El carnaval de los inocentes: teoría y práctica

No se pongan así, oigan Quien no se divierte es porque no quiere Entre megáfonos de juguete y pistolas de agua, alguien podría montar una ludoteca en el centro ¿Alguien dijo de verdad que esto acababa a las seis?

Un brindis en la calle Larios, despedida de soltera incluida.
Un brindis en la calle Larios, despedida de soltera incluida.

16 de agosto 2015 - 01:00

SON las cuatro de la tarde. En la Plaza de Uncibay ya no se puede dar un paso. Y no sólo porque no quepa un alma: las suelas de los zapatos (mis Camper, maldita sea) se quedan pegadas en el suelo como si Alien hubiese pasado por allí soltando babas. No hay más remedio que arrimarse a dos feligresas de Disney Channel en horas bajas para empujar e intentar abrirse camino. Las dos se apoyan la una en la otra y en cualquiera que pase para no venirse abajo. Lo tienen fácil: no hay superficie en el suelo sobre la que pudieran posarse. Uno piensa en los personajes que harían de ellas Nabokov, Scorsese y Fernando Arrabal, hasta que la rubia dice a la morena: "Tía, necesito un Red Bull o algo". El olor a agrio se remonta ya hasta el Teatro Cervantes, y casi todo el mundo canta, o baila, o hace monerías. Desde allí hasta la Plaza del Siglo se cuentan dos familias (entiéndase familia como matrimonio con hijos, abuelos o demás): el resto son estos oficiantes que parecen haber venido al centro con la intención de producirse tal corrosión en el estómago. Pero para despejar dudas, una hora antes salían del nuevo Dia de Cristo de la Epidemia una pandilla de siete molzabetes armados hasta los dientes de tintos, cervezas y algunos licores espirituosos en botellas de cristal, todo llevado en sus correspondientes bolsas de plástico, decididos a llegar hasta donde estamos ahora e incorporarse al frente dionisíaco. Viéndoles, daban ganas de preguntarles si acaso pensaban presentárselo todo en ofrenda a la Patrona, que para eso era ayer la festividad competente. ¿Para qué, si no, trasladaban tanta priva? ¿Para donarla a Cáritas? Si Teresa Porras dice que en Feria no hay botellón, es que en Feria no hay botellón. Y sí, ya estamos con lo de siempre. Pero es que en el centro resultaba ayer difícil encontrar otra cosa. Parece que el Ayuntamiento quiere que contemos que en la Feria del centro todo el mundo se lo pasa muy bien, pero eso que la mayoría de quienes lo festejan todo a lo grande en el centro lo hacen a costa de no dejar paso a las ambulancias y de dejarlo todo hecho unos zorros; mientras tanto, quienes se desplazan con otro ánimo lo tienen francamente crudo: únicamente les queda ejercer de palmeros para las pandas de verdiales bajo la portada de Larios, meterse en un museo o participar en actos tradicionales como la ofrenda a la Victoria de ayer. La calle, tomada al peso, es una historia muy distinta. El problema no es que la gente beba: por supuesto, eso es lo que se espera de una Feria. El problema es que a las cuatro los contenedores estaban a rebosar de la misma basura que se amontonaba en los portales de la calle Larios, que la calle Beatas ya era utilizada como urinario y que a las seis (¿de verdad alguien pretendía que la Feria acabara a esta hora?) el personal empezó a repartirse sopapos cuando los sanitarios intentaban llegar a la Merced. Eso sí, jovencitas con las bragas en la mano no vi ayer ninguna (mayorcitas tampoco), aunque confieso que todavía no sé a qué puñetas se refería Teresa Porras cuando habló de tal fenómeno. Viejo que será uno.

Tomados los rehenes, poco pueden hacer los de Limasa cuando, precedidos por los agentes de policía que van abriendo camino contra los apaches, llega a eso de las siete el momento de fregar la calle Larios. No importa: hay gente esperando en Salinas y Strachan a que se larguen para volver a las mismas. Un julai que lleva consigo un carrito de la compra y sostiene en la otra mano un zumito (un zumito, lo juro) se acerca a dos de los operarios que arrastran un contenedor para darles instrucciones de cómo tienen que hacer su trabajo. El tipo habla con acento normando, mejor vayan por aquí, mejor vayan por allá, y uno de los responsables de la limpieza, que lleva un pitillo en los labios a lo Lucky Luke, se queda mirando al presunto y lo fulmina bajo las gafas de sol. Todavía queda gente bailando sevillanas bajo la nueva portada, y bastan diez minutos de olfateo por el entorno para extraer impresiones de malagueños y visitantes sobre la misma (al cabo, la portada de la Feria es como la Santísima Trinidad en el Concilio de Nicea: hay que dejar claro lo que uno piensa sobre ella por narices). A una señora con floripondio en ristre, vestido blanco de gitana y abanico furibundo le parece la más bonita de la Historia, incluida la URSS; una joven sagaz y gafapasta, con pinta de haber leído a Flaubert y de preferir el brécol, dice a un amigo que rebaña un whopper: "Es muy del Pimpi, ¿no? Yo creía que era un anuncio"; el encargado de un puesto de chucherías dice que le gustaba más "la de Picasso", como si Eugenio Chicano no le escuchara; y un señor que lleva el chupito para el fino colgado al cuello cual escapulario de la Virgen del Carmen señala: "Es que hay gente que nunca está contenta". Y sí, tiene razón. Cuánta acritud ahora que todo es maravilloso.

Mientras el recinto del Cortijo de Torres se alumbraba con sus millones de lamparitas LED, como indicando a la nave nodriza dónde está la pista de aterrizaje, los inocentes continuaban su entrañable carnaval en Casapalma, Uncibay, Tejón y Rodríguez, la Plaza del Carbón y la calle Císter, donde un alma cándida la emprendía a cebollazos con una papelera, trasunto de Quijote contra hipotéticos gigantes. Poco a poco iban cayendo fulminados, como tocados por la gracia de Apolo, sumidos en qué sueño etílico, a la espera del 061. Entre troche y moche, quedaron ayer constatadas dos modas para la Feria 2015: una, la del uso de ciertos megáfonos de juguete que, adheridos al oído del transeúnte en plan bocizano, hacen una gracia tremenda; la otra, en forma de pistolas de agua con las que darse fresquito aunque uno no quiera (evidentemente, no es agua lo que disparan). Con tales artilugios se podría montar una ludoteca. Tradición e identidad a raudales. Esto no ha hecho más que empezar.

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