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Málaga/"Mi casa mide 6 metros de largo y 4 de ancho, los niños se ponían muy nerviosos". Palabras con las que una madre de la barriada de los Asperones trata de describir cómo ha sufrido el confinamiento obligado por el COVID-19. Un testimonio que se repite de manera casi mimética en otros muchos vecinos de un núcleo en constante estado de alarma y en el que las viviendas son más bien chabolas.
De ello da cuenta en un informe redactado por varios profesores de la Universidad de Málaga remitido al relator especial de Naciones Unidas para una vivienda adecuada. Y ello en el marco de un proyecto para conocer la relación entre vivienda y confinamiento en varios países del mundo.
"Este informe pretende reportar evidencias de cómo se ha vivido la pandemia en núcleo de infraviviendas y chabolas de la ciudad de Málaga, un barrio de exclusión social donde la situación de COVID-19 no ha hecho más que llevar al extremo la supervivencia de todas las familias que viven allí”, indican Cristóbal Ruiz Román, Jesús Juárez Pérez-Cea, Lorena Molina Cuesta, José Manuel de Oña Cots y David Herrera Pastor.
Los Asperones nació en 1987 para erradicar el chabolismo en diferentes núcleos de la ciudad, con el compromiso de que iba a ser provisional. "Hoy día, en el año 2020, 33 años después de aquello, los Asperones sigue en pie con una población de 295 familias aproximadamente", precisan los autores, destacando que una viviendas construidas para cinco años, "se han convertido en infraviviendas".
Este trabajo incide en el aspecto emocional y vital de quienes habitan la barriada. Los profesores realizaron entrevistas entre el 8 y el 15 de junio pasados, cuando Málaga estaba en la fase 3 de la desescalada, a 14 vecinos y trabajadores de la barriada. ¿El objetivo? "Reconocer y visibilizar a las personas que han vivido confinadas en una chabola durante la pandemia".
"La dificultad está en la forma de vivir (…) mi casa es una ruina, cuando llueve cala, o cuando hace calor parece un horno y hay muchos bichos. Entran un montón de ratas", relata una de las vecinas entrevistadas. El deterioro generalizado, con problemas de aislamiento contra las inclemencias meteorológicas y las plagas de roedores, hace que "se ponga en riesgo la salud de los que las habitan".
A este primer elemento clave se suma el tamaño de las chabolas, en algunos casos "de no más de 20 metros cuadrados, donde familias con niños han debido estar encerradas". "En la casa el ambiente ha estado fatal; mucha hambre, muchas peleas. Mi casa mide 6 metros de largo y 4 de ancho. Es una casa chica y entonces los niños ahí dentro todo el día peleándose", comenta otra residente. Otra agrega: "Los niños lo han pasado muy mal porque estaban todo el día encerrados y ellos querían salir".
A juicio de los autores del informe, resulta evidente el efecto negativo que el confinamiento ha tenido sobre los menores. "Al hacinamiento y la falta de condiciones de habitabilidad de estas infraviviendas se les une la falta de mobiliario y enseres del hogar. Una carencia provocada por la situación de pobreza extrema en la que vive la mayor parte de los vecinos del barrio”, indican.
Un educador social describe: "Existen familias de cinco miembros que están pasando la cuarentena en un cuartillo con un baño, un sofá, dos colchones, una bombilla, una tele pequeña, una nevera temblando (de vacía) y un termo que gotea".
Todo ello redunda en una menor oportunidad de esos mismos menores a acceder a la educación en un periodo de especial dificultad y en el que los métodos online han sido alternativa al cierre de los colegios y centros. "Garantizar el derecho a la educación en un escenario de confinamiento en un barrio como éste se percibe como una tarea prácticamente imposible", sentencian los redactores, que aluden no sólo a que muchos de estos niños no tienen cubiertas sus necesidades básicas, caso de la alimentación, sino que la mayor parte de las infraviviendas y chabolas "no están preparadas para el modelo de enseñanza virtual del confinamiento".
Una carestía que queda de manifiesto en los testimonios. Como el de una vecina que estaba cursando graduado de adultos (a distancia) y que "no podía hacer los exámenes porque no tenía internet en casa". Tenía que ir al colegio del barrio para poder acceder. O unos jóvenes “que estaban inmersos en cursos de formación o que estudiaban para obtener el graduado por libre; han visto cómo de repente todo su mundo se ha visto paralizado hasta nuevo aviso”, expresaba un educador social.
Justamente, el acceso a internet es una de las demandas principales que se destaca en el apartado de conclusiones del informe de los profesores de la UMA. "De cara a los próximos meses y ante posibles rebrotes de la COVID-19 se hace necesario garantizar el acceso a señal wifi para que todos los niños y estudiantes puedan seguir con sus procesos de aprendizaje", destacan, advirtiendo de que si no se garantiza "la brecha digital hará aún más profunda la brecha educativa y la desigualdad social".
Otro aspecto sobre el que se alza la voz es la ausencia de medios sanitarios para hacer frente al virus. "Observamos la desesperanza y el descontento de los vecinos ante los déficits sanitarios generados por la COVID-19 (…), esta ausencia de medidas de protección realza aun más el sentimiento de abandono por parte de la comunidad vecinal", se expresa.
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