The End: los cines de Málaga que nos arrebataron

Patrimonio

Cuando la luz eterna se apaga

Regusto de rosetillas saladas en el cielo de la boca

El celuloide volverá cuando los 'millennials' lo pongan de moda.
Francisco M. Romero - Con la colaboración de María Pepa Lara García

17 de octubre 2019 - 08:30

Con motivo del estreno de su última obra, El crack cero, José Luis Garci, en una entrevista concedida a El Periódico, dice que para él las películas han sido "como una religión, y los cines, auténticas catedrales".

¿Acaso hay mejor modo de definir lo que suponen las salas de cines para numerosas generaciones de espectadores?

Los cines son templos de culto, y en Málaga nos han arrebatado algunos. En el momento en que se apagan las luces, y se hace el silencio, comienza la liturgia de las imágenes en movimiento, marcada por el ritmo del runrún del proyector antes de que éstos fueran digitales.

Ir al cine, y todo lo que rodea a este acto pequeño, es una ceremonia plagada de momentos deliciosos.

Quedar con los amigos en la esquina -"quien llegue primero que compre las entradas, ya sabéis: centradas y no muy cerca de la pantalla, pero tampoco muy lejos"-. O la pelea para decidir qué película se ve para, final y mágicamente, entrar en una que nadie quería ver -"otra de acción no, eh". "¡¿Subtitulada?! Eres un pedante". "Me pego un tiro antes que meterme en una de Sandra Bullock"-.

Las últimas películas del Victoria y el Astoria.

Entrar y comprar las consabidas palomitas, un elemento sagrado para unos, un sacrilegio para otros (ay, ahora la gente se mete en el cuerpo, mientras está en la sala, hasta una apestosa bandeja de nachos repleta de plástico fundido que intentan pasar por queso).

Charlar en el cine, mandar callar en el cine, reír en el cine, llorar en el cine. Luchar en el cine por el reposabrazos con tu vecino de butaca.

Ir al cine cuando no tienes otra cosa mejor que hacer. Ir al cine solo como los locos. Ir al cine con una muchedumbre. Ir al cine disfrazado de tus personajes favoritos. Ir al cine en pijama.

Ir el día del estreno. Ir el último día, a la última sesión en la que se proyecta la superproducción palomitera del verano de la que todo el mundo habla. Ir al cine a ver diez veces la misma película.

Pocos recuerdos más felices que un cine de verano. ¿A quién no le han cambiado la vida en mitad de una sala a oscuras, frente a vidas que no son reales, frente a hechos que nunca sucedieron?

Entrar a un cine para no ver la película: para quedarte dormido, para darle vueltas a las preocupaciones, para liarte con alguien, para llenar las primeras horas de una primera cita en la que estás tan nervioso que no ves lo que tienes delante porque ¿me ha dado con el codo a propósito o ha sido sin querer?...

Hora golfa, hora matinal, una sala enorme para ti sólo, un cine abarrotado y tú eres uno más entre la multitud, riendo a coro, sufriendo al unísono.

El olor de un cine recién reformado como cuando reformaron el cine Albéniz y parecía que estabas viendo la película dentro de un coche nuevo. El olor a humanidad al entrar en una sala en la que acaban de proyectar una sesión.

Todo esto se pierde cuando se cierra un cine. Y en Málaga no nos tiembla el pulso para echarlos abajo sin más miramientos: ahí está, o estaba, el Cine Astoria (dice mucho de esta ciudad que nadie haya robado el cartel luminoso del Cine Victoria que todavía colgaba del edificio). Echar por tierra un templo, desacralizado desde hace mucho, sí, pero templo al fin al cabo.

"Tenemos Netflix", dicen; claro, como si fuera lo mismo. Y Filmin también. Mera metadona. Hostias consagradas y guardadas para la eucaristía de zonas apartadas que se quedan aisladas durante mucho tiempo sin un cura que pueda llegar para dar misa.

Cuenta Guillermo Cabrera Infante que "en mi pueblo, cuando eramos niños, mi madre nos preguntaba a mi hermano y a mí si preferíamos ir al cine o a comer con una frase festiva: '¿cine o sardina?' Nunca escogimos la sardina."

En Málaga hemos escogido siempre sardina. Por eso ya no podemos escondernos en los siguientes cines:

Cine Echegaray

El ruinoso estado del Echegaray en 2004.

