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Campanillas quita barro, aunque esquiva las inundaciones: "El miedo lo tenemos cada vez que llueve"

Empleados municipales limpian el lodo de las calles anegadas y vecinos de sus casas en la zona más baja de la barriada

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Operarios de Limasam quitan barro de la calle Degas, en Campanillas, delante de la casa de Álvaro Aquilar. / M. H.

Con la alerta roja, los vecinos de Campanillas tenían este pasado miércoles el susto en el cuerpo. Recordaban la tromba de enero de 2020 en la que muchos perdieron sus bienes y tuvieron que achicar agua sin parar. Entonces, unas 800 familias se vieron afectadas. Esta vez, la barriada de Málaga capital se ha salvado. No obstante, las calles de la zona más baja se anegaron. Así que este jueves tocaba quitar barro. Los empleados municipales, de la vía pública y los vecinos, de puertas para adentro.  

En Degás, número 22 estaba Álvaro Aguilar. Mientras operarios de Limasam amontonaban el lodo con palas para su posterior recogida por otros compañeros, él explicaba que entonces el agua alcanzó casi un metro y entró en su casa. “Entonces perdí los muebles de la cocina y fue una ruina. Esta vez no, no he perdido nada, menos mal. Pero igual teníamos el susto en el cuerpo porque esta es la zona más baja de la barriada. Cada vez que llueve, el miedo en Campanillas lo tenemos”, acotaba. Los desalojaron en torno a las 13:00 del miércoles para evitar que estuvieran allí en las horas que se preveía que volvería a llover con intensidad. Finalmente, no tuvieron que dormir fuera de casa. “Volvimos por la tarde, cuando escampó”, precisaba. 

El río Campanillas, este jueves. / Javier Albiñana

Álvaro relataba los momentos de tensión vividos, mientras los operarios seguían a lo suyo, tratando de devolver la normalidad a la zona de El Brillante. Contaba que este miércoles, cuando el agua corría por las calles como si fueran un río, llegaron dos máquinas que echaron abajo una alambrada que con las cañas que arrastraba la corriente hacía una especie de presa a las puertas de sus casas. También abrieron un portón que hay en el otro extremo de la calle y así la riada fue drenando.  

Sin casi levantar la vista de su objetivo, los trabajadores de Limasam explicaban que intentan quitar el barro antes de que se consolidara con el paso de los vehículos, porque entonces se compacta sobre la calzada y es más difícil retirarlo. Detrás de ellos venía una pequeña furgoneta recogiendo los montones que ellos iban haciendo.

Una trabajadora de Limasam baldea la calle Degas, en Campanillas. / M. H.

Y después, cuando ya el asfalto estaba libre de la mayor parte de ese lodo fino y pegajoso que todo lo impregna, era el turno de otro retén, el de baldeo. Así, poco a poco, la apariencia habitual se iba restituyendo poco a poco en esta parte de la periférica barriada de la capital malagueña. 

Antonio Ortiz, propietario del restaurante Brillante Zalero, que está en una punta de la calle, relataba que el agua llegó al bordillo. “Pero la Policía Local nos aconsejó que cerráramos porque es la zona más inundable de Campanillas”, comentaba. De todos modos, con el cielo jarreando, pocos clientes iban a tener... 

Cerraron a media mañana. El agua no les llegó a entrar y no han tenido ningún daño. Lo único que perdieron esta vez fue el pan, que ya no sirve para el día siguiente. “En 2020 perdimos varias neveras. Entonces lo pasamos muy mal. Esta vez ha sido solo el susto. Pero ya el susto se te queda siempre”, relataba este jueves mientras ya se iba animando el ambiente del bar con clientes que venían por el cafelito de media mañana. 

Por allí pasaba Darwin Becerra, uno de los vecinos desalojados de Santa Águeda. En este núcleo de la barriada, la amenaza era el río Guadalhorce. Darwin volvía de darle una vuelta a su casa. Traía las botas llenas de barro. “Esta vez, el río de momento no se ha desbordado. Pero iba con mucha fuerza y muchas cañas”, afirmaba. 

Darwin Becerra, con su hija. / M. H.

El 29 de octubre pasado, él y su familia se quedaron atrapados por la crecida. Esta vez, Policía Local y Protección Civil los desalojaron el martes a primera hora de la tarde. Contaba que entonces el desbordamiento del Guadalhorce les arrebató muebles, una furgoneta y su cosecha de mandarinos. “¿Esta vez? No, esta vez no. Además, ya nos queda poco que perder”, añadía. 

Todavía no han vuelto a su vivienda. Siguen en la casa de su suegra, en Benalmádena. “Me va a matar porque nos hemos ido allí con los ocho mastines que tenemos”, decía medio en broma, medio en serio. Los tres caballos que tiene los ha dejado en una finca próxima a la suya. Este jueves recordaba lo mal que lo pasó el 29 de octubre, con la misma DANA que en Valencia dejó 216 muertos. Aquel día el agua le llegó “hasta la barriga” y su hija tuvo que subirse a una mesa porque cada vez subía más dentro de su casa. “Cuando llueve, el miedo lo tenemos. Sobre todo, cuando aguas arriba del Guadalhorce abren las compuertas de un pantano. Eso es como un tsunami”, comparaba. 

Los vecinos de esta barriada malagueña viven entre este río y el Campanillas. Cuando la inundación no es por uno, es por otro. Sus habitantes llevan dos décadas esperando un proyecto de encauzamiento de este último cauce y hace casi cinco años ya sufrieron una tromba que castigó la zona con fuerza. 

La presidenta de la asociación de vecinos, Carmen Fernández, aplaudía la obra hecha para el desagüe del arroyo Pilones. Pero reclamaba celeridad en el proyecto complementario en la calle Adonis “que no sabemos por qué lleva un mes paralizado”. 

Al otro lado del río Campanillas, justo a la entrada, está el restaurante El Puente. Mientras ponía desayunos, Antonio, su dueño, contaba que “faltó poco para que se saliera el río” por la parte que da a su negocio. Ante ese panorama, el miércoles a media mañana cerraron. 

Cuando a los vecinos se les preguntaba este jueves si tienen miedo cada vez que hay aviso de lluvias intensas, en el restaurante las respuestas se sucedían:

–Depende de en qué parte de la barriada vivas, decía uno. 

–Pero –remachaba otro– ya se sabe que cuando viene el agua, aquí hay que gastar cuidado... 

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