Los ‘coloraos’ siempre ganan
20 años de 'Málaga Hoy' | Historias de la Redacción
Confío en que nadie recuerde aquel error, que sólo confirma que en 2004 éramos mucho más jóvenes
Un sentimiento de pertenencia
Las muchas horas
DURANTE los últimos ¡20 años! me he castigado recordando aquel primer número de Málaga Hoy. Me presenté tan temprano en el quiosco para comprarlo que me miraron raro, pagué y cargué hacia casa con toda la munición de promociones que los diarios eran capaces de regalar en aquellos tiempos felices en los que aún no se había agotado la barra libre de tinta y papel. No tuve paciencia (nunca he andado sobrado de eso, ni de pelo) y de regreso hojeé/ojeé la criatura que habíamos moldeado durante mes y medio, tratando de comprobar si todas las extremidades del recién nacido habían encajado en el lugar correcto. Todo iba bien hasta que en la portadilla de una sección –me reservo cuál– apareció la sorpresa envenenada: una caja de texto duplicada (un sumario, en lenguaje plumilla). Un error que confío en que nadie recuerde y que tan sólo confirma que en 2004 éramos humanos y, sobre todo, mucho más jóvenes.
Cuando eres periodista y escribes, el estado natural que se presupone a la inmensidad del gremio, tu firma es tu principal patrimonio. Te aporta credibilidad y adorna tu ego. Cuando eres periodista y no escribes, porque te han encargado cazar gazapos ajenos, cargas con el mal del portero de fútbol: las paradas se valoran lo justo porque estás obligado a ello, pero en la balanza global penalizan mucho más las pifias y los goles encajados.
La anécdota del sumario es sólo un lastre del fatalismo y de la atracción por la hipérbole desproporcionada que corroe a todo periodista. Sucedió así, pero asumo que sólo es trascendente e interesante para el que la narra (los periodistas tendemos a creer que todo lo que contamos es siempre el big bang de la creación literaria). Prefiero quedarme con todo lo bueno que vendría después: con un año y medio breve pero intenso, en el que arropado por el mejor de los equipos (Javi, Rosario, Juan Carlos, Cecilia, Victoria, Sonia…) cumplimos con el silencioso encargo que delega todo director de periódico en un responsable de Cierre: frenar el avance del siempre inquietante ejército de erratas y, por encima de todo, procurar que no suene el teléfono desde la rotativa.
“¿Cómo van los coloraos?”, preguntaba un director a los jefes de Cierre en una de las redacciones por las que pasé. Los coloraos eran las cruces dibujadas con rotulador rojo en un planillo cada vez que alguien entregaba una página para su corrección. Muchas cruces coloradas, bien. Si eran pocas, se mascaba la tragedia. Se podía hacer un gran periódico en una magnífica ciudad y se hizo, y se continúa haciendo. Por 20 años más. Adelante.
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