El Cine Echegaray fue inaugurado el 19 de noviembre de 1932 y, tras décadas de decadencia, en el cinematográfico año 2001 se había convertido en un cine ruinoso del que no quedaba nada de su anterior magnificencia. Todo en aquel edificio pedía a gritos su cierre y reforma, lo que terminó ocurriendo tras proyectarse una última película: La sombra del vampiro. Una coincidencia muy afortunada si vemos en esta proyección final un paralelismo entre dos cosas no muertas que regresan de la tumba.

Este cine fue diseñado por el arquitecto Manuel Rivera Vera con 500 localidades en el patio y 300 en el anfiteatro y era, antes de su declive, un lujoso inmueble con un vestíbulo profusamente decorado y un patio de butacas en el que destacaban unas vidrieras de la prestigiosa casa Maumejean.

Durante cerca de 70 años, en el número 3 de la calle Echegaray, este cine en pleno casco histórico de la ciudad proyectó miles de películas hasta que se dijo basta a sus raídas butacas, a sus mohosas moquetas y a las humedades de sus paredes. En el año 1984 fue comprado por la empresa Unión Cine Ciudad, dueños de entre otros, del Multicines América, cuya decadencia terminó por arrastrar a esta histórica sala.

Sin embargo, a partir de 2009, y tras ocho años de trasiego y lucha, volvió a abrir sus puertas, esta vez transformado en teatro municipal.

América Multicines

América Multicines, el primer multisalas moderno de Málaga.

El Cine América fue el primer multicines moderno de Málaga. Siete fueron sus salas, inauguradas el 21 de diciembre de 1979. Siete salas que permanecieron abiertas hasta el 30 de mayo de 2003 y de cuyos escombros surgió un bloque de viviendas, otro más.

La empresa responsable aprovechó una orden emitida por el Ayuntamiento de Málaga en el que decretaba su cierre -el América funcionaba desde sus inicios sin permiso de apertura- para auparse al 'boom' del ladrillo.

No es difícil imaginar lo que supuso este multicines a finales del 79: enclavado en la Explanada de la Estación, literalmente inauguraba una nueva década para Málaga.

Un multicines moderno con proyecciones desde las diez de la mañana -ay, las matinales, escondite ideal para hacer pellas, quién las pillara ahora-, siete taquillas y numerosas entradas que, poco a poco, se fueron reduciendo a una sola...

Que lance la primera piedra el que no haya comprado una entrada sin numerar del América para una película que no era la quería ver con el único fin de colarse en la sala en la que proyectaban la película que sí había ido a disfrutar. ¿Quién no ha asistido al griterío del merdellón de turno exigiendo sentarse en una sala repleta de gente porque él supuestamente sí había comprado una entrada para esa película?

Cines Astoria y Victoria

El Cine Astoria, antes de caer en el olvido. / Archivo María Pepa Lara García

El final de las viejas salas de los cines Astoria y Victoria llegó al unísono el 9 de diciembre de 2004. Pero si había alguna esperanza de que el inmueble volviese a brillar con el resurgir de una futura recuperación, el día 10 del presente mes de octubre llevó al trastero de los sueños perdidos estas quiméricas ilusiones. Las grandes salas protagonistas de la historia cinematográfica de Málaga capital en las décadas de los 70 y 80 han desaparecido para siempre.

En 2004, los pocos espectadores que ya acudían a estas salas pudieron visionar la última (de entonces) de Woody (Allen), Melinda y Melinda, y la olvidada y olvidable Luna de Avellaneda de Juan José Campanella.

Quince años ha pasado de esto, y todavía la estratégica manzana, localizada en el lateral este de la Plaza de la Merced, sigue a la espera de ver qué pasa con ella.

El último día del Cine Victoria.

Ambas salas unieron su destino hacia el final de su historia, pero mientras que el Cine Astoria se inauguró un 20 de enero de 1966, el Cine Victoria lo hacía un 14 de octubre de 1913, bajo el nombre de Salón Victoria Eugenia, y proyectando la película La Biblia.

Durante décadas estos cines aguantaron el tipo y mantuvieron entretenidas en sus oscuras salas a generaciones y generaciones tanto de vecinos de la capital como de malagueños llegados de todos los rincones de la provincia que acudían, quizás por primera vez en su vida, a ver una película en un cine.

Pero la llegada de las multisalas y un abandono paulatino hicieron que ambos cines -comprados además por el grupo Unión Cine Ciudad en 1984- redujeran poco a poco la venta de entradas y fueran trampeando su vida hasta su agónico final.

