. Dreams fue el nombre que escogió para su local. Sin embargo, aquello más que un sueño se convirtió en una pesadilla. Aunque ella era la única propietaria, “él se hizo el amo de aquello”. “Los miércoles por la noche me ponía mala con diarrea y me orinaba en la cama solo de pensar que al día siguiente tenía que abrir la persiana del establecimiento”, relata. Y es que ver cómo el que era su pareja se marchaba con otras chicas, les daba su número de teléfono e, incluso, mantenía relaciones sexuales con ellas eran escenas habituales para Gemma los fines de semana.
La primer agresión física llegó en forma de tortazo. “Me acuerdo que era febrero, regresó a casa de madrugada y le pregunté de dónde venía”. Un golpe en su rostro fue la respuesta que recibió. Entonces, Gemma denunció los hechos; era consciente de que no debía tolerar ese tipo de actitudes. Al día siguiente, la que fue su pareja salió de dependencias policiales y regresó al domicilio que ambos compartían. “Me repetía que lo que perdonase, que iba a cambiar”. Nunca lo hizo. Los episodios de violencia, lamenta, fueron a más con los años.
Le rajó la cara, se la quemó con agua fuerte y le rapó media parte de la cabeza mientras dormía. “Cuando iba a la discoteca, me gustaba ponerme mis camisetas con un poco de escote como cualquier chica de veintitantos años. Un día, al llegar a casa, cogió un cuchillo, me rajó el pecho y me dijo que no iba a provocar más”, narra con la serenidad que solo brinda el paso de los años.
Pero, la lista de agresiones que Gemma enumera haber sufrido no termina ahí, sino que continúa durante más de cuatro años, señala.
Otra de las más crueles se produjo durante una noche fría en el mes de abril. Comenzaron a discutir. Ella le recriminaba, una vez más, sus actitudes; él, como siempre, utilizaba la violencia más cruenta a modo de respuesta. “Me encerró en la terraza y me dejó allí hasta el día siguiente. Le dije que me abriera la puerta, que estaba congelada y me tiró una manta mojada”.
A veces, confiesa que se ponía frente al espejo y no se reconocía. Solo entonces, era consciente de que no se merecía lo sufrido y conseguía reunir fuerzas para denunciarlo. Otras -las más- guardaba silencio. “Mi madre tenía una tienda debajo de mi casa y ella me veía llegar habitualmente con el ojo hinchado o el labio partido y me preguntaba qué me había pasado, pero siempre le decía que tenía problemas en el trabajo”, relata.
La culpabilidad le hundía, un poco más, en el pozo. “Pensaba que quizás era yo la que estaba haciendo las cosas mal y por eso se comportaba así conmigo. Otras creía que a lo mejor no le gustaba porque me veía fea y gorda”. Con la autoestima completamente hundida, Gemma revela que llegaba incluso a acostarse maquillada para que, al despertar, el hombre que la agredía la viese "perfecta".
En 2008, decidió contraer matrimonio con su maltratador. Poco tiempo después, Gemma quedó embarazada de gemelos. Si bien, una brutal agresión por parte del progenitor de las criaturas hizo que los perdiera y que ingresara en la UCI durante cuatro días. “Estuve tres días inconsciente, el cuarto desperté y fue cuando me dijeron lo que había ocurrido”. Los quince días siguientes permaneció en planta. “Se presentó en el hospital para pedirme perdón”. Pero, Gemma ya no podía más.
31 denuncias
Lo volvió a denunciar. En total, fueron 31 las veces que lo hizo y, solo en esta, asegura, le interpusieron una orden de alejamiento. También ingresó en prisión, pero apenas lo hizo tres meses. “Cuando lo pusieron en libertad sentí mucho miedo. Lo primero que hizo fue irse a un programa de televisión para pedirme perdón”. Volvió a repetir el mismo modus operandi, el que siempre le había funcionado. Sin embargo, Gemma ya nunca más cedió a sus chantajes.
Al poco tiempo, la joven rehizo su vida. Tuvo a sus dos hijos: Francesca y Dieudonne con otra pareja y, aunque esta relación ya puso fin, asegura que fue “maravillosa”. Hace apenas un año, se ha vuelto a casar y dice “estar feliz” aun con las marcas, en su piel y en su mente, que la violencia machista le ha dejado para siempre. “Yo me miro al espejo y todavía me veo las cicatrices del pecho o cuando me pongo muy nerviosa me sigo orinando en la cama, pero ya no tengo miedo”, reconoce emocionada.
Con el objetivo de tender una mano a las mujeres o niñas víctimas de la lacra machista, la malagueña fundó la ONG Nada es imposible, donde ofrecer charlas en centros educativos y penitenciarios sobre la violencia de género. También escribió un libro autobiográfico: África en la piel, donde narra cada uno de los golpes sufridos, pero también cómo emergió de lo más hondo.
"Si yo pude salir, ellas también pueden".
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