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La cocina de campaña de un malagueño para que en Paiporta coman caliente los afectados por la DANA

Álvaro asegura que ha llegado a ofrecer 2.500 raciones diarias con la ayuda de otros chefs voluntarios: "Es una locura ver a tanta gente pidiendo comida"

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Así cocina en la calle el malagueño que ha ido a Paiporta para dar de comer a los afectados por las inundaciones / Redacción Málaga Hoy

A muchos la riada se lo arrebató todo. Otros, sin gas ni luz para cocinar en sus casas, se afanan aún en limpiar y recuperar lo poco que han conservado. A algunos todavía les queda ánimo para posar ante una cámara. Lo hacen con una sonrisa y plante victorioso, porque ellos han sobrevivido a un desastre que ya se ha cobrado la vida de más de 200 personas. Saben que no están solos: la ola de solidaridad que ha desbordado la comunidad valenciana tras las inundaciones por la DANA sigue viva. En Paiporta, una zona de las zonas más devastadas en las que llevaban días con escasez de alimentos o a base de bocadillos, Álvaro Faura mantiene los fogones encendidos en plena calle para repartir comida caliente. Hasta allí se ha desplazado desde Torre del Mar con el propósito de instalar una cocina de campaña, de la que salen, asegura, "unas 2.500 raciones diarias". Trabaja a destajo y seguirá haciéndolo para ayudar "el tiempo que haga falta". "Es una locura ver a tanta gente pidiendo comida. No podemos negársela a nadie. Esto hay que vivirlo para entenderlo", manifiesta a este periódico.

"Somos un ejército, con gente que dona, trabaja y ayuda"

La suya, subraya, ha sido una iniciativa pionera, porque aunque varias asociaciones ofrecen tuppers, "no cocinan" in situ y, al final, la comida "no llega caliente". Desde el pasado viernes, cuando desplegó su cocina solidaria, no han dejado de sumarse voluntarios a la tarea. Con él colaboran también otros chefs llegados de distintos puntos de la geografía, entre ellos un cocinero de Ibiza que "cerró su bar para poder venir aquí". "Hay quienes han traído camiones cargados con arena de gato o toallitas o se han quitado todo de sus despensas. Somos un ejército, con gente que dona, trabaja y ayuda. La solidaridad es máxima", reconoce el malagueño.

Y mientras corta el calabacín en rodajas y lo saltea en un fogón portátil de butano, se pregunta "cómo en este país no hay un Ministerio de Emergencia", de igual forma, apostilla, que opera el de Defensa, Hacienda o Sanidad. Habla con rabia contenida por el abandono que ha sentido por parte de las admnistraciones. "Me parece vergonzoso que en cinco días que llevamos aquí no haya venido nadie del Ayuntamiento para saber si nos falta algo. Estamos dándole de comer a medio pueblo", denunciaba.

La voz se le quiebra al recordar los gestos de agradecimiento de cada persona que se ha podido llevar un plato caliente. "Hasta el punto de llorar cuando le damos una crema de calabaza. Han venido policías, bomberos y militares a recoger comida", detalla.

El malagueño tiene grabada en su retina la llegada al centro del horror, cuando los vecinos "vaciaron todas las existencias" en apenas una hora. "Pasan miles de personas y no damos a basto. Todas quieren llevarse un puchero o caldo para su sobrino, primos, nietos...", relataba en un vídeo que difundió los primeros días con la intención de relatar su labor y pedir donativos. Pero ni en los días más nublados, el séquito de Álvaro ha languidecido. "Es desolador. Llueve muchísimo; se nos va a mojar el 'chiringuito', pero no podemos abandonar esto", expresaba en las imágenes.

Una de las voluntarias cocinando

A primera vista puede parecer un desfile de comidas básicas y sencillas, pero en cada plato hay un hálito de esperanza del pueblo para con el mismo pueblo. El voluntario malagueño ha sido testigo de las secuelas de la tragedia vivida en muchas casas, donde los muebles son ahora un amasijo embarrado que se acumula frente a la puerta y las familias sacan con brío paletadas de fango. No se dedica a los fogones, aunque en su tiempo libre se refugia en ellos, admite, "para desahogarse". En Málaga tiene a su cargo un negocio de patinetes eléctricos, en el que regenta 16 tiendas, que ha aparcado estos días para emplearse a fondo con quienes lo han perdido todo. "En mi nave cocino a todos mis trabajadores y una noche pensé: si una olla grande para ellos me cuesta 7 euros, por 20 más comen muchas personas", recalca el joven. Ya tuvo la experiencia en plena pandemia por la Covid, "regalando", subraya, "50 pizzas al día". Al día siguiente, recorrió panaderías y carnicerías y puso rumbo a Valencia con una furgoneta atestada de alimentos.

Ahora, su intención es dirigirse hasta Valencia para montar "una cocina abierta gratuita" y recorrer por carretera varios de los pueblos devastados. Pero para ello necesita "máxima colaboración", que le permita costear lo que supone entregar un plato caliente a la muchedumbre. Desde verdura, carne, aceite, huevos y arroz, hasta bombonas de butano, ollas grandes y hornillas de gas.

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