Pocos recuerdan que el Astoria tuvo en cartelera durante tres meses al Superman de Christopher Reeve y que cada pase se llenaba a rebosar. Eran, sin lugar a dudas, tiempos mucho mejores.

Cine Andalucía

El Cine Andalucía abrió sus puertas a los espectadores el 12 de octubre de 1958 y las cerró para siempre a finales de 2005: y todo esto en el mismo lugar: en calle Victoria. Tras décadas de servicio a los cinéfilos malagueños cayó también en las manos de la empresa Unión Cine Ciudad.

Como ocurrió con el Astoria y el Victoria, situados frente a él, el Cine Andalucía acució la llegada de los multisalas y la querencia por los centros comerciales del malagueño medio.

El Cine Andalucía en su ubicación habitual, al principio (o final) de calle Victoria. / Archivo María Pepa Lara García

Tras su cierre, un incendio arrasó el inmueble de este cine en marzo de 2014, de modo que el Ayuntamiento dio vía libre al desarrollo de un futuro hotel de cuatro estrellas en su solar.

Lo que permitirá sumar a la actual oferta hotelera de la ciudad un establecimiento con capacidad para 176 habitaciones, aparcamiento subterráneo, restaurante y piscina, entre otros servicios.

Un hotel más, un cine menos. ¿A quién le importa?

Multicines Larios

Atentos a la moda de 2005: para que digan que España no ha avanzado.

Los multicines Cinesur Larios proyectaron su último The End el 28 de abril de 2011. Sí, como lo lees, las salas Larios cerraron hace ya más de ocho años, tras tres lustros proyectando cine en sus diez salas -se inauguraron en abril de 1996-, situadas en el centro comercial Larios.

Los cines Larios llegaron a convertirse en un punto neurálgico de proyección para los malagueños: su situación, cercana al centro, y el estar enclavados en un centro comercial, hicieron de este cine un lugar de encuentro para todo tipo de espectadores.

Muchos jóvenes de entonces, preadolescentes y adolescentes, quedaban en este multisalas donde, además de ver una película, podían comer cualquier cosa mientras pelaban la pava, lo que abría un poco la manga de sus padres, por ser un entorno seguro, permitiéndoles un poquito más de libertad.

En esa barandilla hemos estado apoyados todos, echándole un ojo al personal.

Cinesur Larios pertenecía a las empresas inmobiliarias Sánchez-Ramade, agrupadas bajo la marca Noriega, cuya deuda financiera dio al traste con este cine que no logró escapar del cierre tras no ser adquirido por la cadena Cineworld que planteó dicha posibilidad.

Como curiosidad: el cineasta gaditano Jota Linares trabajó durante años en este cine malagueño empapándose de cultura cinéfila y malaguita.

Cine Alameda

La entrada de Cine Alameda en el año de Nuestro Señor 2007.

El cine Alameda tiene truco porque en realidad se llamaba Teatro Alameda, aunque compartía ambas artes en sus salas.

Ahora que por lo visto a todos los malagueños les pirra el teatro gracias al proyecto de renovación impulsado por el malagueñísimo Antonio Banderas (más malagueño que él no hay nadie), todo el mundo conoce el nombre que actualmente tiene el Teatro Alameda: el nombre es bien pegadizo: Teatro SOHO CaixaBank.

Sea como fuere, el Cine/teatro Alameda abrió un 23 de diciembre de 1961, suponemos que para aprovechar el tirón de las fechas navideñas de aquel entonces. En un principio sólo disponía de una sala, pero la llegada de las fatídicos multicines obligó a sus dueños de entonces a reformar su interior, del que consiguieron sacar tres salas.

'Freaks' disfrutando del XV Fancine en el Teatro Alameda, en 2005.

Legendarias son las tertulias que se improvisaban, en la cafetería de su vestíbulo, durante los Festivales de Cine Fantástico (Fancine) que el Alameda acogió durante años. Nunca se han dicho tantas tonterías como las que se podían escuchar en los descansos entre las maratonianas -y algo amateurs, lo que le daba bastante encanto al asunto- sesiones de películas de serie B, clásicos de ciencia ficción y terror e historias de espada y brujería. ¡Si esas paredes hablasen!

Finalmente, este cine echaría el cierre el 31 de mayo de 2018 para transformarse en otra cosa, no peor, tal vez sí mejor, pero indudablemente, distinta de lo que fue.

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