Y el cielo se rompió un 14 de noviembre
Málaga
Hace justo 35 años otra inundación llevó a Málaga a una situación límite, con una riada que contó ocho fallecidos y daños por 300 millones de euros en un territorio de saneamiento insuficiente
La DANA inunda Málaga
Málaga/La fatalidad también tiene, quién lo diría, querencia a la efeméride. Las imágenes de las calles anegadas que dejó a su paso la tormenta que azotó la provincia este miércoles evoca sin remedio otra inundación catastrófica, la que azotó a Málaga hace justo ahora 35 años, el 14 de noviembre de 1989. Especialmente para los malagueños adscritos a la Generación X, el acontecimiento entrañó en episodio inolvidable que marcó para siempre su relación con sus pueblos y ciudades: solo en la capital, el paisaje de coches flotantes y autobuses varados quedó grabado a fuego como severa advertencia de que aquello, tal y como ha sucedido, podría volver a pasar, con ríos y arroyos que amenazaban con salir de su cauce en cualquier momento. La advertencia ha quedado ahora revalidada y será otra generación la que conserve entre sus recuerdos las estampas de una Málaga anegada.
Aquel 14 de noviembre, la tromba de agua descargó en la capital 150 litros por metro cuadrado en una hora y media, un volumen que superó los 200 litros en el Valle del Guadalhorce. Eso sí, las lluvias continuaron cayendo con fuerza en los dos días siguientes y lo siguieron haciendo, ya de manera más intermitente, hasta el 8 de diciembre. Pero aquella Málaga era una ciudad deficitaria en cuestión de saneamiento, que pagó un alto precio su desentendimiento de la suciedad de los arroyos y el descuido de los cauces. Las consecuencias fueron determinantes, con acequias desbordadas, calles inundadas sacudidas por la riada, coches arrastrados, carreteras cortadas, polígonos industriales aislados y casas destruidas. El balance resultó particularmente trágico, con ocho fallecidos y daños valorados en 50.000 millones de pesetas (300 millones de euros). Los Servicios Operativos y de Emergencias se vieron superados y la sociedad malagueña pasó una dura prueba de fuego: la descarga de agua se produjo a tal velocidad que anuló cualquier posible reacción.
El catedrático de Geografía Física de la Universidad de Málaga José Damián Ruiz Sinoga recordaba no hace mucho aquellas inundaciones de 1989: “El cielo estaba de color caldera, con unas nubes espectaculares y mucho componente de sal, el tendido eléctrico pegaba unos chispazos tremendos y cayendo una tromba monumental". De hecho, no fue solo una tromba de agua, "sino la sucesión de una serie de lluvias que provocaron que el suelo estuviese totalmente saturado”. Y es que ya entonces Málaga vio agravada la situación justo por los motivos que se han repetido ahora: “Los suelos sobre los que se asienta la ciudad tienen un componente de arcilla muy alto y éstas son rocas muy impermeables, les cuesta mucho tragar el agua y cuando lleva varios días seguidos se saturan, así que todo lo que llueve, sea mucho o poco, no se infiltra y se queda en la superficie”.
Recordaba Ruiz Sinoga que Málaga “era una ciudad que no estaba preparada en absoluto para digerir esa cantidad de agua. Se produjo una invasión de caudales derivados de escorrentías en zonas urbanas. El Guadalhorce bloqueó el puente de la Azucarera, que era el único que había, así que circulación oeste-este quedó cerrada. La Paz, La Luz y Las Delicias, se inundaron totalmente. La situación fue catastrófica, mucho suelo estaba sellado por las calles y el sistema de evacuación de pluviales era insuficiente”.
En la capital, la lluvia dejó sus peores estragos en el Centro y la zona Oeste. Martiricos, Miraflores, La Trinidad y El Perchel, además de La Luz, La Paz y El Torcal, resultaron especialmente damnificados. La zona Este, por su parte, se quedó sin agua potable hasta que Antonio Salas, entonces responsable de los Servicios Operativos, aplicó el sistema de vasos comunicantes contemplado en el Teorema de Bernoulli, con gran éxito. El 22 de noviembre, casi un millar de militares se desplazaron a la capital para trabajar en la reparación de los daños. Las unidades especiales tuvieron que abrir zanjas para desaguar y proteger las viviendas que había junto al río. Los centros educativos permanecieron cerrados varios días y a Málaga le costó sacudirse el miedo: la posibilidad de que la tormenta perfecta regresara con una réplica a la altura tardó aún bastante en quedar descartada.
En un contexto marcado por el cambio climático y nuevos ciclos de lluvias intensas y sequías agudas, todo apunta a que las actuaciones de saneamiento que han impedido que el desastre fuese a mayores en este 2024 ha dejado ya de ser suficientes en la provincia de Málaga. Convivir con cauces desbordados y calles convertidas en ríos nunca es fácil, pero la prevención es ahora, como ha quedado demostrado, más vital que nunca. No es poco lo que hay en juego.
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